Los 15 años de una jovencita
de 1955, no tienen nada que ver con los 15 años de su nieto Adrián. ¿Te
imaginas aquella época (Llamada del hambre)?. Seguro que no, a no ser
que seas de la misma quinta. Fue tremenda: por el trabajo que tenían que
realizar diariamente y desde que eran capaces de mantenerte en pie. Desde que
salía el sol hasta que este se acostaba, desde el más pequeño de la casa al más
mayor. Todos en la casa estaban todo el día ocupados en algo: en los huertos,
con los animales, comiendo, en la
escuela o durmiendo nada más caer la noche.
Con este compromiso para con la vida, era para
ellos un frenesí, un deseo irrefrenable de seguir adelante, de no parar. Era
como si tuvieran la imperiosa
necesidad de demostrar que era suya la
responsabilidad de sacar la casa adelante, ayudando con su esfuerzo. (Así como
Sísifo que tenía, como castigo, que empujar por la empinada cuesta la enorme roca). Su roca era la pura supervivencia, seguir comiendo. Y aunque la roca se les escapara y
cayera al fondo del barranco, corrían
tras ella porque era menester no cejar en el empaño y subirla y mantenerla en
todo lo alto, y no cejar para no volver
hasta comenzar otro azar. Tan acostumbrados estaban a tantos empeños, que
de esa manera y con mucho tesón, porque no tenían más que sus manos y muchas
ganas, en aquel abril del 55 cumplió los 15 años. Como cada domingo, su madre calentaba agua para lavarse en un gran barreño azul, que los
permitía meterse en él en cuclillas y enjabonarse bien, para salir todas
limpias y guapas. Su madre le trajo un vestido amarillo pálido, parecía
muselina y un cancán, para darle cuerpo a aquel vaporoso y precioso vestido,
que su
madre le había confeccionado puntada a puntada.
Una vez arregladas se fueron
su hermana Maleli y ella a buscar a la prima Carmina que era un año mayor que
Maleli. Después llegó otra prima, Milagros, que era 5 años mayor que ella, y
paseaban como todos los fines de semana: por la plaza de las Salesas, las
calles Bilbao y San Bernardo, hasta llegar a la Gran Vía , todas juntas
del bracete. Se acercaban los moscones y al final se marchaban al no hacerles
caso. Comían y luego se iban al cine de barrio, de sesión continua, de los que
había muchísimos por el centro de Madrid, a pasar la tarde. Si hacia malo las
veían dos veces. Y pasaban las tardes más contentas que unas pascuas.
Que años aquellos, todos los chicos se metían
con ellas y, aunque tímidas, tanta atención
las volvía vanidosas y coquetas. Por algo andaban en la edad del pavo.
Pero eso sí, muy serias y pudorosas, porque todo era pecado, porque nacimos con el “nacional catolicismo” como
bandera y base de la vida. Eso creaba patente.
Todas tenían la gran ambición
de crearse un futuro a base de trabajar el día a día, acostarse tan cansadas
por tantas horas de esfuerzo agotador, con el único afán de llevar a su madre
el exiguo sueldo que les daban a fin de mes, y ver en su cara si la complacía,
si la parecía bien. Y la pobre se quedaba un poco en suspenso esperando su
reacción. Era impepinable en ella, abría el sobre y ¡hombre, hija! que bien, lo
mismo que el mes pasado. “¿Nada más madre, con tantas horas de más como he
hecho?” “Pero que quieres hija, si ya casi ganas más que tu padre. Anda,
anda no te preocupes que está muy bien”.
Las explotaban, las sacaban el jugo, las exprimían al máximo. (Bueno en eso sí
puedo decir que cómo ahora mismo, pero es que han pasado 60 años y eso es lo
trágico). Entonces las explotaron pero ellas estaban seguras de salir adelante,
de que el futuro sería suyo. Y así ha sido.
QUIRÓN
No hay comentarios:
Publicar un comentario