lunes, 12 de octubre de 2015

Lo suficiente a veces es mucho





Rosalía, como la mitad de los españoles, había emigrado con sus padres de su Galicia natal a la capital de España. Había crecido feliz con sus padres y hermanos, aunque lo que a Rosalía más le gustaba eran las vacaciones con los abuelos, allá en la aldea en medio del bosque.

Eran cuatro casuchas oscuras y poco cómodas, pero a Rosalía le daba igual, ella iba porque la encantaba su tierra, sobre todo por sus abuelos, unos abuelitos a los que la niña adornaba con todos los colores del amor. Amor reciproco, que se translucía cuando el rostro arrugado de su abuela al mirarla lo derramaba, o cuando al peinarla la acariciaba con aquellas callosas manos, que tan duro trabajaban, pero eran tan dulces con ella…

Rosalía les ayudaba en los quehaceres, con los animales y con los recados o cualquier cosa que la pidieran. Hacer recados la apetecía mucho, tenía que bajar al pueblo y lo hacía gozosa, bajaba casi corriendo y canturreando. Todo la entusiasmaba de su tierra, el campo tan verde, tan lleno de árboles, tan frondosa toda la zona, tan preciosa a su mirada.

 Ahora, sabía ella que la casa de sus abuelos estaba enclavada en una región deprimida, del interior de Orense. Eso comentaban sus padres, cuando en Madrid se reunían con los paisanos en la casa de Galicia, sita  en la C/ Carretas, arriba, cerca de la Plaza de Sta Ana.

 Cómo le gustaba eso de juntarse con otros gallegos a Rosalía, porque hablaban de su tierra, de sus paisajes, y por el tono de voz, se les escapaba esa saudade, esa morriña, que a Rosalía la trasladaba a aquellos campos de Galicia, tan dispares a los de Madrid.

Vaya,  que nadie crea que la galleguita no se lo pasaba bomba en la capital, bien al contrario. Desde su niñez, su tiempo de escuela, el de la universidad, todos fueron disfrutados por Rosalía al máximo. Fueron tiempos incomparables de alegría y amistad, también de compromiso y protesta para con la naturaleza desde la Universidad, afiliada a un grupo ecologista. Estos la habían provisto de jolgorios y sentadas, tan caros en sus recuerdos, dando paso a un buen trabajo de licenciada, en Homeopatía naturalista, que la satisfacía. Vivía cómodamente rodeada de su familia  y con muy buena salud.

Aunque un poco tarde, un hombre se había implantado en su vida productiva y quizás un tanto estresante. Eduardo siempre estuvo allí, era un viejo y querido amigo al que ella no prestara más atención que a cualquier otro del grupo ecologista.

En el último altercado con la policía, por los desafueros contra el medio ambiente del alcalde Gallardón en la Casa de Campo, donde además de arrasar con la masa forestal protegida, había tirado parte de una valla de gran valor ecológico, construida por Sabatini.

 Estaban sentados protestando. Llegaron los antidisturbios y nos dieron con la porra, no me podía levantar y llovían palos, Eduardo se interpuso entre ella y la porra, como tantas veces. Al final, terminaron  los dos en la comisaría. Una noche juntos en semejante lugar y doloridos, dio lugar a confidencias y consuelos, y Rosalía descubrió a Eduardo. Un Eduardo desconocido, alguien no vislumbrado antes y que de repente lo llenaba todo con su personalidad. Debía  de haber estado en el limbo o anestesiada para no advertirle. El caso es, que compartían la vida y su mejor consecuencia; Julia. Rosalía No quería dejar a su hija con nadie, y tampoco perder su independencia profesional.

Ante el problema, Eduardo y ella, decidieron que era  hora de cambiar de vida. Una aldea del Alto Aragón, les recibiría con agrado, solo tendrían que restaurar la casa que más les apeteciera, y ocuparla. Con la casa, les regalaban determinada cantidad de terreno. Rosalía plantaría y recolectaría las plantas y las mandaría a Madrid y Eduardo, siendo ingeniero agrónomo, pronto encontró acomodo en el campo.  Rosalía estaba entusiasmada ante el panorama que desde la ventana  norte de su ”nueva casa”, la mostraba la campiña aragonesa, y a lo lejos, las cumbres de los Pirineos nevados.


                                                                Quirón




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