Nicolás llegó tarde a su trabajo como tenía costumbre.
Nadie le dijo nada como era normal. Se sentó en su mesa y se puso a leer la
prensa como era usual. A las diez se levantó y sacó un café de la máquina como
era habitual. Media hora antes de la hora de salida se marchó como era natural.
Para llegar a
esta situación tuvo que luchar encarnecidamente con las normas de la vida, para
saltarse peldaños sin tener que demostrar su valía, como hacían los demás.
Llegó a un planteamiento sencillo: Con la honestidad tardaría años, si tenía
suerte, para alcanzar el estado social que le garantizara la felicidad. Unos
luchaban con la competencia, la inteligencia, el esfuerzo y el tesón de otros,
para repartirse ese puesto deseado. Nicolás construyó puentes para saltar
escalafones, sin que le salpicaran las guerras intestinas, mediante contactos,
sugerencias, reuniones, figuraciones, mentiras disfrazadas de verdad y, sobre
todo cultivando el arte de la adulación y la alabanza.
Se hizo
especialista en actos sociales. Escuchaba, asimilaba y analizaba informaciones
que le pudieran servir para ampliar sus conocimientos y poder ofrecer
asesoramiento a grandes empresarios o a centros de información. Necesitaba una
llave que le abriera puertas, y la encontró en un alto cargo público.
Un día,
alguien se debió cuestionar quién era este personaje, cómo habría llegado hasta
la cresta de la sociedad y qué curriculum le avalaba. Poco a poco se ha ido
tirando del hilo que llevará a desenmascarar este personaje, inventado por la
rebeldía de un muchacho a seguir los cauces establecidos.
Una lluvia de
incógnitas y preguntas sin respuesta han de ser desveladas. Mientras, la
sociedad española hace lo que mejor domina. Saca punta a este asunto y nos hace
sonreír con sus ocurrencias graciosas y chistosas. Es una filosofía de vida a
la cual me apunto.
Rabo de lagartija
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