Julián era un hombre inquieto y
despegado. Caminaba errante de un lado para otro, con un carro del súper lleno
de sus pertenencias y, atados al carro con correas, le acompañaban tres perros haskins,
tan sucios y desaseados como el propio Julián. Olía mal, daba pena verle pero
él caminaba indiferente ocupando toda la acera, como si fuera el amo del mundo.
Un día, la policía le detuvo. En
el barrio por donde merodeaba, a los vecinos les molestaba verle sentado en las
aceras, dando de comer con las manos a los perros mientras él comía de la misma comida. O cómo después, se metían
en el jardín y dormían todos extendidos sobre el césped. En fin, que a Julián
le gustaba el barrio y lo utilizaba como su casa, y los vecinos cansados de sus
“desafueros” y falta de urbanidad, le
denunciaron.
Él se resistió, y gritó que
aquello era una injusticia, que él no se metía con nadie, pero no le sirvió. Le
llevaron a la comisaría y Asuntos Sociales se hizo cargo de él. Ellos querían ayudarle, protegerle, le decían aquellas
cacatúas. Deberías alojarte en el albergue, pero claro los perros…no, no podía quedárselos
ni sus enseres tampoco, le dijo la joven que le
hacia la ficha.
A Julián ya se le había pasado el susto y enfadado les gritó! Pero qué
os habéis creído vosotras, que me vais a reformar a mí! Pero si me escapé de
casa a los quince por no aguantar las órdenes de mi padre, y he llegado hasta
aquí, trapicheando o trabajando en algún momento de flaqueza. Quizás se os
ocurrió que yo cambiaría mi vida de libertad por una ducha, un jergón y los
ronquidos de tantos piojosos almacenados, como tenéis albergados. ¡Ca, no Sr. Esa
vida no es para mí!
Mira niña, la dijo a su
interlocutora, pude volver a casa, mi madre me lo suplicaba y yo lo sentía por
ella, pero mi vida es el camino. He recorrido España con mis perros y mi
mochila, siempre ligero de equipaje. No hay monumento, o sociedad que no
conozca. Mi vida es mirar y admirar y mis ojos, están llenos de bellezas
inconmensurables, nada como dormir mirando al cielo, entre el calor de mis
perros. Claro que a la vez, he visto todas las miserias del infierno y eso sin
alejarme mucho.
Cuando la nieve o el agua arrecian,
y me obligan a resguardarme entre lo que vosotros llamáis “la escoria de la
sociedad” en los túneles o sótanos, estos están a rebosar de enfermos y heridos
lacerados, muriéndose a cachos, pero a esos no los ven, y no los denuncian, así
que vosotros tampoco les ayudáis. Pero a mí, que no quiero nada de nadie, que
con mis perros nunca paso frío, que sé donde darles de comer y ellos cuidan de
mí igual que yo cuido de ellos.
Que los vecinos de este barrio me
han denunciado, pues vale, me largo de aquí y en paz. Ud. no se preocupe de mí,
que yo estoy bien.
Sabe lo que les sucede a estas
gentes, que tienen (y sonríe sardónicamente) miedo, miedo de mí se entiende.
Ellos, todo lo que no sea igual a ellos, les da miedo.
No, no crea que es que se
compadecen de mí porque carezca de todo, quieren que Ud. me atienda para no
verme. Ellos consideran que han triunfado, y su recompensa es vivir rodeados de
cosas. Ellos son útiles, sirven a la sociedad. Pero yo soy libre y capaz de
vivir por mi cuenta, sin recibir órdenes, ni seguir las normas que la sociedad
impone.
A mí que más me da que estos
escrupulosos vecinos se pasen el día trabajando malhumorados, para ganar más y
tener tantas cosas. Yo paso, no los necesito ni a Ud. tampoco.
Y Julián salió, cogió sus
bártulos, los perros le rodearon dando saltos de contento y desaparecieron
doblando la esquina.
Quirón
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