Terca,
tímida, y malhumorada, Teresa se bajó del tren en su pueblo.
Dio un
vistazo a su alrededor y murmuró: todo sigue igual, si ya lo sabia yo, cómo iba
a cambiar un lugar como este, tan alejado de toda civilización. Estaba igual
que cuando ella, con 15 años, lo abandonara.
Lo que
ocurre es que mis sobrinas, no tienen ni tiempo, ni ganas, de que su tía se
quedara a vivir con ellas. Pero, como
Teresa las había dicho, si me quedo a vivir con vosotras, puedo cuidar de la
casa, y haceros compañía. Acaso no estamos solteras las cuatro, pues que mejor
arreglo queréis hijas.
Teresa,
ya no cumplía los sesenta. Era una mujer muy voluntariosa y como buena maña,
trabajadora y decidida. Un buen día, siendo muy joven, abandonó su casa y su
pueblo, y marchó a la capital a trabajar. No la fue difícil, encontró un bajo
en alquiler, que la sirvió de vivienda y de tienda de chuches, revistas,
cuentos, y otros. Era un chiringuito modesto y pequeño, que toda la vida la dio
para comer y vivir bien, sin apuros. Y la vida se le fue. Cuando quiso
recordar, pasaba de los sesenta y no se había comprometido con nadie.
Un mal
día, el casero la comunicó al pasarla el recibo, Teresa, tienes seis meses para
buscarte nueva vivienda, esta casa está que se cae, y yo con los alquileres que
pagáis, no tengo ni para vivir, y no tengo más remedio que pedirte que te vayas,
igual que todos los demás inquilinos.
La
hecatombe estaba servida. Irse así, por las buenas, ningún vecino quería irse.
La casa era mala, estaba en mal estado, pero pagaban tan poco…
En la
reunión de vecinos, alarmados por el aviso,
que se efectuó dos días después, por unanimidad los vecinos decidieron
aguantar. No marcharse ninguno, hacerse fuertes en la casa, cuanto más tiempo
mejor.
Porque los vecinos todos de origen humilde,
aparte de convertirse en una piña para negarse a desalojar, ellos estaban
seguros que después de 50 años alguna ley les protegería, ¡O no!
Pero, la verdad fue que no señor, no. Nada
evitaría que se quedaran en la calle. Pasaron seis meses y el dueño muy enfadado
porque encima ya no le pagaban, les previno: estoy en tratos con una
constructora, y está no se va a andar con remilgos como yo. Ya tendréis
noticias suyas. Y así fue. Un mes les
dieron porque al mes siguiente llegaban las excavadoras y tirarían la casa.
Teresa tenía tres sobrinas solteras con las
que se llevaba muy bien, las comunicó que se quedaba en la calle y las pidió
que le hicieran un huequito en su piso del barrio de Salamanca. Era un buen
piso y ella sabía que sí tenían sitio, de manera que se había hecho todo tipo de ilusiones. Las chicas
ya talluditas, con muy buenos trabajos y su vida ya encarrilada, con amigos y
amigas (un poco empingorotados para su gusto, se decía para sí), pero eran tan buenas…
Ellas la escucharon en silencio, se miraron entre si… y la dijeron que tenían
que hablarlo entre ellas, pero que no se preocupara que ellas la ayudarían.
La
citaron en la cafetería donde solían reunirse una vez al mes, para hablar o ir
al cine con la tía Teresa.
Teresa llegó la primera como siempre y estaba
tan nerviosa que no dejaba de girar su mejor sortija. Empezaba a sospechar que
tal vez a las chicas no las gustara
tanto su idea. Ella no era ya más que una vieja corajuda y al fin, sus sobrinas
eran unas señoritingas que vivían muy bien. Allí llegaban las tres tan elegantes, veremos se
dijo Teresa, ¡Hola chicas, qué bien os
veo! Se dieron los besos de rigor y ellas
bien, muy bien… tía, y tú que tal. Se sentaron en su mesa preferida y la
mayor de las tres, sin más preámbulos, la dijo mirándola a los ojos- mira tía,
nosotras a nuestra edad, ya tenemos muy elaboradas nuestras costumbres y
hábitos en la casa y en la vida como para un cambio tan drástico. Tienes que
entenderlo tía, pero hemos pensado que como tú no tienes para comprar o
alquilar algo, se nos ha ocurrido que a ti en estas circunstancias te
encantaría regresar a la casa del pueblo, la de los abuelos-. Ella quería
replicar, pero no la dejaban. -De verdad tía que en casa no puede ser-. Apuntaba
la pequeña.
-Mira tía, de verdad que a nosotras no nos
importaría que tú ocuparas la casa y gratis tía. Nosotras te regalamos nuestra
parte muy gustosas. ¿No te parece bien la idea tía? De esta manera tú tienes tu casa y de ella
nadie te podrá echar-.
Teresa
tiene que contenerse para no soltarlas cuatro frescas, pero para qué, ellas de
todas formas tampoco tenían la culpa de nada, así que balbuceó bueno… como
sabéis no era esa mi idea pero si no me aceptáis con vosotras, no me queda más
remedio, tendré que volver a casa. Se tragó la hiel, se tomó el café como si
estuviera estupendo y quedaron otro día, para despedirse y resolver los temas de la casa del pueblo… y demás.
QUIRÓN
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