Escuchaba los sonidos de la noche mientras, interiormente,
pensaba como podría hacer frente a todo lo que se le venía encima. Se sentó en
su vieja hamaca, un poco raída por el tiempo, cerró los ojos y quiso evadirse
de todo lo presente, para centrarse en la historia que tenía que sacar a la
luz. Era muy amarga para él, pero era consciente de que no podía guardarla por
más tiempo para sí mismo. Los remordimientos no le dejaban vivir. Así que, un
día, reunió a su familia para hacerles partícipes de su historia, que suponía
les haría sufrir.
Cómo decirles
que el hombre que ellos creían honrado, responsable, amigo de sus amigos y,
sobre todo, transparente, había sido una
máscara que se puso durante muchos años para encubrir su verdadera debilidad.
Hablaría con franqueza, se quitaría de encima esa vieja losa que le pesaba
tanto, y les diría que él no era la persona tan intachable que ellos admiraban,
porque su vida había sido tan inmoral y sucia, que ya no podía seguir
mirándolos ni engañándolos, sin sentir desprecio por sí mismo. Les diría que
era un corrupto, un ser que sólo vivía para la fortuna y el poder, sin
importarle a cuantas personas dejaba por el camino. Que hubiera podido ser
generoso con tanta gente que tuvo a su alcance y estaban necesitados. Pero
simplemente los utilizó para su bienestar particular.
Ahora su alma
descansaba. Por fin había sacado todo lo que durante tantos años le había
atormentado. Se sentía como un hombre con savia nueva, con fuerzas renovadas
para seguir por ese camino de verdad que iba a emprender. Pero de repente, fue
como despertar de un sueño y vio que todas sus buenas intenciones sólo estaban
en su mente, como tantas veces le había ocurrido.
Se dio por
vencido. Sabía que nunca podría decir la verdad. Se levantó de su vieja hamaca,
cogió su pipa, ennegrecida por el tiempo, y se puso a fumar. La brisa de la
noche le daba en la cara y, mirando las estrellas, pensó el consuelo que sería
dormir y no volver a despertar.
Blanca
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