Llevaban cinco años conviviendo
juntos cuando Carlos y Sara se casaron.
Se conocieron en la facultad, y se
entendieron tan bien desde el principio, que el tiempo que pasaban juntos era
una gozada y se les hacía cada día más imprescindible prolongarlo, no tenerse
que separar. Tuvieron que esperar, ser responsables.
Perteneciendo a familias obreras y sin
trabajar, no les quedaba otra que esperar a licenciarse y, después, después, la
vida sería toda suya.
Nada más terminar magisterio Carlos, habló con
Sara, a la que aún quedaba un año para terminar. Mira amor, yo no aguanto más,
si consigo trabajo te vienes a vivir conmigo. Bueno, bueno, Sara le saltó al
cuello y casi lo tira de espaldas, por algo la chica era tan alta como su chico
y tenía muy buen andamiaje.
Estaba claro, alquilaron un
cuchitril, y como el sueldo de Carlos no daba para más, comían con unos u otros
padres y por las noches pan cebolla y mucho, mucho, amor.
Fue un año duro, pero paso
volando. Sara, terminó su carrera, se puso a trabajar y aportando su menguado
sueldo al de Carlos, comenzaron su
andadura con su mejor empeño.
Cambiaron de piso, de trabajo,
estudiaron sin tregua para opositar año tras año. Querían colocarse en
consonancia con sus estudios y poder desarrollar aquello para lo que mejor
preparados estaban. Pero en esto la suerte les era adversa, y les dio la
espalda. Tanto esfuerzo, tantos años de estudios, y después de intentarlo cinco
años, se rindieron a la evidencia.
A ver, tenían trabajo los dos,
vivían relativamente bien, pero añoraban tener hijos. Pero claro, oposiciones e
hijos, no podía ser. Así que, fuera oposiciones y a ser felices. Nunca pensaron en casarse, no lo necesitaban
para nada, ni siquiera lo mencionaron.
Sara se quedó embarazada, y un
sábado por la mañana en la cama, abrazada a su chico le susurró: Carlos, tengo
un antojo. Él la miró y ella mimosa continuó: quiero casarme y que nuestro hijo
nazca dentro de la legalidad, como lo hace dentro de nuestro amor.
Dos meses más tarde, en el salón de actos de
un Ayuntamiento del cinturón rojo de Madrid, se casaron Carlos y Sara, con la
compañía de sus familias y amigos.
Siempre tuvieron la mejor compañía, su amor. Ahora también el de Mario. Y Mario fue para ambos la releche. Un lazo
indisoluble que los mantiene más unidos que nunca, que los transita de emoción
y ternura y los colma de felicidad.
Quirón
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