miércoles, 21 de octubre de 2015

Disyuntiva





            Vas a dejarlo pasar?, me dijo mi conciencia ante mi pasividad y nula reacción al enterarme del hecho.

            Aquel día había asistido a clase de pintura y, como otras veces, me entretuve en preparar los bártulos, colocar en el caballete el lienzo, sacar pinceles, pinturas, botes, la paleta de mezclas, trapo limpio y ponerme el guardapolvo. Los demás ya estaban enfrascados en buscar las tonalidades precisas que produjeran el efecto cromático que deseaban para la obra que estaban realizando.

            Mi mente no estaba al cien por cien con lo que estaba haciendo. Una parte de mí se removía y daba vueltas a la  noticia que nos había dado nuestra hija. ¡Estaba saliendo con un chico de otro país! No sabemos si de otra raza o de otra cultura. Me negué rotundamente a que nos lo presentara y le dije todas las razones que se me ocurrieron para evitar que ese principio de afinidad pudiera llegar a más.

            Empecé a mezclar colores en la paleta, pero no llegaba a encontrar el tono que deseaba para empezar a manchar el lienzo. Quería pintar una puerta con hermosos tiestos de flores colgados en las paredes de alrededor y por el suelo. Si la mezcla me salía oscura, me acordaba de los inmigrantes subsaharianos. Si por el contrario me salía muy clara, me imaginaba un muchacho con rasgos nórdicos u orientales. Con cualquier otra tonalidad, alcanzaba a todos los habitantes del globo terráqueo.

            No nos quiso decir de donde era. Simplemente, un extranjero afincado hacía poco en España. Siempre he tenido la convicción de que cualquier persona, sea de la raza, religión o condición que sea, merece nuestro respeto y consideración como ser humano igual que cualquiera de nosotros. Me ha encantado ver niños de distintas razas jugando como lo que son, niños, sin más condicionantes. Pero siempre los he visto dentro del contexto de una familia de la misma raza y cultura. También me ha producido sensación de ternura ver niños adoptados, que se crían y se forman como cualquier otro de la comunidad y el entorno en que nosotros hemos nacido.

            Ya va tomando forma la mancha, y tengo que reconocer que he conseguido encajar todas las tonalidades para que formen un conjunto de armonía de color, sin que sobresalga ni desentone ninguna. Los tonos oscuros dan profundidad a lo que pintamos. Los claros dan luminosidad y realzan otros objetos. Y los tonos intermedios son necesarios para que la transición de claro a oscuro no sea brusca y se vaya difuminando lentamente.

            Ha terminado la clase, recojo mis trastos, lavo mis pinceles, cierro bien los botes de pintura y coloco cada cosa en su sitio. Me voy satisfecho de lo que he aprendido y realizado, sacando la conclusión que no hay color raro ni feo y, mezclándole con cualquier otro, se consigue un tono precioso, que tiene parte de ambos.

            Camino de casa seguí dándole vueltas al asunto y me pregunté: ¿Qué es lo que más deseo para el futuro de mi hija? La respuesta me vino sola. ¡Qué sea feliz! También pensé que nadie más que ella tenía el derecho a equivocarse. Nosotros también lo hicimos cuando éramos jóvenes, decidiendo nuestro futuro. Por supuesto que, sea quien sea este chico, lo voy a dejar pasar a mi casa y a mi familia con los brazos abiertos.


Rabo de lagartija

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