Lorenzo
cerró el libro y recostó la cabeza en el sofá. Le estaba venciendo el sueño y
se durmió profundamente.
Elisa
estaba en la cocina preparando la cena y los olores fluían hasta el cuarto de
estar, donde estaba Lorenzo liado con el puzzle de turno. Qué suerte había
tenido. Su mujer, aparte de cariñosa era buena cocinera. A veces le gruñía
cuando no hacía las cosas bien, pero siempre acababa dándole un cálido beso.
Al día
siguiente tenían preparada una salida a la capital, donde pasarían todo el día,
recorriendo con nostalgia los barrios de su infancia y juventud, comerían en
los sitios que más recuerdos les traían, visitarían el casco antiguo, donde sus
ascendientes habían participado en la forja de la historia y los grandes acontecimientos
que daban prestigio a la ciudad. Rematarían el día disfrutando de una obra
teatral divertida que les habían recomendado ver.
Su
vida estaba llena de alegres viajes, buenos amigos con los que compartir ratos
agradables, un trabajo digno que les había facilitado disfrutar del tan
cacareado estado del bienestar. Únicamente no habían alcanzado uno de sus más
deseados sueños, ser padres y crear una gran descendencia. Nunca supieron, ni
quisieron saber, el por qué de no engendrar hijos.
No les
afectó la crisis en su fase más cruel y desesperada, como a muchos de nuestros
conciudadanos. No tenían deudas ni cargas sociales y su hogar y sus necesidades
estaban cubiertas con la jubilación. Envejecerían juntos, amándose con la
serenidad y la profundidad que habían encontrado al cabo de tantos años de
convivencia.
Un
sobresalto le despertó bruscamente. El dichoso gato se había subido a la
estantería y había tirado algo al suelo. Desde que se quedó viudo trataba de
paliar su soledad con un animal doméstico que lo entretenía y al que acariciaba
y regañaba como si de un hijo se tratara.
Empezó
a sonar una música que en principio le asustó, y al reconocerla le trajo
recuerdos gozosos y una lágrima de añoranza. El gato había tirado la caja de
música que le regaló hace muchos años a su mujer, y al abrirse con la caída,
comenzó a sonar la melodía “Para Elisa”.
Rabo de lagartija