Repaso afectivo al soliloquio de un desconocido
prisionero en este folio.
Por fin me atrevo a contarlo. Es a mi amigo de la infancia, a Rafa, aquel
pequeño que, tímido y apocado como yo, sufrió las embestidas de los
“valientes”del colegió.
Te acuerdas Rafa cómo nos acosaban, cómo juntos los
mirábamos jugar y reírse de todo, incluidos nosotros, desde el borde del patio.
Tú apostaste a caballo ganador e hiciste diana. Yo lo
tuve más oscuro, amigo.
Cómo decirte que vivía con un desconocido prisionero
en mi interior. Que puse mi mejor conato en ser leal a costa de mí amor propio.
Los sentimientos son emociones, pero no para el
exterior, sino para divagar por la selva del alma, ese laberinto en el que el
mozo se aventura a tientas con pavor al misterio, en tal cruce de corrientes y
tensión que en otro espíritu podría mover a un giro trágico.
Era tal la avidez turbulenta y grosera del colegio y
tan inhábil el balbuceo de mi pensamiento, un mozo de apenas doce años.
Un
espíritu tierno, como de niño ambicioso de amor, empieza a tejer un capullo
donde encerrarse con lo mejor de su vida con todas sus apetencias, generosas o
no pero fervientes, que el mundo desconoce o pisotea.
En esa edad, por el corazón tan solo se vive y se
aventura a tientas con espanto y codicia al misterio.
Porque
toda la maleza que a la sazón vamos viendo crecer y tupirse, es sin duda
desorden, es el mal, es lo prohibido, lo vergonzoso y recóndito, de lo que uno
no debe de hablar.
Acaso
los demás no están dañados, solo yo, Y uno es el caso insólito: un monstruo ¡que
fardo tan pesado llevé en esa mal llamada “edad dichosa”!.
Es menester aceptarse no hay otra opción. ¡Pero
aceptarse así a escondidas, creyendo ser culpable, asomarse con remordimiento y
temor!
¡OH! Aquella pujanza juvenil que
entonces me puso miedo, creyéndola ponzoñosa, y que todos querían ignorar no en
mi, sino en el ser humano.
Vivía para mí sólo, amaba las cosas, casi nada a los
prójimos, a quienes consideraba enemigos por rechazarme.
Se
me antojaba hostil su proceder, ofensivas las insidias de los lerdos me hacían
desear que ardieran en el infierno. Sacudía a manotazos las lágrimas humillado.
Afeminado o tímido Rafa, obligados a soportar en
silencio burlas, denuestos, desprecio y como por descuido algunos golpes aquí o
allá dándoselas de hombría.
El tiempo nos aplasta y sin embargo, cuánto me ha reconciliado
con la vida: el amor al arte, el afán incansable de saber o la amistad, el apogeo
o la acción por la acción misma.
Una vez reafirmada la identidad unívoca, el peso se
aligera, se eleva el espíritu y se puebla el mundo de colores y sonidos mágicos.
El estímulo de añadir al mundo moral alguna criatura
de mis manos, no es sino formas en que he buscado empleo en la sociedad que
mejor nos admite. El arte en su más amplia dimensión se haya poblado de gentes
“diferentes”, excepcionales y esplendorosas, creando sus criaturas del espíritu,
que legan y legaron a la humanidad su arte
.
No los enumeraré porque a todos, por sus hechos los
conocemos. Y Bla, bla, bla…
Rafa, sentado en el pretil del pozo, sonríe con
ternura ante la misiva de su amigo y antiguo compañero. Vaya dos pardillos que
éramos, piensa. Recordaba aquellos tiernos años, mientras se mesa los cabellos.
Es verdad, que mal lo pasamos y este, que tonto y que majo. Amigo, fuiste siempre un sentimental.
Quirón
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