sábado, 24 de enero de 2015

El atajo





        Nicolás llegó tarde a su trabajo como tenía costumbre. Nadie le dijo nada como era normal. Se sentó en su mesa y se puso a leer la prensa como era usual. A las diez se levantó y sacó un café de la máquina como era habitual. Media hora antes de la hora de salida se marchó como era natural.

         Para llegar a esta situación tuvo que luchar encarnecidamente con las normas de la vida, para saltarse peldaños sin tener que demostrar su valía, como hacían los demás. Llegó a un planteamiento sencillo: Con la honestidad tardaría años, si tenía suerte, para alcanzar el estado social que le garantizara la felicidad. Unos luchaban con la competencia, la inteligencia, el esfuerzo y el tesón de otros, para repartirse ese puesto deseado. Nicolás construyó puentes para saltar escalafones, sin que le salpicaran las guerras intestinas, mediante contactos, sugerencias, reuniones, figuraciones, mentiras disfrazadas de verdad y, sobre todo cultivando el arte de la adulación y la alabanza.

         Se hizo especialista en actos sociales. Escuchaba, asimilaba y analizaba informaciones que le pudieran servir para ampliar sus conocimientos y poder ofrecer asesoramiento a grandes empresarios o a centros de información. Necesitaba una llave que le abriera puertas, y la encontró en un alto cargo público.

         Un día, alguien se debió cuestionar quién era este personaje, cómo habría llegado hasta la cresta de la sociedad y qué curriculum le avalaba. Poco a poco se ha ido tirando del hilo que llevará a desenmascarar este personaje, inventado por la rebeldía de un muchacho a seguir los cauces establecidos.

         Una lluvia de incógnitas y preguntas sin respuesta han de ser desveladas. Mientras, la sociedad española hace lo que mejor domina. Saca punta a este asunto y nos hace sonreír con sus ocurrencias graciosas y chistosas. Es una filosofía de vida a la cual me apunto.


Rabo de lagartija

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