El lugar
estaba desierto. Las primeras luces de la mañana dejaban ver las hojas caídas
en el suelo por el fuerte viento que había azotado las ramas de los viejos
árboles, que aún quedaban en el parque. La fuente se encontraba en un extremo
del recinto y de sus caños colgaban finísimos hilos de escarcha que se habían
formado con los restos de agua que habían quedado en ella durante la noche. El
trino de un pájaro rompió el silencio que reinaba en el parque y, tras volar en
círculo, se posó sobre las hojas cubiertas de escarcha en busca de alguna
semilla que llevarse al pico. Cansado de su infructuosa búsqueda, el pájaro
emprendió de nuevo el vuelo
La mañana
avanzaba. Los rayos del sol, sobre las hojas caídas en el suelo, las hacia
liberar de una fría carga. Los árboles sacudían sus desnudas ramas, el agua de
la fuente luchaba por abrirse camino entre el hielo, el pájaro volvió de nuevo
en busca de su semilla.
Todo
trascurría en un orden establecido hasta que la voz de un niño hizo que los
habitantes del lugar fijaran sus miradas hacia el lugar de donde les llegaba su
sonido. En un banco situado junto a la fuente se encontraban sentados el
pequeño y un anciano, el niño no paraba de hablar al hombre mientras sus manos
se introducían en la fría agua de la fuente
Los visitantes
permanecieron en el parque hasta que el sol empezó a desaparecer entre los árboles. El silencio se hizo en el lugar
y las sombras de la noche caían lentamente. Los habitantes invisibles del
parque esperarían de nuevo escuchar los sonidos de la noche
IRIS
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