Un
domingo por la mañana decidimos adoptarla.
Habíamos
sopesado varias veces, los pros y los contras hasta que la decisión fue
unánime. Aprovechamos que mi hija estaba de campamento y quisimos darle la
sorpresa. Regalarle un perrito, algo que
llevaba pidiéndonos a cada dos por tres, desde que era pequeña.
Yo
era reacia a tal capricho. Cuando era niña, murió un primo mío con cinco años
de un quiste hidatídico, aunque ellos no tenían perro, pero aquello me marcó de tal forma, que tenía
hacia estos animales cierto rechazo y cuando se acercaba alguno a mí, me
retiraba enseguida de su lado
.
Parece
mentira cómo puedes cambiar de opinión. Por los hijos te prestas a todo y nunca
me arrepentí de la decisión que tomé.
Aquella
mañana, mientras desayunábamos mi marido y yo, maduramos la idea que llevábamos gestando desde hacía
días, y por fin nos decidimos. Nos fuimos al rastro en busca de una mascota que
nos gustara, no hacía falta que tuviera pedigrí, queríamos un perrito pequeño.
Al
llegar a la calle de los pájaros preguntamos donde podíamos conseguir un perro.
Un joven que nos oyó nos llevó hasta su furgoneta, la abrió y nuestra sorpresa fue impresionante al ver
ante nosotros una camada de cachorros a cuál más bonito. Dos meses tenían, no
sabíamos cual elegir, la verdad es que todos eran preciosos .Pero sí teníamos
claro que queríamos una hembra. Elegimos al azar y creo que elegimos bien.
La
perrita era un encanto. Tenía el morrito oscuro, las orejas grandes como un
gremly y una mirada en sus ojos que
parecía decir “necesito alguien que me quiera”, y decidimos darle todo nuestro
cariño.
Parece
que estoy viendo la cara de felicidad de mi hija cuando al llegar del
campamento, vio a su pequeña mascota. Nos abrazó a su padre y a mí dándonos las
gracias y rápidamente cogió a su perrita
diciéndole “eres preciosa, Lassie”. Desde ese momento Lassie pasó a formar
parte de la familia. Era muy juguetona, como todos los cachorrillos, y lista,
aprendió enseguida a controlar sus esfínteres y nunca se hizo nada en casa.
Lassie,
era una perrita cariñosísima con nosotros, pero con las personas que no conocía
era más bien arisca. Tenía una cosa muy peculiar, y es que cada vez que tenía
el celo, dos meses después, su cuerpo reaccionaba como si hubiera parido. Se le llenaban las tetitas de leche y agarraba todo lo que
tenía a su alcance: zapatillas, algún muñeco de mi hija, cualquier objeto que
ella fuera capaz de coger con la boca, y se lo llevaba a su cama, lo abrazaba
y lo amamantaba como si de cachorros se tratara. Resultaba enternecedor
verla en ese estado, estaba claro que
quería ser madre.
Decidimos
cruzarla por ver cumplido su deseo. Una mañana que la saqué a pasear, me crucé
con una señora que también paseaba a su perrito. Los dos animalitos se miraron,
y fue una atracción mutua la que
sintieron. Comenzaron a jugar coqueteando y saltando y no había manera de
separarlos para irnos a casa. Estaba claro que había surgido el flechazo, mi
perrita había encontrado a su Romeo.
Estuvimos
hablando las dos amas acerca de nuestras mascotas, y comentamos lo felices que
se les veía juntos, y decidimos
cruzarles. Eran de la misma raza y tamaño, mestizos los dos. El perro tenía el pelo un poco más rubio que
Lassie. Hacían una pareja perfecta. Nos dimos los teléfonos, para quedar cuando
Lassie tuviera el celo, y así lo
hicimos.
Cuando
llegó el momento, quedamos en el parque donde se habían conocido y cuando se
vieron corrieron el uno hacia el otro haciéndose un sinfín de arrumacos, hasta
que tuvieron su feliz encuentro, del cual Lassie quedó preñada.
A
los dos meses la preñez de Lassie llegó a su fin. Yo estaba muy asustada porque
el veterinario nos había dicho que los cachorros estaban mal colocados y que al
ser tan pequeña tendría dificultad para parir con lo cual seguramente habría
que hacerle la cesárea y con todo y eso la cosa estaba complicada. Me sentí
culpable por haberla cruzado y me acosté
aquella noche muy preocupada por lo que pudiera pasarle a mi perrita.
Eran
las tres de la mañana y no me podía dormir. Lassie dormía al lado de nuestra
cama desde que se había quedado preñada. Le habíamos preparado una especie de
cuna con una caja de cartón grande para el momento del parto. La sentí inquieta
y me levanté para ver que le pasaba. Estaba en posición como para defecar, la acaricié para que se tranquilizara y sin
un quejido parió a su primer cachorro. ¡Qué experiencia tan maravillosa! Llamamos inmediatamente a mi
hija para que contemplara con nosotros
el milagro de la vida.
Nos
sentamos los tres en la cama contemplando emocionados cómo venían al mundo cachorro tras cachorro,
mientras su madre, sin ningún quejido, los limpiaba con gran amor y ternura. Estuvo
toda la noche de parto. Parió seis precisos cachorritos de los cuales uno
murió. Al último tuvo que ayudarle mi hija a cortar el cordón umbilical. Estaba
extenuada la pobrecita y no tenía fuerzas.
Al
día siguiente mi casa fue un trasiego de visitantes para recrearse en el
feliz acontecimiento. La imagen de
Lassie amamantando a sus cachorros, inspiraba tanta ternura que cuando la miraba las lágrimas acudían a
mis ojos sin pretenderlo.
Lassie
hizo realidad su sueño, y para mi, verla parir fue ¡una experiencia
maravillosa!
LUNA
No hay comentarios:
Publicar un comentario