Golpeé la puerta varias veces y no la abrieron. Miré de
nuevo la dirección, “sí, es aquí”, me dije, “son las señas que vienen en el
DNI”.
Volví a
insistir en mi llamada porque la voz de la tele se sentía desde afuera, lo cual
quería decir que había alguien dentro. Pero nada, no contestaban. Hice un
tercer intento y, al comprobar que seguían sin oírme, opté por llamar en la
puerta de al lado, por si sabían algo de este señor.
La vecina se
extrañó que no respondieran a mi llamada, pues no había visto salir a ningún
miembro de la familia. La buena mujer aporreó la puerta y les llamó por sus
nombres, “Amelia, José, ¿estáis ahí?” Nada, silencio.
En vista de la
falta de respuesta, decidió abrir ella misma, puesto que tenía una llave y sentía
preocupación. Introdujo la llave en la cerradura con cierto recelo. Temía
encontrarse con alguna situación alarmante. Y así fue. Una imagen impactante se
dio ante nuestros ojos. Un matrimonio y su hijita estaban inconscientes,
sentados alrededor de una mesa camilla. Se ve que la estufa que tenían al lado
para calentarse, se les había estropeado, y el gas continuaba saliendo. Abrimos
las ventanas de par en par para que entrase el aire y cerramos el gas.
Acto seguido
llamamos al 112 que, rápidamente mandaron una ambulancia, la cual sin perder
tiempo, nos trasladó al hospital. Allí atendieron de inmediato a las víctimas.
El médico que les atendió se dirigió a nosotras y nos dijo, “suerte que han
actuado con claridad, si tardan unos minutos más, no lo hubieran contado”.
Una gran
alegría me invadió al comprobar que los padres y la niña se habían salvado. No
conocía de nada a esta familia. Esa mañana me había encontrado en la calle una
cartera cuando regresaba de la compra. Llegué a casa y, al abrirla, el corazón
me dio un vuelco. Había una considerable suma de dinero para mi nefasta
economía. “¡guau!”, me dije, “qué vacaciones me voy a pegar”. Seguí mirando el
interior y, al encontrar la documentación y una foto familiar, me desinflé. No
podía quedarme con el dinero, tenía dueño y sabía donde encontrarle.
Mi conciencia
no me permitía apropiarme de un bien preciado que alguien había perdido y que
estaría llorando su mala suerte. Me puse en su lugar y, sin pensarlo dos veces,
decidí que esa tarde iría al domicilio a devolver la cartera.
Quiso la
casualidad que yo llegara a aquel lugar en el momento oportuno para poder
salvar la vida de José y su familia. Regresé a casa sin un duro en los bolsillos, pero llena de
satisfacción por haber obrado de acuerdo a mis principios.
Luna
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