sábado, 28 de noviembre de 2015

Libertad sin ira... libertad






Julián era un hombre inquieto y despegado. Caminaba errante de un lado para otro, con un carro del súper lleno de sus pertenencias y, atados al carro con correas, le acompañaban tres perros haskins, tan sucios y desaseados como el propio Julián. Olía mal, daba pena verle pero él caminaba indiferente ocupando toda la acera, como si fuera el amo del mundo.
Un día, la policía le detuvo. En el barrio por donde merodeaba, a los vecinos les molestaba verle sentado en las aceras, dando de comer con las manos a los perros mientras él comía  de la misma comida. O cómo después, se metían en el jardín y dormían todos extendidos sobre el césped. En fin, que a Julián le gustaba el barrio y lo utilizaba como su casa, y los vecinos cansados de sus “desafueros” y falta de urbanidad,  le denunciaron.
Él se resistió, y gritó que aquello era una injusticia, que él no se metía con nadie, pero no le sirvió. Le llevaron a la comisaría y Asuntos Sociales se hizo cargo de él.  Ellos querían  ayudarle, protegerle, le decían aquellas cacatúas. Deberías alojarte en el albergue, pero claro los perros…no, no podía quedárselos ni sus enseres tampoco, le dijo la joven que le  hacia la ficha.
A Julián ya se le había  pasado el susto y enfadado les gritó! Pero qué os habéis creído vosotras, que me vais a reformar a mí! Pero si me escapé de casa a los quince por no aguantar las órdenes de mi padre, y he llegado hasta aquí, trapicheando o trabajando en algún momento de flaqueza. Quizás se os ocurrió que yo cambiaría mi vida de libertad por una ducha, un jergón y los ronquidos de tantos piojosos almacenados, como tenéis albergados. ¡Ca, no Sr. Esa vida no es para mí!
Mira niña, la dijo a su interlocutora, pude volver a casa, mi madre me lo suplicaba y yo lo sentía por ella, pero mi vida es el camino. He recorrido España con mis perros y mi mochila, siempre ligero de equipaje. No hay monumento, o sociedad que no conozca. Mi vida es mirar y admirar y mis ojos, están llenos de bellezas inconmensurables, nada como dormir mirando al cielo, entre el calor de mis perros. Claro que a la vez, he visto todas las miserias del infierno y eso sin alejarme mucho.
Cuando la nieve o el agua arrecian, y me obligan a resguardarme entre lo que vosotros llamáis “la escoria de la sociedad” en los túneles o sótanos, estos están a rebosar de enfermos y heridos lacerados, muriéndose a cachos, pero a esos no los ven, y no los denuncian, así que vosotros tampoco les ayudáis. Pero a mí, que no quiero nada de nadie, que con mis perros nunca paso frío, que sé donde darles de comer y ellos cuidan de mí igual que yo cuido de ellos.
Que los vecinos de este barrio me han denunciado, pues vale, me largo de aquí y en paz. Ud. no se preocupe de mí, que yo estoy bien.
Sabe lo que les sucede a estas gentes, que tienen (y sonríe sardónicamente) miedo, miedo de mí se entiende. Ellos, todo lo que no sea igual a ellos, les da miedo.
No, no crea que es que se compadecen de mí porque carezca de todo, quieren que Ud. me atienda para no verme. Ellos consideran que han triunfado, y su recompensa es vivir rodeados de cosas. Ellos son útiles, sirven a la sociedad. Pero yo soy libre y capaz de vivir por mi cuenta, sin recibir órdenes, ni seguir las normas que la sociedad impone.
A mí que más me da que estos escrupulosos vecinos se pasen el día trabajando malhumorados, para ganar más y tener tantas cosas. Yo paso, no los necesito ni a Ud. tampoco.

Y Julián salió, cogió sus bártulos, los perros le rodearon dando saltos de contento y desaparecieron doblando la esquina. 

Quirón        

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