Como un ave veloz, el tiempo vuela y vuela sin parar, sin
que apenas nos demos cuenta. Y a medida que vamos siendo mayores, su vuelo se
hace más intenso, vertiginoso y fugaz. Pero a este ave incansable le ayuda a
volar nuestra sociedad de consumo, nos adelantan las fiestas de navidad cada
vez más. A finales de octubre ya tenemos en todos los centros comerciales los
típicos adornos: lotería, turrones, mazapanes, en fin, que empezamos a vivir la Navidad casi a comienzos
del otoño.
También las
rebajas de enero, ahora comienzan en diciembre. O sea que vamos empujando al
tiempo para que pase más deprisa.
Muchos años
atrás el día ocho de diciembre, que el santoral festeja la Purísima Concepción ,
se celebraba el día de la Madre ,
y esa fecha era la que abría la puerta de las fiestas de Navidad y Reyes.
Los días
anteriores se adornaban los escaparates de los comercios con el tradicional
belén, luces de colores y paquetes de regalos, para anunciar las fiestas.
Evocando estos
momentos, mi mente retrocede y me transporta hasta mi infancia, que aunque
lejana en el tiempo, en mi corazón siempre está cercana y presente. Recuerdo a
una niña que todos los días por estas fechas, cuando regresaba del colegio, se
paraba en el escaparate del “Bazar Thomas”, en la calle de Bravo Murillo.
Pegaba su cabeza en el cristal y contemplaba embelesada una maravillosa muñeca
rubia con tirabuzones. El bazar estaba lleno de juguetes, pero ella se fijaba
sólo en la muñeca con la que soñaba todas las noches, desde que comenzaba la Navidad.
Todos los años
se la pedía a los Reyes Magos en su carta, pero éstos debían de andar
despistados porque nunca se la traían. En su lugar le dejaban, eso sí, un
diminuto muñeco, un cabás, un plumier y algunos alfileres de colores. Los turrones
que dejaban para los Reyes, y el agua para los camellos, habían desaparecido.
Esto hacía que la magia de la fantasía le hiciera conformarse con lo que le
había tocado en suerte. Su madre le decía: “Alba, cariño, los reyes no tiene
muñecas para tantas niñas, seguro que otro año te tocará a ti”. Y así, año tras
año.
Cuando Alba
despertó de su inocencia, el encanto y la fantasía se evaporaron en su ser, y
la desilusión fue tremenda. Pero a la vez comprendió cuánto esfuerzo debían
haber hecho sus padres para hacer de la noche de Reyes una noche mágica, con
tan pocos recursos como tenían. Su amor por ellos creció aún más.
Pasaron los
años y un cinco de enero, blanco de nieve, cuando los comercios echaron sus
cierres a la doce de la noche, una joven salió a la calle después de su jornada
de trabajo. Estaba cansada, le dolían los pies, el día había sido agotador,
pero su semblante cambió cuando vio acercarse hacia ella alguien que la estaba
esperando con una sonrisa: un rey mago, que no tenía camello pero que, en su
lugar, se encontraba aparcado un seiscientos Abrió la puerta y le invitó a
entrar. Alba, sonriendo, le hizo un guiño, entró en el coche y se sentó. Miró
hacia el asiento de atrás, que llamaba la atención, porque contenía una gran
caja, envuelta en papel rojo y adornada con un lazo. “¿Qué es esto?, le
preguntó. “Ábrelo”, le contestó él, “es tu regalo de reyes”.
La joven abrió
la caja emocionada u, con gran sorpresa, vio que contenía una linda muñeca
rubia con tirabuzones. NO era la del bazar, porque la moda había cambiado en
todo este tiempo, pero era más bonita aún. Caminaba, abría y cerraba los ojos y
además, hablaba. La emoción la embargó y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Por un momento sintió que aún vivía en ella la niña de antaño. Alba besó a su
rey mago y le dio las gracias.
Nunca olvidaría
aquella noche de Reyes tan especial.
Aquel rey mago
se llamaba José, y no recibió ninguna carta. Él conocía perfectamente los
sueños y anhelos de Alba.
Años más tarde
se convertía en su marido.
Luna
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