Sonia, dando tumbos, se dirige al
servicio. Al entrar su rostro se refleja en el espejo y exclama ¡tía, vaya
careto que tienes al levantarte! Qué quieres hija no consigo acostumbrarme a
verme a mí misma a estas horas sin asustarme.
Te das cuenta espejo, espejito
amigo, que a pesar de los años mis primeras sílabas siempre van dirigidas a ese
otro yo, que tu me devuelves sobre tu azogue, y que siempre plantea las
primeras quejas del día. Sonia acerca su rostro al espejo, se quita la legaña,
mira el blanco de sus ojos, como buscando algo, saca la lengua y exclama ¡uff
que asco, parece de estropajo! Es como su primer diagnóstico de que todo está
normal. ¡Ey amigo! Seguro que cuando me manduque mi fruta, tres rebanadas de
pan tostado y pringado con aceite de ajo, con mi cuenco de cereales y café con
leche, estaré lista para empezar la mañana como debe de ser. Sonríe al espejo y
con un ¡hasta luego!, seguiremos charlando, sale del servicio.
Sonia hace las camas, pasa la aspiradora,
recoge un poco y se pone el chándal y las zapatillas. Vuelve al servicio, lo
utiliza, se pasa el cepillo por el pelo, se retoca los labios y mirando su
imagen sonríe diciendo, esto está mucho mejor, a que sí, le dice al espejo,
ahora me voy a correr.
Una hora después regresa a casa
Sonia sudando, pero pletórica de energía. Una ducha y lista para poner su
imagen mojada, pero satisfecha, ante el antagonista mudo de sus parloteos,
cuitas o confidencias, que de todo ha habido después de tantos años, ¿verdad
espejito? Si tú no me engañas, es que los años no pasan en balde. ¿Dónde va a
parar aquella cara de dieciséis o diecisiete abriles con esta de la sesentona?
No hay comparación posible.
En aquel tiempo me esperaba el
porvenir al que yo, inconsciente, esperaba sin recelo y sin prisas. Para mí
todo era de color de rosa, aunque trabajaba muchas horas y cuando volvía a
casa, siempre tenia cara de cansada (eso decía mi madre, que se quejaba de que
nos explotaban) Sonia frente al espejo peinándose, sigue charlando. Tú siempre
fuiste mi consejero, allí donde dejaba mis cuitas, y no es que no tuviera con
quien hablar, con cinco hermanos y mis padres, pero… bien al contrario necesito
estar sola con mis pensamientos y pensar en voz alta de mis cosas.
Recuerdas, por aquel tiempo, yo
andaba pez en cuestiones de política. Vivía tranquila y contenta trabajando,
yendo mucho al cine y los domingos por la tarde a bailar. Cómo me gustaba
bailar y cantar, también me gustaba mucho cantar.
Un día, al salir de trabajar, me
llevé un susto terrible, porque por el centro de Madrid, que era por donde
trabajaba, la gente corría y detrás “los grises” con las porras, pegaban a
diestro y siniestro dejando en la calle a gente encogiéndose por los golpes y
tratando de meterse en un portal.
Nosotras salíamos de trabajar,
cuando una volvió corriendo y así se salvó de los golpes. Ya no salimos, nos
volvimos y lo comentamos con la encargada, que puso la radio. Por ella supimos,
que los estudiantes, habían “provocado a la policía”, pero que todo el problema
estaba en La
Ciudad Universitaria , en el centro eran grupos aislados, y la
población debía estar tranquila, “ya que aquello, eran cosas de niños ricos,
que en vez de estudiar, se dedicaban a alterar el orden público”.
Y nosotras que no sabíamos de la
misa la media, (en casa no se hablaba de política), criticamos a los hijos de
papá por tener tantas ganas de líos. Si estuvieran tan cansados como nosotras,
seguro que no buscaban tanta camorra, pensábamos. Y nosotras tan buenecitas y asustadas
llegamos a casa a contarlo, y según llegaban mis hermanos, daban nuevas
noticias de aquella revuelta estudiantil que nos tuvo unos días en ascuas a
todos.
El desorden, allá por el año de
gracia de 1956-58, no se daba, aunque en el trabajo, y en voz baja se comentara
que a algún “fulano comunista” le habían agarrado, y lo tenían en los sótanos
de Gobernación para interrogarle.
Pasado un tiempo, otro rumor solía
aparecer para comunicar, que aquel “fulano que cogieron días atrás” para
interrogarle se había caído a la calle
desde determinada ventana de un séptimo piso. Cosas que ahora recuerdo,
pero que entonces no tomaba en cuenta.
Ves espejo, las ojeras de la
quinceañera eran de trabajar muchas horas y del amor de su madre, las huellas
de ahora son la labor lenta y laboriosa
de tantos años vividos felizmente, de algunas esperanzas rotas que también las hubo, de tantas emociones
consumidas, de tantos malos ratos olvidados, de tanto anhelo por vivir, de
tantos cambios absorbidos, y cuantos queden por vivir, pues ya te los iré
contando, ¡vale majo!
Quirón
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