Horas y horas paso en un hospital muy moderno, con un
mirador que se ve toda la sierra nevada.
La habitación de la enferma tiene una ventana desde la
que se ve el aparcamiento y veo a gente que se bajan de sus coches y vienen a
visitar a sus familiares o conocidos, y a gente que se va de alta a terminar de
recuperarse en su casa junto a los suyos.
Desde el mirador se ve un prado con algunas charcas y
mucha humedad, muy verde y con árboles, una cigüeña pasea de aquí para allá
buscando comida, me transmite tranquilidad con su caminar lento y elegante.
Al fondo del paisaje están las montañas nevadas como
en un dibujo infantil. El cielo sin nubes y el sol brillante hacen que mis
sentidos se empapen con esta visión, que
sé que hay mucha gente que, por las prisas o por las preocupaciones, ni
siquiera levantarán la mirada y no lo apreciarán lo suficiente.
Parece una postal, llena de tonos.
Un espectáculo de color, del verde suelo al azul
intenso del cielo, las montañas como espolvoreadas de azúcar, la nieve blanca
como la cigüeña, los árboles sin hojas aún, van del marrón al ocre.
Las noches en el hospital son largas, pero desde el
mirador, el amanecer es un espectáculo que intento no perderme.
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