domingo, 15 de mayo de 2016

En un lugar de La Mancha...





            Durante la noche había estado lloviendo incesantemente, lo que nos llevaba a pensar a que quizás tendríamos que suspender el viaje que habíamos organizado realizar al día siguiente, pero según iban pasando las horas la lluvia se fue alejando, dejando paso a una mañana donde el sol imponía su reinado.

            Después de desayunar, y una vez comprobadas las maletas, nos dirigimos hasta donde estaba estacionado el coche. Una vez tuvimos colocado el equipaje emprendimos la marcha.

            El lugar donde nos dirigíamos era el pueblo natal de mi madre, situado en un lugar de La Mancha, y  donde también tuvieron lugar una parte de mis vivencias infantiles. Ahora, después de años de ausencia, regresaba de nuevo a él y me preguntaba qué quedaría de lo que mi mente recordaba de aquel tiempo.

            El coche proseguía su marcha. A lo lejos se divisaba una casona, según nos íbamos acercando pudimos comprobar que se trataba de la Venta de Don Quijote, cuya entrada la franqueaban las estatuas de hierro del hidalgo caballero y su inseparable y fiel escudero, que invitaban a todo aquel que llegaba hasta el lugar a entrar en su interior y descubrir el mágico mundo de los tiempos.

            Después de recorrer el  lugar y ver todo lo que lo rodeaba, volvimos a continuar nuestro viaje.

            Continuaba nuestra marcha cuando, en lo alto del monte que se divisaba en la distancia, se podían ver cinco blancos molinos de viento que miraban como fieles guardianes al pueblo que se situaba debajo de ellos. Al volver a verlos, recordaba las veces que los había contemplado junto a mi abuela, cuando me llevaba hasta el pueblo que tenía frente a mí. El recorrido hasta él lo hacíamos caminando, nos separaban 5 Km. Cuando divisábamos los molinos sabíamos que pronto llegaríamos hasta el lugar. Una vez allí, cuando mi abuela había terminado lo que tenía que hacer en este pueblo, me llevaba a la pastelería situada en el centro de la plaza y de donde salía un dulce olor, y entrando en ella me compraba una golosina que yo saboreaba, mientras nos dirigíamos, esta vez, a coger el coche de línea que nos llevaría de regreso a casa
.
            Tan distraída estaba en mis pensamientos que tuvieron que avisarme que estábamos llegando. Allí  frente a nosotros la cuesta y detrás los tejados de las casa del pueblo. Al tomar el desvió que nos conducía hasta su interior me preguntaba: ¿Cuantas personas de mi infancia seguirían en el lugar? ¿Me hablarían sus calles de mis pasos infantiles?

            Cuando aparcamos el coche en la plaza, salí de él dispuesta a recorrer sus calles y recuperar por unas horas los recuerdos de aquel tiempo en aquel lugar.

            En un lugar de la Mancha de cuyo nombre sí quiero acordarme…


I R I S

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