miércoles, 24 de diciembre de 2014

Noche de Reyes




     
      Como un ave veloz, el tiempo vuela y vuela sin parar, sin que apenas nos demos cuenta. Y a medida que vamos siendo mayores, su vuelo se hace más intenso, vertiginoso y fugaz. Pero a este ave incansable le ayuda a volar nuestra sociedad de consumo, nos adelantan las fiestas de navidad cada vez más. A finales de octubre ya tenemos en todos los centros comerciales los típicos adornos: lotería, turrones, mazapanes, en fin, que empezamos a vivir la Navidad casi a comienzos del otoño.

     También las rebajas de enero, ahora comienzan en diciembre. O sea que vamos empujando al tiempo para que pase más deprisa.

     Muchos años atrás el día ocho de diciembre, que el santoral festeja la Purísima Concepción, se celebraba el día de la Madre, y esa fecha era la que abría la puerta de las fiestas de Navidad y Reyes.

     Los días anteriores se adornaban los escaparates de los comercios con el tradicional belén, luces de colores y paquetes de regalos, para anunciar las fiestas.

     Evocando estos momentos, mi mente retrocede y me transporta hasta mi infancia, que aunque lejana en el tiempo, en mi corazón siempre está cercana y presente. Recuerdo a una niña que todos los días por estas fechas, cuando regresaba del colegio, se paraba en el escaparate del “Bazar Thomas”, en la calle de Bravo Murillo. Pegaba su cabeza en el cristal y contemplaba embelesada una maravillosa muñeca rubia con tirabuzones. El bazar estaba lleno de juguetes, pero ella se fijaba sólo en la muñeca con la que soñaba todas las noches, desde que comenzaba la Navidad.

     Todos los años se la pedía a los Reyes Magos en su carta, pero éstos debían de andar despistados porque nunca se la traían. En su lugar le dejaban, eso sí, un diminuto muñeco, un cabás, un plumier y algunos alfileres de colores. Los turrones que dejaban para los Reyes, y el agua para los camellos, habían desaparecido. Esto hacía que la magia de la fantasía le hiciera conformarse con lo que le había tocado en suerte. Su madre le decía: “Alba, cariño, los reyes no tiene muñecas para tantas niñas, seguro que otro año te tocará a ti”. Y así, año tras año.

     Cuando Alba despertó de su inocencia, el encanto y la fantasía se evaporaron en su ser, y la desilusión fue tremenda. Pero a la vez comprendió cuánto esfuerzo debían haber hecho sus padres para hacer de la noche de Reyes una noche mágica, con tan pocos recursos como tenían. Su amor por ellos creció aún más.

     Pasaron los años y un cinco de enero, blanco de nieve, cuando los comercios echaron sus cierres a la doce de la noche, una joven salió a la calle después de su jornada de trabajo. Estaba cansada, le dolían los pies, el día había sido agotador, pero su semblante cambió cuando vio acercarse hacia ella alguien que la estaba esperando con una sonrisa: un rey mago, que no tenía camello pero que, en su lugar, se encontraba aparcado un seiscientos Abrió la puerta y le invitó a entrar. Alba, sonriendo, le hizo un guiño, entró en el coche y se sentó. Miró hacia el asiento de atrás, que llamaba la atención, porque contenía una gran caja, envuelta en papel rojo y adornada con un lazo. “¿Qué es esto?, le preguntó. “Ábrelo”, le contestó él, “es tu regalo de reyes”.

     La joven abrió la caja emocionada u, con gran sorpresa, vio que contenía una linda muñeca rubia con tirabuzones. NO era la del bazar, porque la moda había cambiado en todo este tiempo, pero era más bonita aún. Caminaba, abría y cerraba los ojos y además, hablaba. La emoción la embargó y se le llenaron los ojos de lágrimas. Por un momento sintió que aún vivía en ella la niña de antaño. Alba besó a su rey mago y le dio las gracias.

     Nunca olvidaría aquella noche de Reyes tan especial.

     Aquel rey mago se llamaba José, y no recibió ninguna carta. Él conocía perfectamente los sueños y anhelos de Alba.

     Años más tarde se convertía en su marido.


Luna

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