martes, 28 de octubre de 2014

Las lágrimas de San Lorenzo





Escuchaba  los sonidos de la noche sumida en una absorta contemplación del firmamento, con tal intensidad que vio sorprendida cómo una estrella se desprendía fugaz de su lugar y caía rauda, veloz como una voraz saetilla, sin permitirla ver su destino final.
Una gran sonrisa iluminó su rostro de mujer, por fin, cuantas noches lleva esperando que la lluvia de estrellas se produjera. Por lo menos una semana y hasta esta noche nada, ni una estrella. Pero ella persevera y cada noche después de cenar coge su tumbona, la pone mirando a la Machota norte y contempla el precioso cielo estrellado que luce sus mejores galas titilando sin cesar en ese su ritmo universal. En  el silencio de la sierra, con una noche cerrada, sin luna, alrededor solo se vislumbra el perfil de la montaña y las copas de los árboles con sus diferentes perfiles: cónicas, los pinos, desarboladas los robles, los abetos puntiagudas, pero todas ellas como yo misma mirando al cielo, sólo el firmamento puede dar tan sorprendente espectáculo.
De pronto, un golpe seco sobre el tejado de chapa del garaje me sobresalta. Tranquila mujer, son las bellotas de los robles que se sueltan a cualquier hora del día, pero con el silencio de la noche la verdad no lo esperaba. Se echa la rebeca por encima y continúa esperando la lluvia de estrellas desplazarse, como tantos años, pero lo que de verdad  se desplaza, son los aviones de pasajeros que con sus pilotos rojos advierten que el mundo  no para ni un segundo. A algunos se les oyen los motores, a otros no, ¡van tan altos!
 Aunque una en su pequeñez hubiera pensado: qué silencio, qué oscuridad en esta noche sin luna, parece que todo está en reposo, descansando pero no, de eso nada. De repente un murciélago chiquitín pasa aleteando por delante de mis narices ¡uf! Que bicho tan repugnante. De un salto se pone en pie, y exclama: ¡bueno guapa, por esta noche se acabó, que son las 12  y te toca pastilla para dormir y a la cama! Ella se da la vuelta y por el este, a pesar de la Machota y por encima de ella, se ve con toda nitidez el gran haz de luz, una enorme mancha lumínica que llega desde Madrid nítida para iluminar la noche del campo a 60 Kms. de la capital.
Madrid es mucho Madrid, y su influencia lumínica llega hasta nosotros, como un mal colateral de la Capital de España para decirnos: ¡aquí estoy yo, y por mucho que te escondas tras las montañas cercanas y creas que no te puedo alcanzar, ahí te mando, todas y cada una de las noches, mi perniciosa iluminación que contamina tu deseo de ver estrellas fugaces, a no ser que te pongas de espaldas, claro!

QUIRÓN

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