Durante toda
la semana los medios de comunicación anunciaban la apertura de un nuevo centro
comercial. Según la propaganda de los promotores, el nuevo centro que abría sus
puertas, no sólo contaría con las tiendas de siempre, si no que lo habían
dotado también de zonas de ocio, donde dejar volar la imaginación en
apasionantes aventuras para toda la familia, y cuyo objetivo era que todos
pasaran un día inolvidable.
Atraídos por
este reclamo, y no teniendo nada programado para el fin de semana, decidimos
toda la familia ir y comprobar si era cierto todo lo que se ofrecía en la
propaganda. Después del desayuno cada uno se preparó su mochila, y cuando todo
estuvo listo, salimos de casa con dirección a donde estaba aparcado el coche, y
una vez allí nos acomodarnos cada uno en su asiento, dejando a la abuela
conmigo en la parte delantera, para salvarla de las posibles travesuras de los
niños durante el viaje. Una vez que estuvo todo listo, emprendimos la marcha.
El recorrido
transcurría sin incidentes. Todos íbamos atentos para no pasarnos de la salida
que debíamos tomar, y enlazar con el desvío que marcaba la flecha para llegar
al nuevo centro. Después de recorrer varios kilómetros, llegamos al punto que
indicaba el cartel anunciador, y tomamos el nuevo camino. Apenas habíamos
recorrido unos metros cuando nos vimos atrapados en una caravana de coches, que
no tenía fin. El tiempo transcurría y apenas avanzábamos. Los nervios empezaron
a aflorar dentro del vehículo, y los más pequeños empezaron a pedir ir al baño.
Como pude, convencí a los niños diciéndoles que ya estábamos cerca.
Mientras el
coche proseguía su marcha, empecé a preguntarme si merecería la pena pasar
aquel Vía Crucis, con lo que íbamos a encontrar allí dentro.
Cuando los
nervios nuevamente amenazaban con salir a flote, apareció frente a nosotros el
centro comercial, y el motín a bordo se convirtió en un suspiro de alivio.
Los
organizadores del evento habían cubierto toda la construcción con papel de
brillantes colorines, dándole la apariencia de una gran bombonera, con un gran
lazo que animaba a tirar de él, y dejar al descubierto los bombones imaginarios
que llenaban su interior.
Cuando por fin
dejamos aparcado el coche, no sin dificultad pues los aparcamientos estaban a
tope, nos encaminamos hacia la entrada dispuestos a descubrir el interior de la
bombonera.
Iris
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