Vas a dejarlo pasar?, me dijo mi
conciencia ante mi pasividad y nula reacción al enterarme del hecho.
Aquel
día había asistido a clase de pintura y, como otras veces, me entretuve en
preparar los bártulos, colocar en el caballete el lienzo, sacar pinceles,
pinturas, botes, la paleta de mezclas, trapo limpio y ponerme el guardapolvo.
Los demás ya estaban enfrascados en buscar las tonalidades precisas que
produjeran el efecto cromático que deseaban para la obra que estaban
realizando.
Mi
mente no estaba al cien por cien con lo que estaba haciendo. Una parte de mí se
removía y daba vueltas a la noticia que
nos había dado nuestra hija. ¡Estaba saliendo con un chico de otro país! No
sabemos si de otra raza o de otra cultura. Me negué rotundamente a que nos lo presentara y le dije todas las razones que se me ocurrieron para evitar que ese
principio de afinidad pudiera llegar a más.
Empecé
a mezclar colores en la paleta, pero no llegaba a encontrar el tono que deseaba
para empezar a manchar el lienzo. Quería pintar una puerta con hermosos tiestos
de flores colgados en las paredes de alrededor y por el suelo. Si la mezcla me
salía oscura, me acordaba de los inmigrantes subsaharianos. Si por el contrario
me salía muy clara, me imaginaba un muchacho con rasgos nórdicos u orientales.
Con cualquier otra tonalidad, alcanzaba a todos los habitantes del globo
terráqueo.
No
nos quiso decir de donde era. Simplemente, un extranjero afincado hacía poco en
España. Siempre he tenido la convicción de que cualquier persona, sea de la
raza, religión o condición que sea, merece nuestro respeto y consideración como
ser humano igual que cualquiera de nosotros. Me ha encantado ver niños de
distintas razas jugando como lo que son, niños, sin más condicionantes. Pero siempre
los he visto dentro del contexto de una familia de la misma raza y cultura.
También me ha producido sensación de ternura ver niños adoptados, que se crían
y se forman como cualquier otro de la comunidad y el entorno en que nosotros
hemos nacido.
Ya
va tomando forma la mancha, y tengo que reconocer que he conseguido encajar
todas las tonalidades para que formen un conjunto de armonía de color, sin que
sobresalga ni desentone ninguna. Los tonos oscuros dan profundidad a lo que
pintamos. Los claros dan luminosidad y realzan otros objetos. Y los tonos
intermedios son necesarios para que la transición de claro a oscuro no sea
brusca y se vaya difuminando lentamente.
Ha
terminado la clase, recojo mis trastos, lavo mis pinceles, cierro bien los
botes de pintura y coloco cada cosa en su sitio. Me voy satisfecho de lo que he
aprendido y realizado, sacando la conclusión que no hay color raro ni feo y,
mezclándole con cualquier otro, se consigue un tono precioso, que tiene parte
de ambos.
Camino
de casa seguí dándole vueltas al asunto y me pregunté: ¿Qué es lo que más deseo
para el futuro de mi hija? La respuesta me vino sola. ¡Qué sea feliz! También
pensé que nadie más que ella tenía el derecho a equivocarse. Nosotros también
lo hicimos cuando éramos jóvenes, decidiendo nuestro futuro. Por supuesto que,
sea quien sea este chico, lo voy a dejar pasar a mi casa y a mi familia con los
brazos abiertos.
Rabo de lagartija
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