Durante
la noche había estado lloviendo incesantemente, lo que nos llevaba a pensar a
que quizás tendríamos que suspender el viaje que habíamos organizado realizar
al día siguiente, pero según iban pasando las horas la lluvia se fue alejando,
dejando paso a una mañana donde el sol imponía su reinado.
Después
de desayunar, y una vez comprobadas las maletas, nos dirigimos hasta donde
estaba estacionado el coche. Una vez tuvimos colocado el equipaje emprendimos
la marcha.
El lugar donde nos dirigíamos era el
pueblo natal de mi madre, situado en un lugar de La Mancha , y donde también tuvieron lugar una parte de mis
vivencias infantiles. Ahora, después de años de ausencia, regresaba de nuevo a
él y me preguntaba qué quedaría de lo que mi mente recordaba de aquel tiempo.
El
coche proseguía su marcha. A lo lejos se divisaba una casona, según nos íbamos
acercando pudimos comprobar que se trataba de la Venta de Don Quijote, cuya
entrada la franqueaban las estatuas de hierro del hidalgo caballero y su
inseparable y fiel escudero, que invitaban a todo aquel que llegaba hasta el
lugar a entrar en su interior y descubrir el mágico mundo de los tiempos.
Después
de recorrer el lugar y ver todo lo que
lo rodeaba, volvimos a continuar nuestro viaje.
Continuaba
nuestra marcha cuando, en lo alto del monte que se divisaba en la distancia, se
podían ver cinco blancos molinos de viento que miraban como fieles guardianes
al pueblo que se situaba debajo de ellos. Al volver a verlos, recordaba las
veces que los había contemplado junto a mi abuela, cuando me llevaba hasta el
pueblo que tenía frente a mí. El recorrido hasta él lo hacíamos caminando, nos
separaban 5 Km .
Cuando divisábamos los molinos sabíamos que pronto llegaríamos hasta el lugar.
Una vez allí, cuando mi abuela había terminado lo que tenía que hacer en este
pueblo, me llevaba a la pastelería situada en el centro de la plaza y de donde
salía un dulce olor, y entrando en ella me compraba una golosina que yo
saboreaba, mientras nos dirigíamos, esta vez, a coger el coche de línea que nos
llevaría de regreso a casa
.
Tan
distraída estaba en mis pensamientos que tuvieron que avisarme que estábamos
llegando. Allí frente a nosotros la
cuesta y detrás los tejados de las casa del pueblo. Al tomar el desvió que nos
conducía hasta su interior me preguntaba: ¿Cuantas personas de mi infancia
seguirían en el lugar? ¿Me hablarían sus calles de mis pasos infantiles?
Cuando
aparcamos el coche en la plaza, salí de él dispuesta a
recorrer sus calles y recuperar por unas horas los recuerdos de aquel tiempo en
aquel lugar.
En un
lugar de la Mancha
de cuyo nombre sí quiero acordarme…
I R I S
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