jueves, 29 de octubre de 2015

Mileuristas por amor





Llevaban cinco años conviviendo juntos cuando Carlos y Sara se casaron.

Se conocieron en la facultad, y se entendieron tan bien desde el principio, que el tiempo que pasaban juntos era una gozada y se les hacía cada día más imprescindible prolongarlo, no tenerse que separar. Tuvieron que esperar, ser responsables.

 Perteneciendo a familias obreras y sin trabajar, no les quedaba otra que esperar a licenciarse y, después, después, la vida sería toda suya.

 Nada más terminar magisterio Carlos, habló con Sara, a la que aún quedaba un año para terminar. Mira amor, yo no aguanto más, si consigo trabajo te vienes a vivir conmigo. Bueno, bueno, Sara le saltó al cuello y casi lo tira de espaldas, por algo la chica era tan alta como su chico y tenía muy buen andamiaje.

Estaba claro, alquilaron un cuchitril, y como el sueldo de Carlos no daba para más, comían con unos u otros padres y por las noches pan cebolla y mucho, mucho, amor.

Fue un año duro, pero paso volando. Sara, terminó su carrera, se puso a trabajar y aportando su menguado sueldo al de  Carlos, comenzaron su andadura con su mejor empeño.

Cambiaron de piso, de trabajo, estudiaron sin tregua para opositar año tras año. Querían colocarse en consonancia con sus estudios y poder desarrollar aquello para lo que mejor preparados estaban. Pero en esto la suerte les era adversa, y les dio la espalda. Tanto esfuerzo, tantos años de estudios, y después de intentarlo cinco años, se rindieron a la evidencia.

A ver, tenían trabajo los dos, vivían relativamente bien, pero añoraban tener hijos. Pero claro, oposiciones e hijos, no podía ser. Así que, fuera oposiciones y a ser felices.  Nunca pensaron en casarse, no lo necesitaban para nada, ni siquiera lo mencionaron.

Sara se quedó embarazada, y un sábado por la mañana en la cama, abrazada a su chico le susurró: Carlos, tengo un antojo. Él la miró y ella mimosa continuó: quiero casarme y que nuestro hijo nazca dentro de la legalidad, como lo hace dentro de nuestro amor.

 Dos meses más tarde, en el salón de actos de un Ayuntamiento del cinturón rojo de Madrid, se casaron Carlos y Sara, con la compañía de sus familias y amigos.

Siempre tuvieron la mejor compañía, su amor. Ahora también el de Mario. Y Mario fue para ambos la releche. Un lazo indisoluble que los mantiene más unidos que nunca, que los transita de emoción y ternura y los colma de felicidad.


 Quirón

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