¿Vas a dejarlo pasar? Se
preguntó de repente, hecha un mar de dudas. No, decidió resuelta.
Había concertado esa cita por
internet. Una cita a ciegas. Era la primera vez que lo hacía. Mucha gente
encontraba pareja de ese modo. ¿Por qué ella no iba a encontrar a su media
naranja de la misma manera? Se había hecho muchas ilusiones. En la foto, el
tipo no estaba nada mal, ¿sería así realmente? O, ¿la habría mandado una foto
retocada o de cuando era más joven? Se hacía preguntas: ¿le gustaré?, ¿seré su
tipo? La verdad es que las veces que había contactado con él por correo,
parecían almas gemelas, tenían las mismas aficiones, les gustaban las mismas
cosas. En fin, eso era un buen hándicap para que la cosa funcionara.
Desde un principio le daba miedo
acudir a la cita, dudaba. Irá, no irá, me dará plantón. ¡Ay!, no sé
qué hacer, se decía. Por fin cuando se sintió segura salió de casa
dispuesta a conquistar a su desconocido pretendiente. Tanto tiempo perdió en
decidirse que cuando quiso darse cuenta faltaban sólo quince minutos para la
cita y el centro comercial donde habían quedado no estaba nada cerca.
Caminó a paso ligero; todo lo que le
permitían sus tacones de aguja, hasta llegar a la boca del
metro. Bajó las escaleras corriendo, introdujo el billete en la máquina, no
funcionaba, todo se le ponía en contra. Hubo de esperar una considerable cola
para sacar otro billete en la taquilla.
Por fin le tenía en su mano y accedió
al distribuidor de líneas. Desde arriba de la escalera contempló el tren que
estaba a punto de salir. Abordó la escalera mecánica, y sin esperar que
la condujera a su marcha, bajó los escalones estrepitosamente. En el último
peldaño se le enganchó el zapato y fue dando trompicones, hasta entrar en el
vagón. Debido a la inercia de la carrera se cayó de bruces contra el suelo.
Se había arreglado con esmero,
sacando lo mejor de su atractivo, con la ayuda del maquillaje y el
conjunto que había elegido para la ocasión. Todo se fue al traste. Cuando se
levantó del suelo estaba hecha un desastre, un tacón partido por la mitad, un
moratón en el pómulo, y las medias destrozadas. Se puso a llorar
desconsoladamente y el rímel hizo de las suyas, los chorretones de su cara
fueron el broche final de su patética imagen.
Pero no se dio por vencida. Volvió a
hacerse la misma pregunta ¿Vas a dejarlo pasar? No y mil veces no. No iba
disculparse por correo inventando cualquier pretexto por el que no había podido
asistir a la cita. Se presentaría tal cual, al fin y al cabo si el destino
decidiera que llegaran a ser algo más, tendrían que acostumbrarse a verse de
mil maneras.
Se limpió la cara con un clínex
y comenzó a caminar renqueando por la falta del tacón, hasta llegar a la puerta
principal del centro comercial. Un ramo de rosas rojas se puso ante sus ojos.
Detrás de las cuales asomó una cabeza canosa con cara sonriente. Hola, soy Zeus,
¿eres Atenea?
LUNA
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