jueves, 19 de noviembre de 2015

La escultura





       La cola llegaba hasta la esquina del edificio. Debía ser buenísima la obra que se exponía en el museo. Me habían hablado de un autor que esculpía con la imaginación sus trabajos. Por fin llegó mi turno, enseñé mi entrada y me introduje en el mundo de la escultura vanguardista.

        La dejé sentada en su butacón, con todas las cosas que pudiera necesitar a su alcance. El último ciclo la había dejado extenuada y no tenía ganas ni de comer ni de moverse. Yo necesitaba respirar el aire de ese día otoñal. La casa se me caía encima. Llevábamos muchos días encerrados en ella.

        La primera sala estaba dedicada a representaciones mitológicas. Seres amorfos con títulos de dioses y leyendas griegas. Había que echar imaginación para visualizar en nuestra mente una figura que representara realmente a ese mito. Me resultó curiosa la sala.

        A Marga le habían detectado un tumor en el pecho. Pruebas, punciones, biopsias y, finalmente quimioterapia agresiva para tratar de reducirlo. Los primeros ciclos acabaron con su pelo, sus defensas y con su espíritu de lucha. La melancolía y el pesimismo anidaron en su mente. Nada le interesaba de las pequeñas alegrías cotidianas que habíamos forjado durante nuestro largo matrimonio.

        Subí una escalera de mármol y florituras en los pasamanos y alcancé la primera planta. Allí el escultor nos reflejaba todo un mundo floral. Árboles, plantas, flores y raíces proliferaban en una amalgama de pedruscos sin forma homogénea, en las que por el título, discernías lo que quería representar.

        Alguien me indicó que en un hospital estaban probando un nuevo medicamento, aún sin homologar, en el que a la mitad de los pacientes le aplicaban el nuevo fármaco, y a la otra mitad le daban un placebo. Todo ello sin que los pacientes supieran a quien le daban una cosa u otra. Agarrándonos a esa última esperanza, solicitamos la admisión a esa nueva prueba.

        Harto ya de estrujar mi ingenio para encontrar cualquier parecido con la realidad, subí el último tramo de escalera, expectante por que, al fin, en mi inculta imaginación, viera a primera vista el sentido de alguna pieza expuesta. Esta planta estaba dedicada a figuras humanas que representaban acciones de la Naturaleza. La primavera, la tormenta, oleaje, etc. En el centro de la sala había un busto de mujer, sin cabeza, llena de agujeros que, según su título, era un “amanecer tranquilo”.

        Ayer fuimos a los resultados finales de la prueba del nuevo fármaco y nos indicaron que en unos días nos llamarían por teléfono uno a uno, para indicarnos si había sido efectivo o no el nuevo tratamiento.

        Por más vueltas que le di a la figura, no llegaba a descubrir por qué la había denominado así. Estiré el cuello y lo miré desde todos los ángulos posibles. Finalmente me puse de cuclillas y, de repente, lo descubrí. A través de los agujeros se filtraba una tenue luz que emergía en el que estaba ubicado en el pecho de la figura.

        Cuando llegué a casa, encontré a mi mujer revolucionada y con energías renovadas. Con voz entrecortada me contó que habían llamado del hospital y que el tumor había desaparecido. El medicamento daba resultados y le habían asegurado que las secuelas del tratamiento eran muy inferiores a las que los fármacos tradicionales producían. Comprendí que hay que tener tesón y espíritu de superación ante las pruebas que la vida te va poniendo.


Rabo de lagartija


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