viernes, 1 de mayo de 2015

A las diez en casa





Mientras la esperaban sus amigas, terminó de arreglarse. Un suave toque de brillo en los labios, un poco de color en sus  mejillas, y una delicada sombra de ojos en los párpados. Se puso los zapatos de tacón, se despidió de sus padres con un beso y dijo con sorna: “Sí, ya lo sé, a las diez en casa”.

Salieron a la calle, como libres mariposas  dispuestas  a saborear el néctar que para ellas era la tarde del domingo. Se veía guapísima. La noche anterior, como todas las noches de los sábados, se había almidonado el cancán  para que su vestido luciera más vaporoso. La mañana del domingo, después de ayudar en las tareas de la casa, se había lavado el pelo y colocado los rulos para que su peinado resultara perfecto. En fin, estaba orgullosa de su aspecto.

Caminó junto a sus amigas contenta y alegre imaginando cómo iba a ser esa tarde de domingo. Llegarían al guateque dispuestas a dejarse los pies en la pista. Siempre tenía  a su alrededor  varios jóvenes esperando impacientes, para que les concediera un baile. No se perdía nunca ni una pieza.  Adamo, Paúl Anka, El dúo Dinámico, Elvis Presley, todos le gustaban. Daba lo mismo el disco que sonara, lo importante era bailar, liberar endorfinas que tan bien la hacían sentirse.

Llegaron a su destino. El local estaba adornado con cadenetas. Celebraban el cumpleaños de un chico nuevo que se había incorporado al grupo. Se hicieron las presentaciones y los ojos de ambos se encontraron como si un imán los atrajera. Él la invitó a bailar, y durante toda la tarde se hicieron dueños de la pista. La joven   estaba feliz,  hacía mucho que no lo pasaba  tan bién y es que, era tan guapo y tan galante…

Hablaron, rieron, se hicieron confidencias. Al cabo de unas horas parecía que se conocieran de toda la vida. Él se deshacía en halagos para con ella, que no paraba de reír mientras que su acompañante le recitaba dramáticamente unos versos del tenorio.

De repente la voz  de una de sus amigas le bajó de las nubes: “María, son las nueve y media”. Como si de Cenicienta se tratara, se soltó de los brazos de su pareja y le dijo: “Lo siento tengo que estar en casa a las diez”. “¿Quieres que te acompañe?”, preguntó él. “Encantada”, contestó ella.

Había pasado la tarde del domingo en un abrir y cerrar de ojos. Caminaron de regreso a casa haciendo planes para verse el domingo siguiente. Se despidieron con un apretón de manos  que significaba la promesa de una nueva cita pendiente. Ambos notaron en el contacto de su piel  un aviso de que algo hermoso había nacido entre ellos.

 ¡Qué bien lo había pasado! El próximo domingo volvería a verle, sólo faltaban siete días para el feliz encuentro. Con esa esperanza entró en su casa, besó a sus padres y les dijo “he sido puntual como siempre”. En la radio se escuchaba el inicio del parte de las diez: “Gloriosos caídos por Dios y por España. Presentes. ¡Viva Franco! ¡Arriba España!”.



Luna



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