Una de las
cosas buenas que tiene el verano es, que tiene de 6-8 horas que las tienes que
pasar recogida y a la sombra. Te da tiempo a pensar y sobre todo a mi edad a
recordar, para eso tienes que meterte en
tus intersticios, allá adentro en tu mismidad y comienzan a aparecer en tu
memoria pequeños datos a los que se acercan otros y así hasta sumergirte en tus
7 años y encontrar el nacimiento de tu cuarto hermano pequeño y como los
aconteceres se sucedían en mí memoria como si estuviera allí, como cuando era
pequeña y los vivía.
En Sepúlveda, al pie del
puente grande, que cruza el desnivel del río Caslilla y que da entrada y salida
a la carretera general que de Segovia nos lleva a la antigua Sepúlveda, se
encontraba una tenería. Allí en los años 40-50, se mataban todo tipo de
equinos: muchos burros, algunas mulas y los menos caballos y yeguas.
La tenería estaba regentada por una familia palentina
que llegada de su tierra había hallado acomodo entre nosotros. Se trataba de un
padre y sus dos hijos, Dámaso y Esperanza. Ésta a su vez estaba casada y tenía dos niñas, alquilaron su casa en la
plazuela enfrente de la nuestra. Ellos vivían dos metros por encima de la
carretera general de Segovia y nosotros que vivíamos dos metros por debajo. Aquel
tramo se llamaba carretera de Santiago porque nuestro barrio tenía el nombre de
la iglesia románica semiderruida (pero todo un monumento). Recuperado en parte
en los 90 del siglo pasado para recrear las Hoces del Duratón, su fauna y
flora, como Parque protegido de las
hoces del Duratón.
En la tenería se
sacrificaba a los equinos y se trabajaba en las pieles y en el despiece de los
animales que eran comercializadas (no allí pero si en Segovia). Yo recuerdo que
venían furgonetas viejísimas que cargaban en la tenería y se iban. Mi madre
decía: luego lo venden en las tiendas como chorizo el Acueducto.
También recuerdo como el padre de Esperanza
cuando subía de la tenería muy tarde a veces sacaba lonchitas muy finas de carne
oscura y casi seca y nos las daba a los chicos y chicas que estábamos jugando,
de esto poquito, que es muy caro decía, y se ponía el dedo en la boca y decía
silencio chicos que estoy cansado y quiero irme a la cama (aquella carne seca
estaba riquísima). Así que no hacer ruido ¡eh! Y se metía en casa seguido de su
familia. De aquella manera se terminaba
la tertulia de todas las vecinas desde la caída de la tarde. Que lástima pero
no recuerdo el nombre del padre de Esperanza porque lo veíamos poquísimo y murió
pronto y de repente.
Manoli y yo íbamos con las
hijas de Esperanza a párvulos con Dª María. No teníamos que recorrer 20 metros y ya estábamos
en la escuela, que era muy divertida y cuando salíamos jugábamos un ratito en
la plazoleta de arriba y a comer, para volver con Dª María.
Les había ido bien con la
tenería en los tiempos peores del hambre, porque como nada se tiraba, el
negocio funcionaba e inclusive daban trabajo a otros hombres del pueblo en la
tenería. La cecina en Sepúlveda no se comercializaba, pero Esperanza le contaba
a mi madre que su padre sacaba buen dinero de la cecina en Castilla la Vieja: Palencia, León,
Zamora o Valladolid. Jamón no comerían pero cecina sí. Era algo que se valoraba
mucho en su región. Ella de vez en vez nos mandaba con alguna de sus hijas unas
lonchas envueltas en papel de estraza.
1947 fue un mal año para
nuestros amigos. El padre que estaba en Palencia negociando su cecina y su
carne, se quedó sentado esperando al tratante con el que comercializaba sus
productos. Un ataque al corazón se lo llevó de repente. Esperanza muy avanzada
con su embarazó tuvo que trasladarse a enterrar a su padre en su pueblo.
Regresó y unas semanas más tarde su
hermano en el deshuese de un animal se le fue la cuchilla y se cortó en el
brazo, ella le curó como tantas veces, pero su hermano se despreocupó y se
presentó la gangrena y no hubo antibiótico que parara aquello, le cortaron el
brazo en Segovia, pero no hubo solución y se murió. Mientras, a Esperanza con
tanto sufrimiento se le adelantó el parto. Y aunque la niña estaba bien la
madre estaba destrozada y sin saber qué hacer con todo aquello, que desgracia
señor.
El caso es que mi madre por esos días dio a
luz a nuestro hermano pequeño Mariano. Mi madre subió a casa de Esperanza habló con
ella y la dijo, mira tú vas, entierras a tu hermano, piensa que tu hija te
espera, y por ella tienes que tener cuidado de ti, tienes que ordeñarte como si
lo hiciera la niña para que no se te retire la leche. Vete tranquila que hasta
que tú no vuelvas yo tendré mellizos un chico y una chica. Y de ese burro no la
bajo nadie.
El resto de vecinas la animaron a aceptar la
idea de mi madre. Esperanza decía por Dios, es que no veis como está Paquita,
es que está en los huesos a ver si por cuidar de mi niña la pasa algo, y ellas
la contestaban, ¡mujer! que nosotras también estamos aquí, y no la vamos a
dejar sola. Tu cuídate sigue los consejos para no perder la leche y regresa.
Esperanza regresó y encontró a su hija perfectamente cuidada y ellas siguieron
su amistad como si tal cosa.
Es para mí tan lógico ese
comportamiento de mi madre, como enternecedor su recuerdo y humanidad. Pero no
de ser humano, no. De humanismo. De ver a “Esperanza y a su hija como al centro
del mundo” “a igual altura que su pequeño retoño”. Ella delgadísima, pequeña,
trabajadora y humanista. Y única para mí.
Quirón