domingo, 2 de febrero de 2020

Pienso...





         Atender a lo duradero, a lo más esencial que hay en nosotros, en las emociones de los sentidos o en las operaciones del espíritu como contacto con esos hombres que, como nosotros, comieron aceitunas.

         Bebieron vino, se embadurnaron los dedos de miel, lucharon contra el viento despiadado…

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         La sustancia, la estructura humana apenas cambia.

         Si bien es verdad que en el siglo del que hablo estamos aún muy cerca de la libre verdad del pie descalzo

Adriano, con dotes de visionario, es plausible porque con razón o sin ella se le atribuían virtudes más que humanas.

Lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser y lo que fue.

Todo ser que haya vivido la aventura humana vive en mi.

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         El Siglo II me interesa porque fue el de los últimos hombres libres. Adriano murió en la isla de Aquiles, está próxima a la novelada por un lado, y por el otro a la poesía, aumenta singularmente uno de sus rasgos fundamentales, el rencor.

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         Con su sola presencia aligera la pesadumbre del vivir.

         Esa mujer sonriente, atractiva, pausada, con aspecto juvenil. Una imagen sumamente agradable, en efecto, dotada de ligereza. En el mejor sentido del término.

         Mi amigo García Lorca, era así, decía Aleixandre.

         Alguien que, nada más aparecer en cualquier sitio lo animaba, e iluminaba con su simpatía y sus bromas afectuosas.

                   Él se interesaba por el que estaba mohíno hasta conseguir arrancarle una sonrisa, como si tuviera la obligación de la alegría.

         Sólo algunas personas tienen esa capacidad de transmitir sin darle importancia y es, porque es natural en ellos esa virtud.


Quirón

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