La cola llegaba hasta la esquina
del edificio. Debía ser buenísima la obra que se exponía en el museo. Me habían
hablado de un autor que esculpía con la imaginación sus trabajos. Por fin llegó
mi turno, enseñé mi entrada y me introduje en el mundo de la escultura
vanguardista.
La dejé sentada en su butacón, con todas
las cosas que pudiera necesitar a su alcance. El último ciclo la había dejado
extenuada y no tenía ganas ni de comer ni de moverse. Yo necesitaba respirar el
aire de ese día otoñal. La casa se me caía encima. Llevábamos muchos días
encerrados en ella.
La primera sala estaba dedicada a
representaciones mitológicas. Seres amorfos con títulos de dioses y leyendas
griegas. Había que echar imaginación para visualizar en nuestra mente una
figura que representara realmente a ese mito. Me resultó curiosa la sala.
A Marga le habían detectado un tumor en
el pecho. Pruebas, punciones, biopsias y, finalmente quimioterapia agresiva
para tratar de reducirlo. Los primeros ciclos acabaron con su pelo, sus
defensas y con su espíritu de lucha. La melancolía y el pesimismo anidaron en
su mente. Nada le interesaba de las pequeñas alegrías cotidianas que habíamos
forjado durante nuestro largo matrimonio.
Subí una escalera de mármol y florituras
en los pasamanos y alcancé la primera planta. Allí el escultor nos reflejaba
todo un mundo floral. Árboles, plantas, flores y raíces proliferaban en una
amalgama de pedruscos sin forma homogénea, en las que por el título, discernías
lo que quería representar.
Alguien me indicó que en un hospital
estaban probando un nuevo medicamento, aún sin homologar, en el que a la mitad
de los pacientes le aplicaban el nuevo fármaco, y a la otra mitad le daban un
placebo. Todo ello sin que los pacientes supieran a quien le daban una cosa u
otra. Agarrándonos a esa última esperanza, solicitamos la admisión a esa nueva
prueba.
Harto ya de estrujar mi ingenio para
encontrar cualquier parecido con la realidad, subí el último tramo de escalera,
expectante por que, al fin, en mi inculta imaginación, viera a primera vista el
sentido de alguna pieza expuesta. Esta planta estaba dedicada a figuras humanas
que representaban acciones de la Naturaleza.
La primavera, la tormenta, oleaje, etc. En el centro de la
sala había un busto de mujer, sin cabeza, llena de agujeros que, según su
título, era un “amanecer tranquilo”.
Ayer fuimos a los resultados finales de
la prueba del nuevo fármaco y nos indicaron que en unos días nos llamarían por
teléfono uno a uno, para indicarnos si había sido efectivo o no el nuevo
tratamiento.
Por más vueltas que le di a la figura,
no llegaba a descubrir por qué la había denominado así. Estiré el cuello y lo
miré desde todos los ángulos posibles. Finalmente me puse de cuclillas y, de
repente, lo descubrí. A través de los agujeros se filtraba una tenue luz que
emergía en el que estaba ubicado en el pecho de la figura.
Cuando llegué a casa, encontré a mi
mujer revolucionada y con energías renovadas. Con voz entrecortada me contó que
habían llamado del hospital y que el tumor había desaparecido. El medicamento
daba resultados y le habían asegurado que las secuelas del tratamiento eran muy
inferiores a las que los fármacos tradicionales producían. Comprendí que hay
que tener tesón y espíritu de superación ante las pruebas que la vida te va
poniendo.
Rabo
de lagartija
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