“En un planeta muerto no hay puestos de trabajo”, dice una
de las verdades que sostienen en forma de pancarta los jóvenes manifestantes
que defienden el bosque de Hambach. O lo que queda de Hambach,
ya apenas una décima parte
de uno de los bosques más antiguos de Europa, entre Colonia y Aquisgrán.
Doce mil años calculan. Aunque parece inexacto calificar de “antiguo” a un bosque. Si ponemos un
fonendoscopio en la piel de Hambach, escucharemos la respiración de todas las
edades. También el jadeo dramático, de la vida futura.
Un bosque nunca es antiguo. Es un criadero de tiempo.
Es difícil imaginar algo más vanguardista que un árbol.
Francisco Giner de los Ríos decía que en la contemplación de
un árbol
se podía pasar enteramente la vida. Ese sí que es un master.
No es de extrañar que
de esa mirada, de Giner naciese el mejor
ecosistema de ideas de la historia de España, la Institución Libre
de
Enseñanza. Un bosque de inteligencia talada por una antigua
intolerancia
que, por lo que estamos viendo, anda desenterrando sus
herrumbrosas hachas.
De Hambach quedan 100 hectáreas
habitadas por supervivientes.
Un tribunal alemán ha ordenado, in extremis suspender la última tala.
Una decisión que ha incomodado mucho a los magnates de la RWE ,
el gigante de las eléctricas germanas, que explota en ese
espacio una de las mayores minas de lignito del mundo. Se trata de un
combustible fósil
altamente
contaminante. La empresa habla de pérdidas cuantiosas,
pero tengo la impresión de que lo que más incomoda es la
rebeldía eficaz.
La justicia solo ha actuado después de más de un año de
resistencia compartida por árboles y personas.
Los activistas de Hambach han vivido encaramados y
protegidos por las ramas todo el tiempo. Tuvieron que ser, literalmente,
arrancados de los árboles. Puede parecer
un cuento romántico, pero no lo es. Los árboles también resisten. No se tumban
de un empujón. Se ha hablado de una victoria simbólica. Para ellos es algo más.
Siguen en pie. Están vivos.
Quirón
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