lunes, 22 de diciembre de 2014

Quiso la casualidad




      Golpeé la puerta varias veces y no la abrieron. Miré de nuevo la dirección, “sí, es aquí”, me dije, “son las señas que vienen en el DNI”.

       Volví a insistir en mi llamada porque la voz de la tele se sentía desde afuera, lo cual quería decir que había alguien dentro. Pero nada, no contestaban. Hice un tercer intento y, al comprobar que seguían sin oírme, opté por llamar en la puerta de al lado, por si sabían algo de este señor.

       La vecina se extrañó que no respondieran a mi llamada, pues no había visto salir a ningún miembro de la familia. La buena mujer aporreó la puerta y les llamó por sus nombres, “Amelia, José, ¿estáis ahí?” Nada, silencio.

       En vista de la falta de respuesta, decidió abrir ella misma, puesto que tenía una llave y sentía preocupación. Introdujo la llave en la cerradura con cierto recelo. Temía encontrarse con alguna situación alarmante. Y así fue. Una imagen impactante se dio ante nuestros ojos. Un matrimonio y su hijita estaban inconscientes, sentados alrededor de una mesa camilla. Se ve que la estufa que tenían al lado para calentarse, se les había estropeado, y el gas continuaba saliendo. Abrimos las ventanas de par en par para que entrase el aire y cerramos el gas.

       Acto seguido llamamos al 112 que, rápidamente mandaron una ambulancia, la cual sin perder tiempo, nos trasladó al hospital. Allí atendieron de inmediato a las víctimas. El médico que les atendió se dirigió a nosotras y nos dijo, “suerte que han actuado con claridad, si tardan unos minutos más, no lo hubieran contado”.

       Una gran alegría me invadió al comprobar que los padres y la niña se habían salvado. No conocía de nada a esta familia. Esa mañana me había encontrado en la calle una cartera cuando regresaba de la compra. Llegué a casa y, al abrirla, el corazón me dio un vuelco. Había una considerable suma de dinero para mi nefasta economía. “¡guau!”, me dije, “qué vacaciones me voy a pegar”. Seguí mirando el interior y, al encontrar la documentación y una foto familiar, me desinflé. No podía quedarme con el dinero, tenía dueño y sabía donde encontrarle.

       Mi conciencia no me permitía apropiarme de un bien preciado que alguien había perdido y que estaría llorando su mala suerte. Me puse en su lugar y, sin pensarlo dos veces, decidí que esa tarde iría al domicilio a devolver la cartera.

       Quiso la casualidad que yo llegara a aquel lugar en el momento oportuno para poder salvar la vida de José y su familia. Regresé a casa  sin un duro en los bolsillos, pero llena de satisfacción por haber obrado de acuerdo a mis principios.

Luna

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