lunes, 22 de diciembre de 2014

Días de puente





          Después de hacer un pequeño recorrido por la fiesta de la tapa, y tomar una suculenta comida, lo más razonable era dar un paseo para compensar el peso y quemar calorías.

        El sol brillaba con fuerza sobre la nieve de la sierra. Aunque la nevada no era muy extensa, sí era lo suficiente para ver su blancura con los rayos del sol.

        Emprendimos el camino con dirección a los molletes. Las hojas de cientos de árboles se amontonaban en los rincones de las paredes, y entre las matas, retamas y tomillos. Las zarzas con sus pinchos y las ramas tan largas, eran las causantes de que se formaran grandes montones en los rincones donde el aire no soplaba con tanta fuerza, y así, en esas aglomeraciones de hojas, había un sinfín de colores y modelos de hojas que, si se pisaban, crujían como si quisieran protestar, por la falta de respeto.

        La tarde ya se terminaba. El sol reflejaba en la nieve. El viento hacía su presencia, ya por el frío, ya porque se colaba por todas partes. En lo alto de La Cabrilla, la niebla ya tapaba una parte de la cumbre, que se situaba por encima de los 1.700 metros, y en la Peña de Arenas, el calor del sol amarilleaba. Era la señal que nos avisaba de que era razonable abrocharse las cremalleras y aligerar el paso, para llegar pronto junto a la estufa. Y esa fue la medida que tomamos.

        Cada vez el aire más fuerte, cada vez los pasos más largos, cada vez más sombra y menos sol. Y al pasar por el puente del río, casi todos nos tapamos la boca y la nariz y…, no os quiero decir por qué.

        Al llegar a casa, ya mirando la estufa, nos fuimos desprendiendo de las prendas que, un rato antes, las tratamos con tanto cariño.

        Las cosas son así, y el campo es así.


Trotamundos




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