jueves, 29 de octubre de 2015

Mileuristas por amor





Llevaban cinco años conviviendo juntos cuando Carlos y Sara se casaron.

Se conocieron en la facultad, y se entendieron tan bien desde el principio, que el tiempo que pasaban juntos era una gozada y se les hacía cada día más imprescindible prolongarlo, no tenerse que separar. Tuvieron que esperar, ser responsables.

 Perteneciendo a familias obreras y sin trabajar, no les quedaba otra que esperar a licenciarse y, después, después, la vida sería toda suya.

 Nada más terminar magisterio Carlos, habló con Sara, a la que aún quedaba un año para terminar. Mira amor, yo no aguanto más, si consigo trabajo te vienes a vivir conmigo. Bueno, bueno, Sara le saltó al cuello y casi lo tira de espaldas, por algo la chica era tan alta como su chico y tenía muy buen andamiaje.

Estaba claro, alquilaron un cuchitril, y como el sueldo de Carlos no daba para más, comían con unos u otros padres y por las noches pan cebolla y mucho, mucho, amor.

Fue un año duro, pero paso volando. Sara, terminó su carrera, se puso a trabajar y aportando su menguado sueldo al de  Carlos, comenzaron su andadura con su mejor empeño.

Cambiaron de piso, de trabajo, estudiaron sin tregua para opositar año tras año. Querían colocarse en consonancia con sus estudios y poder desarrollar aquello para lo que mejor preparados estaban. Pero en esto la suerte les era adversa, y les dio la espalda. Tanto esfuerzo, tantos años de estudios, y después de intentarlo cinco años, se rindieron a la evidencia.

A ver, tenían trabajo los dos, vivían relativamente bien, pero añoraban tener hijos. Pero claro, oposiciones e hijos, no podía ser. Así que, fuera oposiciones y a ser felices.  Nunca pensaron en casarse, no lo necesitaban para nada, ni siquiera lo mencionaron.

Sara se quedó embarazada, y un sábado por la mañana en la cama, abrazada a su chico le susurró: Carlos, tengo un antojo. Él la miró y ella mimosa continuó: quiero casarme y que nuestro hijo nazca dentro de la legalidad, como lo hace dentro de nuestro amor.

 Dos meses más tarde, en el salón de actos de un Ayuntamiento del cinturón rojo de Madrid, se casaron Carlos y Sara, con la compañía de sus familias y amigos.

Siempre tuvieron la mejor compañía, su amor. Ahora también el de Mario. Y Mario fue para ambos la releche. Un lazo indisoluble que los mantiene más unidos que nunca, que los transita de emoción y ternura y los colma de felicidad.


 Quirón

miércoles, 28 de octubre de 2015

Amor sin fronteras





            Su sonrisa abierta, espontánea y natural me desarmó. Yo venía con el ánimo predispuesto a fajarme en una lucha dialéctica que pusiera en claro mi disconformidad total a sus ideas liberales de lo que era una relación de pareja.

            Unos meses antes habíamos coincidido en una marcha solidaria por la erradicación de la pobreza. Ella lucía su melena dorada al viento, su ímpetu juvenil al cantar las consignas establecidas por los organizadores, su elasticidad al caminar junto a los demás. Algo en ella me atrajo, por no decir todo. Traté de ponerme a su lado y entablar una conversación, referida al motivo de la marcha, que diera pie a que nos conociéramos un poco más y ver si de alguna manera se fijaba en mí. Hablamos, criticamos a los ricos, vilipendiamos a los políticos, acusamos a los insolidarios, proclamamos la igualdad de derechos de todos los seres humanos y, en un momento dado, nos presentamos el uno al otro e indagamos en nuestros gustos, ideales, y proyectos de futuro.

            Aquello dio pie a que coincidiéramos otras veces en reuniones de colectivos y otras manifestaciones. Quedábamos en algún punto para ir juntos a los acontecimientos. Intimamos. Nos conocimos más a nivel del intelecto y de la piel. Estábamos a gusto juntos y coincidíamos en muchos de nuestros sueños. Nos probamos como pareja estable y, al principio funcionó.

            A pesar de nuestra buena relación, poco a poco fui comprobando que ella tenía un espíritu libre, que la hacía abrirse a todos los que la conocieran, sin cortapisas y de una forma natural. Siempre he tenido la convicción del respeto a la libertad individual del ser humano. No he tolerado nunca el sentido de posesión o de menosprecio y manipulación de una persona a otra, por el hecho de ser pareja. El formar una pareja no es una obligación, es una decisión voluntaria entre dos personas que desean compartir sus sueños y sentimientos, siempre desde el respeto mutuo.

            Dicho esto, tengo que reconocer que algunas de las mariposas que revoloteaban en mi estómago, debieron chocar entre ellas, descolocándome al percibir como abría los brazos a diestro y siniestro mi pareja y cómo se arrebujaban entre ellos toda clase de personas. Reconozco que no hacía excepciones de sexo, condición o edad. Yo pensaba que en la pareja dejaba de existir el tú y yo y nacía el nosotros. Mi pareja conjugaba el verbo amar no sólo en la primera persona del plural, sino en todas ellas.

            En este momento, al ver su sonrisa, me doy cuenta de que la culpa de lo que siento al verla actuar así, la tengo yo por no ser capaz de repartir mi amor como hace ella, y concentrarlo egoístamente en una sola persona. También me ha hecho recapacitar en el sentido que a las personas no hay que tratar de cambiarlas sino amoldarse a ellas y aceptarlas como son.

Rabo de lagartija

El árbol de la vida





                                               Tronco, ramas y raíces.
Hojas de amor y esperanza.
Fuente de vida y nostalgia,
de mil recuerdos felices.

Murió el tronco, aún lleno de savia,
quedando sus ramas desoladas.
Cinco brotes de amor y de cariño,
lloraron su adiós desconsoladas.
Las cinco siguieron su camino,
siempre unidas como una enorme piña.
Porque el alma del árbol vive en ellas,
y abrazan su recuerdo cada día.

Un día gris, uno de sus brotes
voló a otros lares a buscar fortuna.
Se soltó de las ramas y del bosque,
en busca de otro cielo y otra luna.
Esperaron durante algunos años
a que la tierna rama regresara.
Pero nunca volvió a sus raíces,
y penaron la ausencia de la rama.

Poco tiempo después la más pequeña,
se hirió frágilmente hasta romperse.
No hubo modo de curar su herida,
se fue marchitando lentamente,
hasta que un día cruel quedó sin vida.


                                               Estoy triste, me duelen las ausencias
de todos los amores que he perdido.
La rama de más edad del árbol,
quebró su corazón… se nos ha ido.
Se ha marchado valiente y cariñoso,
abrazando a sus seres queridos,
dejando su sonrisa entre nosotros.

Sólo quedan dos ramas de aquel árbol,
que en un tiempo respiraba pleno.
Pleno de amor, de risas, de alegría,
árbol de vida repleta de recuerdos.
Recuerdos que calmarán mi pena,
y me harán vivir bellos momentos.
Porque quiero mirar al horizonte,
sin olvidar nunca a los que se fueron.


Luna

El tren que se fue




        ¿Vas a dejarlo pasar? Esta pregunta me hace reflexionar y darme cuenta que, en determinados momentos de mi vida, quizás por mis pocos años, por diferentes motivos, por falta de valentía o por condicionantes que hoy ya no existen, haya dejado pasar el tren que podría haberma cambiado la vida.

         Recuerdo que con quince años, tuve la oportunidad de ir a la capital y poder estudiar, que era mi sueño, algo que siempre tenía escondido porque lo veía irrealizable, por la situación económica que había en casa. Pero también es cierto que no hice nada por conseguirlo. Era más fácil anclarme en los inconvenientes que podía haber, que luchar por aquello que quería. Por otro lado, tampoco tuve apoyos familiares. No porque no quisieran mi bien, si no que en esa época a la mujer se la veía más como una ama de casa, que tener una carrera. Sobre todo en el estatus que yo me desenvolvía.

         Por consiguiente, dejé pasar mi tren. Sin embargo quiero decir que mi vida ha sido plena, con los contratiempos y sinsabores que todos tenemos a lo largo del camino, pero he podido realizarme en lo que estaba a mi alcance, ya que en mi entorno familiar nunca tuve cortapisas. Al contrario, me animaban a que hiciera aquello que me diera la felicidad.

Así que, con el paso del tiempo, me he dado cuenta que, dependiendo de la edad y circunstancia en que se te presente la ocasión, y si tienes bastante madurez para saber si las oportunidades que te da la vida quieres cogerlas o dejarlas pasar.


Blanca

El sueño




Cada día transitaba por la misma calle camino de su casa. Iba cabizbajo, pensando en la noticia que había corrido como  pólvora por la fábrica,  que iba a haber reducción de plantilla. Tan distraído iba que no reparó  que cruzaba la calle con el semáforo en rojo. El sonido  de un claxon y la voz chirriante del conductor que había frenado frente a él, le hicieron volver a la realidad. Tras unos minutos de vacilación miró al hombre que le encrespaba y pidiéndole disculpas se alejó del lugar.

Cuando  el hombre llegó a casa, contó a su mujer la mala noticia que habían anunciado en la empresa y también  cómo había estado a punto de sufrir un atropello, al no ver que el semáforo estaba en rojo, la mujer pasándole un brazo por los hombros le llevó hasta la cocina donde estaba preparando la comida. Una vez allí, se sentó junto a la mesa y encendió  el televisor. Al otro lado de la pantalla los anuncios se llenaron de productos navideños que indicaban que llegaba la Navidad. Entre los anuncios había uno que sobresalía de los demás, la imagen de una angelical joven de ojos trasparentes y cabellos flotando al viento le miraba fijamente,  ofreciéndole un décimo de lotería con un número invisible al tiempo que le decía” ¿LO VAS A DEJAR ESCAPAR?” Después la imagen se alejó dejando una estela de luces. Sin pensarlo un instante, se levantó de la silla y se dirigió hasta la puerta al tiempo que le indicaba a la mujer que volvería en unos minutos. Al salir de casa el hombre echó mano al bolsillo donde estaba el monedero, allí no estaba. Con las prisas, se había dejado la cazadora en casa  y en ella el monedero, por lo que le obligó a volver en su búsqueda. Mientras, no dejaba de recordar la imagen de la joven de ojos cristalinos y dorados cabellos,  al tiempo que se preguntaba si todo aquello había sido realidad o era fruto del deseo que cada año, cuando llegaban estas fechas, pedía. No lo sabía, tan solo sentía que tenía que obedecer  aquellas palabras que le decían”¿ LO VAS DEJAR ESCAPAR?”

Iris


sábado, 24 de octubre de 2015

No hay marcha atrás





¿Vas a dejarlo pasar?  No. Elisa estaba eufórica, llena de una satisfacción tan grande que no podía contener la alegría. Esta era una ocasión única y ella tenía que decidirse y salir corriendo a su encuentro. ¿Que era necesario dejarlo todo de repente, ahora y sin pensarlo?, pues eso haría.  Su rostro se nubló un instante y con un gesto de la mano desechó el inoportuno recuerdo. Nada de mirar atrás. Si él la seguía queriendo. Si con cada llamada él la reclamaba de nuevo. Si ella había sufrido los tormentos del infierno por no seguir a Jaime, cuando aburrido de no encontrar trabajo se empeñó en emigrar. Aquella cobardía  la había robado un año de su vida en común.

Jaime,  persiguiendo su sueño tuvo que hacer de todo en Australia para salir adelante y lo había conseguido. Ahora Elisa  no volvería a escuchar los mismos lamentos ni las quejas de su familia, que escuchó cuando Jaime partió en pos de un sueño que aquí no encontró.

            Toda la familia al unísono: Pero Elisa, tan lejos y sin trabajo, mira hija si se quiere ir él que se valla, pero cariño si tú tienes un buen trabajo, si tú aquí lo tienes todo. casa, trabajo, padres y hermanos que te quieren. Si él te quisiera se quedaría aquí contigo a tu lado buscando algo.... Vamos cariño, la decía su madre abrazándola, no te vayas… y se quedó.

            Elisa movió con energía la cabeza como desechando aquellos pensamientos y metiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta, sus dedos tomaron contacto con todos los euros que necesitaba para el billete y volar a las antípodas. En Sidney la estaría esperando Jaime, el hombre de su vida, un mes más tarde. ¡Y caía en domingo!.

Avanzaba decidida y segura por la acera de los pares de Conde de Peñalver, donde estaba la agencia de viajes. Días atrás había estado consultando con Ana, la joven que escuchándola la proporcionó el viaje que ella necesitaba para trasladarse a Australia. Había  llegado a la agencia de viajes, entró y desde el mostrador, Ana que atendía a otras personas, la sonrió y con un gesto la indico que enseguida estaría con ella.

Se sentó. Estaba relajada y tranquila. Después…,  después  ella sería feliz.


Quirón

Regreso a la rutina




        El cielo está cubierto de nubes. Estoy leyendo tranquilamente en la terraza, ensimismada en la historia que me tiene atrapada. Pero la tarde amenaza tormenta y la oscuridad se hace tan repentina, que tengo que cerrar mi libro y meterme dentro de casa.

        Comienza una fuerte lluvia, acompañada de granizos, que golpea fuertemente los cristales de todas las habitaciones, dando la sensación que diluvia dentro de ellas. Desde el interior de la salita contemplo el espectáculo meteorológico, y me convenzo, poco a poco, de que el verano está llegando a su fin.

        Y pienso: Otra vez estamos en otoño. Pronto será mi cumpleaños y parece que no ha pasado el tiempo. Ayer me estaba asfixiando en la playa, teniendo que remojarme cada dos por tres porque no había quien aguantara el calor. Porque, si es verdad que el verano es la estación calurosa por naturaleza, este último se lleva la palma. Ya comentaban en la tele, que no se conocía un mes de julio tan caluroso desde hace mucho tiempo.

        Pero con calor y todo, los seres humanos disfrutamos de nuestras vacaciones, en la medida de nuestras posibilidades. Así es la vida. Se compone de etapas que nos hacen cambiar la rutina durante unos pocos días, para después volver a retomar nuestras actividades cotidianas. Pero siempre, con la sensación de que ha sido muy corto el tiempo de vacaciones, después de un año de trabajo. Claro está, el que sea tan afortunado de tenerlo.

        Mis vacaciones, como he dado a entender, las he pasado en la playa. Me encanta el mar y disfruto y me relajo contemplándole. Pero también es verdad, que el trasiego de gente me agobia bastante.

        La primera quincena de julio fue genial, porque la afluencia de público aún no era masiva, y no hacia mucho calor. Se disfrutaba plenamente de la brisa del mar, y era una delicia caminar por el paseo marítimo. Pero la segunda, entre la ola de calor y la humedad relativa del aire, que era del 85%, yo creí que me convertiría de un momento a otro en un pequeño charquito, con el que contribuiría a agrandar el mare nostrum.

        Pero claro, estoy entera y de vuelta a la rutina. Porque es verdad que el ser humano es un animal de costumbres, y después de un tiempo de asueto, nos gusta volver a nuestra vida cotidiana con los amigos de siempre, para retomar todos los momentos agradables que pasamos con ellos.

        Y aquí estoy, haciendo comprender a mis neuronas que no pueden seguir en el letargo en que se encontraban durante el verano. Que hay que ponerse en marcha. Y para ello, ya tengo en mente todas las actividades a las que me voy a apuntar, para llenar las horas de ocio del invierno, a la vez de disfrutar de la compañía de amigos, a los que tengo un gran aprecio.


Luna

miércoles, 21 de octubre de 2015

Mare nostrum






                            Mar…
Que ruges embravecido,
tus olas lanzas altivo
demostrando tu poder.
Otras veces sosegado,
susurras lento y calmado
acariciando mis pies.

Devoraste mil galeras,
mil barcos y mil navíos.
Mil tesoros escondidos
reposan en tus entrañas.
Dicen que habitas Neptuno
en el vientre de ese mundo
sumergido de tus aguas.

En ti se baña la luna
y se remoja en tu espuma,
meciéndose en la marea.
Como un amante la besas
y al igual que una princesa,
ella baila y se recrea.

Viajas del norte hasta el sur
y con tu mirada azul
se enamoran las sirenas.
Recorres el mundo entero,
intrépido, aventurero,
siempre libre, sin barreras.

Te retratan los pintores
imitando tus colores
de insuperable belleza.
Unas veces plateado,
blanco de espuma, azulado,
verde esmeralda y turquesa.

Eres fuerte y poderoso,
implacable, temeroso,
arrogante y violento.
También eres generoso,
suave, lento y silencioso,
según deseen los vientos.

Al alba los pescadores,
comenzando sus labores,
buscan fortuna en tus aguas.
Y obtienen su recompensa,
las redes llenan de pesca,
que generoso regalas.
Pero si estás enfadado,
ya no pueden faenar,
y regresan desolados
maldiciendo siempre al mar.

No me gustas enojado,
tus olas me causan miedo.
Me gustas lento y calmado,
cuando no te agita el viento.
Cuando el rumor de las olas,
suena a música del cielo.

Desde un rincón de la playa,
sentada sobre la arena,
te contemplo embelesada.
Mi mente vuela que vuela,
feliz, tranquila, serena,
mientras tus olas me bañan.


Luna

Disyuntiva





            Vas a dejarlo pasar?, me dijo mi conciencia ante mi pasividad y nula reacción al enterarme del hecho.

            Aquel día había asistido a clase de pintura y, como otras veces, me entretuve en preparar los bártulos, colocar en el caballete el lienzo, sacar pinceles, pinturas, botes, la paleta de mezclas, trapo limpio y ponerme el guardapolvo. Los demás ya estaban enfrascados en buscar las tonalidades precisas que produjeran el efecto cromático que deseaban para la obra que estaban realizando.

            Mi mente no estaba al cien por cien con lo que estaba haciendo. Una parte de mí se removía y daba vueltas a la  noticia que nos había dado nuestra hija. ¡Estaba saliendo con un chico de otro país! No sabemos si de otra raza o de otra cultura. Me negué rotundamente a que nos lo presentara y le dije todas las razones que se me ocurrieron para evitar que ese principio de afinidad pudiera llegar a más.

            Empecé a mezclar colores en la paleta, pero no llegaba a encontrar el tono que deseaba para empezar a manchar el lienzo. Quería pintar una puerta con hermosos tiestos de flores colgados en las paredes de alrededor y por el suelo. Si la mezcla me salía oscura, me acordaba de los inmigrantes subsaharianos. Si por el contrario me salía muy clara, me imaginaba un muchacho con rasgos nórdicos u orientales. Con cualquier otra tonalidad, alcanzaba a todos los habitantes del globo terráqueo.

            No nos quiso decir de donde era. Simplemente, un extranjero afincado hacía poco en España. Siempre he tenido la convicción de que cualquier persona, sea de la raza, religión o condición que sea, merece nuestro respeto y consideración como ser humano igual que cualquiera de nosotros. Me ha encantado ver niños de distintas razas jugando como lo que son, niños, sin más condicionantes. Pero siempre los he visto dentro del contexto de una familia de la misma raza y cultura. También me ha producido sensación de ternura ver niños adoptados, que se crían y se forman como cualquier otro de la comunidad y el entorno en que nosotros hemos nacido.

            Ya va tomando forma la mancha, y tengo que reconocer que he conseguido encajar todas las tonalidades para que formen un conjunto de armonía de color, sin que sobresalga ni desentone ninguna. Los tonos oscuros dan profundidad a lo que pintamos. Los claros dan luminosidad y realzan otros objetos. Y los tonos intermedios son necesarios para que la transición de claro a oscuro no sea brusca y se vaya difuminando lentamente.

            Ha terminado la clase, recojo mis trastos, lavo mis pinceles, cierro bien los botes de pintura y coloco cada cosa en su sitio. Me voy satisfecho de lo que he aprendido y realizado, sacando la conclusión que no hay color raro ni feo y, mezclándole con cualquier otro, se consigue un tono precioso, que tiene parte de ambos.

            Camino de casa seguí dándole vueltas al asunto y me pregunté: ¿Qué es lo que más deseo para el futuro de mi hija? La respuesta me vino sola. ¡Qué sea feliz! También pensé que nadie más que ella tenía el derecho a equivocarse. Nosotros también lo hicimos cuando éramos jóvenes, decidiendo nuestro futuro. Por supuesto que, sea quien sea este chico, lo voy a dejar pasar a mi casa y a mi familia con los brazos abiertos.


Rabo de lagartija

A pesar de los obstáculos




¿Vas a dejarlo pasar?   Se preguntó  de repente, hecha un mar de dudas. No, decidió resuelta.

Había concertado esa cita por internet. Una cita a ciegas. Era la primera vez que lo hacía. Mucha gente encontraba pareja de ese modo. ¿Por qué ella no iba a encontrar a su media naranja de la misma manera? Se había hecho muchas ilusiones. En la foto, el tipo no estaba nada mal, ¿sería así realmente? O, ¿la habría mandado una foto retocada o de cuando era más joven? Se hacía preguntas: ¿le gustaré?, ¿seré su tipo? La verdad es que las veces que había contactado con él por correo, parecían almas gemelas, tenían las mismas aficiones, les gustaban las mismas cosas. En fin, eso era un buen hándicap para que la cosa funcionara.

Desde un principio le daba miedo acudir a la cita, dudaba.  Irá, no irá, me dará plantón. ¡Ay!, no sé  qué  hacer, se decía. Por fin cuando se sintió segura salió de casa dispuesta a conquistar a su desconocido pretendiente. Tanto tiempo perdió en decidirse que cuando quiso darse cuenta faltaban sólo quince minutos para la cita y el centro comercial donde habían quedado no estaba nada cerca.

Caminó a paso ligero; todo lo que le  permitían   sus tacones de aguja, hasta llegar a la boca del metro. Bajó las escaleras corriendo, introdujo el billete en la máquina, no funcionaba, todo se le ponía en contra. Hubo de esperar una considerable cola para sacar otro billete en la taquilla.

Por fin le tenía en su mano y accedió al distribuidor de líneas. Desde arriba de la escalera contempló el tren que estaba a punto de salir. Abordó la escalera  mecánica, y sin esperar que la condujera a su marcha, bajó los escalones estrepitosamente. En el último peldaño se le enganchó el zapato y fue dando trompicones, hasta entrar en el vagón. Debido a la inercia de la carrera se cayó de bruces contra el suelo.

Se había arreglado con esmero, sacando  lo mejor de su atractivo, con la ayuda del maquillaje y  el conjunto que había elegido para la ocasión. Todo se fue al traste. Cuando se levantó del suelo estaba hecha un desastre, un tacón partido por la mitad, un moratón en el pómulo, y las medias destrozadas.  Se puso a llorar desconsoladamente y el rímel hizo de las suyas, los chorretones de su cara fueron el broche final de su patética imagen.

Pero no se dio por vencida. Volvió a hacerse la misma pregunta ¿Vas a dejarlo pasar? No y mil veces no. No iba disculparse por correo inventando cualquier pretexto por el que no había podido asistir a la cita. Se presentaría tal cual, al fin y al cabo si el destino decidiera que llegaran a ser algo más, tendrían que acostumbrarse a verse de mil  maneras.

Se limpió la cara con un clínex  y comenzó a caminar renqueando por la falta del tacón, hasta llegar a la puerta principal del centro comercial. Un ramo de rosas rojas se puso ante sus ojos. Detrás de las cuales asomó una cabeza canosa con cara sonriente. Hola, soy Zeus, ¿eres Atenea?


LUNA

lunes, 12 de octubre de 2015

Sentimientos





                                  Flores silvestres del campo,
                                  que gozáis de libertad
                                  escuchando los susurros
                                  de quien os viene a admirar.

                                  Podéis decirme en secreto
          si estuvo en este lugar
          aquel al que añoro tanto,
          y no le puedo olvidar.

          Y si algún día pudierais
          a solas con él hablar,
          decirle que su recuerdo
          siempre me acompañará.



Blanca

Lo suficiente a veces es mucho





Rosalía, como la mitad de los españoles, había emigrado con sus padres de su Galicia natal a la capital de España. Había crecido feliz con sus padres y hermanos, aunque lo que a Rosalía más le gustaba eran las vacaciones con los abuelos, allá en la aldea en medio del bosque.

Eran cuatro casuchas oscuras y poco cómodas, pero a Rosalía le daba igual, ella iba porque la encantaba su tierra, sobre todo por sus abuelos, unos abuelitos a los que la niña adornaba con todos los colores del amor. Amor reciproco, que se translucía cuando el rostro arrugado de su abuela al mirarla lo derramaba, o cuando al peinarla la acariciaba con aquellas callosas manos, que tan duro trabajaban, pero eran tan dulces con ella…

Rosalía les ayudaba en los quehaceres, con los animales y con los recados o cualquier cosa que la pidieran. Hacer recados la apetecía mucho, tenía que bajar al pueblo y lo hacía gozosa, bajaba casi corriendo y canturreando. Todo la entusiasmaba de su tierra, el campo tan verde, tan lleno de árboles, tan frondosa toda la zona, tan preciosa a su mirada.

 Ahora, sabía ella que la casa de sus abuelos estaba enclavada en una región deprimida, del interior de Orense. Eso comentaban sus padres, cuando en Madrid se reunían con los paisanos en la casa de Galicia, sita  en la C/ Carretas, arriba, cerca de la Plaza de Sta Ana.

 Cómo le gustaba eso de juntarse con otros gallegos a Rosalía, porque hablaban de su tierra, de sus paisajes, y por el tono de voz, se les escapaba esa saudade, esa morriña, que a Rosalía la trasladaba a aquellos campos de Galicia, tan dispares a los de Madrid.

Vaya,  que nadie crea que la galleguita no se lo pasaba bomba en la capital, bien al contrario. Desde su niñez, su tiempo de escuela, el de la universidad, todos fueron disfrutados por Rosalía al máximo. Fueron tiempos incomparables de alegría y amistad, también de compromiso y protesta para con la naturaleza desde la Universidad, afiliada a un grupo ecologista. Estos la habían provisto de jolgorios y sentadas, tan caros en sus recuerdos, dando paso a un buen trabajo de licenciada, en Homeopatía naturalista, que la satisfacía. Vivía cómodamente rodeada de su familia  y con muy buena salud.

Aunque un poco tarde, un hombre se había implantado en su vida productiva y quizás un tanto estresante. Eduardo siempre estuvo allí, era un viejo y querido amigo al que ella no prestara más atención que a cualquier otro del grupo ecologista.

En el último altercado con la policía, por los desafueros contra el medio ambiente del alcalde Gallardón en la Casa de Campo, donde además de arrasar con la masa forestal protegida, había tirado parte de una valla de gran valor ecológico, construida por Sabatini.

 Estaban sentados protestando. Llegaron los antidisturbios y nos dieron con la porra, no me podía levantar y llovían palos, Eduardo se interpuso entre ella y la porra, como tantas veces. Al final, terminaron  los dos en la comisaría. Una noche juntos en semejante lugar y doloridos, dio lugar a confidencias y consuelos, y Rosalía descubrió a Eduardo. Un Eduardo desconocido, alguien no vislumbrado antes y que de repente lo llenaba todo con su personalidad. Debía  de haber estado en el limbo o anestesiada para no advertirle. El caso es, que compartían la vida y su mejor consecuencia; Julia. Rosalía No quería dejar a su hija con nadie, y tampoco perder su independencia profesional.

Ante el problema, Eduardo y ella, decidieron que era  hora de cambiar de vida. Una aldea del Alto Aragón, les recibiría con agrado, solo tendrían que restaurar la casa que más les apeteciera, y ocuparla. Con la casa, les regalaban determinada cantidad de terreno. Rosalía plantaría y recolectaría las plantas y las mandaría a Madrid y Eduardo, siendo ingeniero agrónomo, pronto encontró acomodo en el campo.  Rosalía estaba entusiasmada ante el panorama que desde la ventana  norte de su ”nueva casa”, la mostraba la campiña aragonesa, y a lo lejos, las cumbres de los Pirineos nevados.


                                                                Quirón