La
casa estaba semioculta por las ramas de los árboles que la arropaban, como
queriendo salvarla de las miradas curiosas de los caminantes, que llegaban hasta aquel lugar atraídos por
la historia que de ella contaban los habitantes del pueblo.
La
noche sorprendió al hombre cuando se dirigía al lugar donde se encontraba la
casa. Durante el tiempo que duró el
recorrido había vuelto la cabeza en varias ocasiones al creer sentir detrás de él
pasos, pero no vio a nadie, tan
solo alcanzaba a ver las brumas que cubrían las aguas del río junto al camino y escuchar en la lejanía las campanadas del reloj de la torre de la
iglesia dando la hora. Después, sacudiendo la cabeza para ahuyentar las
extrañas imágenes que creaba su mente, apresuró el paso, ajeno a la sombra que
le seguía a corta distancia.
Cuando
llegó frente a la casa, su aire fantasmagórico le hizo estremecer. El tiempo
parecía haberse detenido en aquel lugar, por un momento pensó volver sobre sus
pasos, pero algo le empujaba a entrar en ella. Cuando llegó hasta la puerta,
ésta se abrió permitiéndole la entrada.
En el interior reinaba la obscuridad. El hombre, buscó en el bolsillo del pantalón el mechero
y lo encendió, la luz iluminó la entrada y el recién llegado pasó al interior.
Las telarañas colgaban de los rincones, los muebles cubiertos de polvo
mostraban el abandono en que se encontraba la vivienda. El visitante, sin
detenerse, llegó hasta la puerta entreabierta de una sala y entró en ella. En
el centro se hallaba una mesa donde se apilaban libros y, según se iba
acercando, divisó uno que tenía algo que le diferenciaba de los demás, y este
hecho atrajo su curiosidad y
aproximándose a la mesa tomó el libro, que sobresalía por su color rojo, y una vez lo tuvo en las manos, buscó una
silla donde poder sentarse. No tardó en encontrarla, después de limpiar las
telarañas que lo cubrían, encendió los restos de la vela que aún quedaba encima
de la mesa y comenzó a pasar las hojas y, en ese momento, el ladrido de un
perro, el vuelo de las aves nocturnas y el susurro de las palabras perdidas en
el silencio de la noche distrajeron su atención. Después, sin dejar de escuchar
lo que le llegaba del exterior, se dispuso a continuar con la lectura de las
páginas que tenía entre las manos.
La
luz amarillenta que desprendía la vela
iluminaba las letras que comenzaron a saltar de la hoja de papel llenando la
habitación de trazos que agrupándose se acercaban hasta la mujer que esperaba
al fondo de la sala.
Las
letras seguían girando al paso de la mujer que se dirigía al hombre que la
miraba sin poder apartar la vista de la imagen que venía hacia él y cuando sus
manos estaban a punto de alcanzarle, una voz del otro lado le hizo despertar
del sueño en que estaba sumido, abrió los ojos, no había nadie en la
habitación, y cuando giró la cabeza vio la hoja de papel donde se podía leer
con las mismas letras del sueño : “No olvides nuestra cita en la noche”.
I R I S
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