Un antiguo fragor
batallador de frases y palabras entontecieron los sentidos ciudadanos, que
quedaron como acorchados por tanta
palabrería rápida, leve, de contenido
turbio, para quien confiaba en políticos salidos de la Transición. Así
nos mantenían, en una fatua posición del estado de bienestar, de la que nos
apearon en marcha y sin avisar para que nos estrellásemos.
En estos días de primavera de 2016, cuando agobiados y
cabreados nos relatan por todos los medios, las milongas del caso Púnica. La
última borrachera de esa ristra
interminable de corrupciones y grandes chorizadas, nos habíamos situado
en la etapa del escándalo y la indignación. Con los casos de Gürtel, Malaya,
Palma Arena, Nóos, ERE, Palau, preferentes, tarjetas black, Rato, Bárcenas, e incontables
cargamentos de basuras más.
El
shock de la crisis se volvía estupor ante el descarado vuelo de la rapiña, en
un paisaje de recorte social y
empobrecimiento. Habíamos asistido al
esperpento del auto de fe del juez
Garzón. Para regocijo de corruptos y carcamales, te quedabas perpleja al ver
que algunos cargos políticos, imputados en expolios del patrimonio público,
eran jaleados a la puerta de los juzgados. Pero era un espejismo: la mayoría de
la gente estaba realmente harta. Al límite
.
De pronto, hubo un momento que salió a la superficie esa
realidad oculta: la mayoría social no era indiferente, no aceptaba la
suspensión de la conciencia. La mayoría podía valorar positivamente la Transición , pero no que
se la utilizase como tapadera del conformismo corrupto.
En está clave de humor sutil, que germina en lo frágil como
una arquitectura de la inteligencia, creo
que en España hemos llegado a la preocupante fase histórica de contar chistes y reírse sin parar. Esto me recuerda a J. Antonio y sus chistes.
Dos ejemplos: Castelao, “en una de sus viñetas cuenta como
una madre enfadada le dice a su hijo ¿Por qué no quieres ir nunca a la escuela?
Y él responde “porque siempre me preguntan lo que no sé”. Y la otra es, “Sobre un zar ruso que quiere imponer un
nuevo impuesto a unos poblados judíos, y envió a su consejero a alguno de esos
poblados para observar la reacción. El informador regresó con datos muy
preocupantes: la gente estaba muy indignada, lo consideraba un abuso. El zar
decidió duplicar el impuesto. Y el consejero regresó con un informe
sorprendente. La gente hacia chistes y todo el tiempo se reía del zar
insaciable, y de los abusos de los mandamases. El zar, después de pensarlo,
reaccionó preocupado: “Si están haciendo chistes, dejemos las cosas como están.
No se les va a poder sacar ni un rublo
más
.
Quizás el Gobierno podía mirarse en el zar, no sea
que nos dé por hacer chistes y reír.
QUIRÓN
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