miércoles, 28 de octubre de 2015

Amor sin fronteras





            Su sonrisa abierta, espontánea y natural me desarmó. Yo venía con el ánimo predispuesto a fajarme en una lucha dialéctica que pusiera en claro mi disconformidad total a sus ideas liberales de lo que era una relación de pareja.

            Unos meses antes habíamos coincidido en una marcha solidaria por la erradicación de la pobreza. Ella lucía su melena dorada al viento, su ímpetu juvenil al cantar las consignas establecidas por los organizadores, su elasticidad al caminar junto a los demás. Algo en ella me atrajo, por no decir todo. Traté de ponerme a su lado y entablar una conversación, referida al motivo de la marcha, que diera pie a que nos conociéramos un poco más y ver si de alguna manera se fijaba en mí. Hablamos, criticamos a los ricos, vilipendiamos a los políticos, acusamos a los insolidarios, proclamamos la igualdad de derechos de todos los seres humanos y, en un momento dado, nos presentamos el uno al otro e indagamos en nuestros gustos, ideales, y proyectos de futuro.

            Aquello dio pie a que coincidiéramos otras veces en reuniones de colectivos y otras manifestaciones. Quedábamos en algún punto para ir juntos a los acontecimientos. Intimamos. Nos conocimos más a nivel del intelecto y de la piel. Estábamos a gusto juntos y coincidíamos en muchos de nuestros sueños. Nos probamos como pareja estable y, al principio funcionó.

            A pesar de nuestra buena relación, poco a poco fui comprobando que ella tenía un espíritu libre, que la hacía abrirse a todos los que la conocieran, sin cortapisas y de una forma natural. Siempre he tenido la convicción del respeto a la libertad individual del ser humano. No he tolerado nunca el sentido de posesión o de menosprecio y manipulación de una persona a otra, por el hecho de ser pareja. El formar una pareja no es una obligación, es una decisión voluntaria entre dos personas que desean compartir sus sueños y sentimientos, siempre desde el respeto mutuo.

            Dicho esto, tengo que reconocer que algunas de las mariposas que revoloteaban en mi estómago, debieron chocar entre ellas, descolocándome al percibir como abría los brazos a diestro y siniestro mi pareja y cómo se arrebujaban entre ellos toda clase de personas. Reconozco que no hacía excepciones de sexo, condición o edad. Yo pensaba que en la pareja dejaba de existir el tú y yo y nacía el nosotros. Mi pareja conjugaba el verbo amar no sólo en la primera persona del plural, sino en todas ellas.

            En este momento, al ver su sonrisa, me doy cuenta de que la culpa de lo que siento al verla actuar así, la tengo yo por no ser capaz de repartir mi amor como hace ella, y concentrarlo egoístamente en una sola persona. También me ha hecho recapacitar en el sentido que a las personas no hay que tratar de cambiarlas sino amoldarse a ellas y aceptarlas como son.

Rabo de lagartija

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