Después de hacer un pequeño recorrido por la
fiesta de la tapa, y tomar una suculenta comida, lo más razonable era dar un
paseo para compensar el peso y quemar calorías.
El
sol brillaba con fuerza sobre la nieve de la sierra. Aunque la nevada no era
muy extensa, sí era lo suficiente para ver su blancura con los rayos del sol.
Emprendimos
el camino con dirección a los molletes. Las hojas de cientos de árboles se
amontonaban en los rincones de las paredes, y entre las matas, retamas y tomillos.
Las zarzas con sus pinchos y las ramas tan largas, eran las causantes de que se
formaran grandes montones en los rincones donde el aire no soplaba con tanta
fuerza, y así, en esas aglomeraciones de hojas, había un sinfín de colores y
modelos de hojas que, si se pisaban, crujían como si quisieran protestar, por
la falta de respeto.
La
tarde ya se terminaba. El sol reflejaba en la nieve. El viento hacía su
presencia, ya por el frío, ya porque se colaba por todas partes. En lo alto de La Cabrilla , la niebla ya
tapaba una parte de la cumbre, que se situaba por encima de los 1.700 metros , y en la Peña de Arenas, el calor del
sol amarilleaba. Era la señal que nos avisaba de que era razonable abrocharse
las cremalleras y aligerar el paso, para llegar pronto junto a la estufa. Y esa
fue la medida que tomamos.
Cada
vez el aire más fuerte, cada vez los pasos más largos, cada vez más sombra y
menos sol. Y al pasar por el puente del río, casi todos nos tapamos la boca y
la nariz y…, no os quiero decir por qué.
Al
llegar a casa, ya mirando la estufa, nos fuimos desprendiendo de las prendas
que, un rato antes, las tratamos con tanto cariño.
Las
cosas son así, y el campo es así.
Trotamundos
No hay comentarios:
Publicar un comentario