El
cielo está cubierto de nubes. Estoy leyendo tranquilamente en la terraza,
ensimismada en la historia que me tiene atrapada. Pero la tarde amenaza
tormenta y la oscuridad se hace tan repentina, que tengo que cerrar mi libro y
meterme dentro de casa.
Comienza
una fuerte lluvia, acompañada de granizos, que golpea fuertemente los cristales
de todas las habitaciones, dando la sensación que diluvia dentro de ellas.
Desde el interior de la salita contemplo el espectáculo meteorológico, y me
convenzo, poco a poco, de que el verano está llegando a su fin.
Y
pienso: Otra vez estamos en otoño. Pronto será mi cumpleaños y parece que no ha
pasado el tiempo. Ayer me estaba asfixiando en la playa, teniendo que remojarme
cada dos por tres porque no había quien aguantara el calor. Porque, si es
verdad que el verano es la estación calurosa por naturaleza, este último se
lleva la palma. Ya comentaban en la tele, que no se conocía un mes de julio tan
caluroso desde hace mucho tiempo.
Pero
con calor y todo, los seres humanos disfrutamos de nuestras vacaciones, en la
medida de nuestras posibilidades. Así es la vida. Se compone de etapas que nos
hacen cambiar la rutina durante unos pocos días, para después volver a retomar
nuestras actividades cotidianas. Pero siempre, con la sensación de que ha sido
muy corto el tiempo de vacaciones, después de un año de trabajo. Claro está, el
que sea tan afortunado de tenerlo.
Mis
vacaciones, como he dado a entender, las he pasado en la playa. Me encanta el
mar y disfruto y me relajo contemplándole. Pero también es verdad, que el
trasiego de gente me agobia bastante.
La
primera quincena de julio fue genial, porque la afluencia de público aún no era
masiva, y no hacia mucho calor. Se disfrutaba plenamente de la brisa del mar, y
era una delicia caminar por el paseo marítimo. Pero la segunda, entre la ola de
calor y la humedad relativa del aire, que era del 85%, yo creí que me
convertiría de un momento a otro en un pequeño charquito, con el que
contribuiría a agrandar el mare nostrum.
Pero
claro, estoy entera y de vuelta a la rutina. Porque es verdad que el ser humano
es un animal de costumbres, y después de un tiempo de asueto, nos gusta volver
a nuestra vida cotidiana con los amigos de siempre, para retomar todos los
momentos agradables que pasamos con ellos.
Y aquí
estoy, haciendo comprender a mis neuronas que no pueden seguir en el letargo en
que se encontraban durante el verano. Que hay que ponerse en marcha. Y para
ello, ya tengo en mente todas las actividades a las que me voy a apuntar, para
llenar las horas de ocio del invierno, a la vez de disfrutar de la compañía de
amigos, a los que tengo un gran aprecio.
Luna
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