miércoles, 18 de noviembre de 2015

La casa del pueblo





Terca, tímida, y malhumorada, Teresa se bajó del tren en su pueblo.
Dio un vistazo a su alrededor y murmuró: todo sigue igual, si ya lo sabia yo, cómo iba a cambiar un lugar como este, tan alejado de toda civilización. Estaba igual que cuando ella, con 15 años, lo abandonara.
Lo que ocurre es que mis sobrinas, no tienen ni tiempo, ni ganas, de que su tía se quedara a vivir con ellas. Pero,  como Teresa las había dicho, si me quedo a vivir con vosotras, puedo cuidar de la casa, y haceros compañía. Acaso no estamos solteras las cuatro, pues que mejor arreglo queréis hijas.
Teresa, ya no cumplía los sesenta. Era una mujer muy voluntariosa y como buena maña, trabajadora y decidida. Un buen día, siendo muy joven, abandonó su casa y su pueblo, y marchó a la capital a trabajar. No la fue difícil, encontró un bajo en alquiler, que la sirvió de vivienda y de tienda de chuches, revistas, cuentos, y otros. Era un chiringuito modesto y pequeño, que toda la vida la dio para comer y vivir bien, sin apuros. Y la vida se le fue. Cuando quiso recordar, pasaba de los sesenta y no se había comprometido con nadie.
Un mal día, el casero la comunicó al pasarla el recibo, Teresa, tienes seis meses para buscarte nueva vivienda, esta casa está que se cae, y yo con los alquileres que pagáis, no tengo ni para vivir, y no tengo más remedio que pedirte que te vayas, igual que todos los demás inquilinos.
La hecatombe estaba servida. Irse así, por las buenas, ningún vecino quería irse. La casa era mala, estaba en mal estado, pero pagaban tan poco…
En la reunión  de vecinos, alarmados por el aviso, que se efectuó dos días después, por unanimidad los vecinos decidieron aguantar. No marcharse ninguno, hacerse fuertes en la casa, cuanto más tiempo mejor.
 Porque los vecinos todos de origen humilde, aparte de convertirse en una piña para negarse a desalojar, ellos estaban seguros que después de 50 años alguna ley les protegería, ¡O no!
 Pero, la verdad fue que no señor, no. Nada evitaría  que se quedaran en la calle.  Pasaron seis meses y el dueño muy enfadado porque encima ya no le pagaban, les previno: estoy en tratos con una constructora, y está no se va a andar con remilgos como yo. Ya tendréis noticias  suyas. Y así fue. Un mes les dieron porque al mes siguiente llegaban las excavadoras y tirarían la casa.
 Teresa tenía tres sobrinas solteras con las que se llevaba muy bien, las comunicó que se quedaba en la calle y las pidió que le hicieran un huequito en su piso del barrio de Salamanca. Era un buen piso y ella sabía que sí tenían sitio, de manera que se  había hecho todo tipo de ilusiones. Las chicas ya talluditas, con muy buenos trabajos y su vida ya encarrilada, con amigos y amigas (un poco empingorotados para su gusto, se decía para sí), pero eran tan buenas… Ellas la escucharon en silencio, se miraron entre si… y la dijeron que tenían que hablarlo entre ellas, pero que no se preocupara que ellas la ayudarían.
La citaron en la cafetería donde solían reunirse una vez al mes, para hablar o ir al cine con la tía Teresa.
 Teresa llegó la primera como siempre y estaba tan nerviosa que no dejaba de girar su mejor sortija. Empezaba a sospechar que tal vez a las chicas  no las gustara tanto su idea. Ella no era ya más que una vieja corajuda y al fin, sus sobrinas eran unas señoritingas que vivían muy bien. Allí  llegaban las tres tan elegantes, veremos se dijo Teresa, ¡Hola chicas, qué  bien os veo! Se dieron los besos de rigor y ellas  bien, muy bien… tía, y tú que tal. Se sentaron en su mesa preferida y la mayor de las tres, sin más preámbulos, la dijo mirándola a los ojos- mira tía, nosotras a nuestra edad, ya tenemos muy elaboradas nuestras costumbres y hábitos en la casa y en la vida como para un cambio tan drástico. Tienes que entenderlo tía, pero hemos pensado que como tú no tienes para comprar o alquilar algo, se nos ha ocurrido que a ti en estas circunstancias te encantaría regresar a la casa del pueblo, la de los abuelos-. Ella quería replicar, pero no la dejaban. -De verdad tía que en casa no puede ser-. Apuntaba la pequeña.  
 -Mira tía, de verdad que a nosotras no nos importaría que tú ocuparas la casa y gratis tía. Nosotras te regalamos nuestra parte muy gustosas. ¿No te parece bien la idea tía?  De esta manera tú tienes tu casa y de ella nadie te podrá echar-.
Teresa tiene que contenerse para no soltarlas cuatro frescas, pero para qué, ellas de todas formas tampoco tenían la culpa de nada, así que balbuceó bueno… como sabéis no era esa mi idea pero si no me aceptáis con vosotras, no me queda más remedio, tendré que volver a casa. Se  tragó la hiel, se tomó el café como si estuviera estupendo y quedaron otro día, para despedirse y resolver los  temas de la casa del pueblo… y demás.
 QUIRÓN            

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