Llega
el ocaso de la tarde, voy a salir a pasear. Necesito sacarme de encima lo
cotidiano, lo de todos los días, las mismas faenas reiterativas, que a veces
las haces con desgana, desidia y aburrimiento.
Me
preparo para andar. Me pongo el chándal y las zapatillas, atuendo que
generalmente todos llevamos para hacer deporte. Llamo a mi hija y salimos
presurosas, con el ánimo dispuesto para darlo todo. Nos acoplamos una al paso
de la otra, procurando no entorpecernos en el andar, pues a veces, charlamos
con vehemencia y euforia, y eso hace que pierdas el ritmo y te descontroles
mientras caminas, y tropiezas.
Muchos días me siento predispuesta a poner mis
cinco sentidos en todo lo que la vida me ofrece, como ver los almendros en
flor, tan bonitos en esta estación como es la primavera. Dejarse endulzar la
vista por el colorido de la naturaleza. Sentarte en la orilla del camino, en la
hierba descalzarte, mirar el azul del cielo, que nunca antes lo habías visto
tan intenso. Abrir tus pulmones y dejar que el aire traspase todos los poros de
tu piel. Contemplar a los niños jugando por el parque, con sus risas ingenuas y
su mirada limpia. Y relajarme en la penumbra de la tarde, dejando volar mis
pensamientos. Y que cada uno de ellos vaya a su destino, es como si una nueva
energía te hiciera sentir más viva y receptora a todo lo venidero.
Me
satisface ver como un simple paseo, es capaz de hacerte reflexionar y disfrutar
de las maravillas que te ofrece la vida.
Blanca
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