domingo, 2 de febrero de 2020

El baile de las letras





             La casa estaba semioculta por las ramas de los árboles que la arropaban, como queriendo salvarla de las miradas curiosas de los caminantes,  que llegaban hasta aquel lugar atraídos por la historia que de ella contaban los habitantes del pueblo.
            La noche sorprendió al hombre cuando se dirigía al lugar donde se encontraba la casa.  Durante el tiempo que duró el recorrido había vuelto la cabeza en varias ocasiones al creer  sentir detrás de él pasos,  pero no vio a  nadie, tan  solo alcanzaba a ver las brumas que cubrían las aguas del río  junto al camino y escuchar en la lejanía  las campanadas del reloj de la torre de la iglesia dando la hora. Después, sacudiendo la cabeza para ahuyentar las extrañas imágenes que creaba su mente, apresuró el paso, ajeno a la sombra que le seguía a corta distancia.
            
            Cuando llegó frente a la casa, su aire fantasmagórico le hizo estremecer. El tiempo parecía haberse detenido en aquel lugar, por un momento pensó volver sobre sus pasos, pero algo le empujaba a entrar en ella. Cuando llegó hasta la puerta, ésta se abrió permitiéndole la entrada.  En el interior reinaba la obscuridad. El hombre,  buscó en el bolsillo del pantalón el mechero y lo encendió, la luz iluminó la entrada y el recién llegado pasó al interior. Las telarañas colgaban de los rincones, los muebles cubiertos de polvo mostraban el abandono en que se encontraba la vivienda. El visitante, sin detenerse, llegó hasta la puerta entreabierta de una sala y entró en ella. En el centro se hallaba una mesa donde se apilaban libros y, según se iba acercando, divisó uno que tenía algo que le diferenciaba de los demás, y este hecho atrajo su curiosidad  y aproximándose a la mesa tomó el libro, que sobresalía por su color rojo,  y una vez lo tuvo en las manos, buscó una silla donde poder sentarse. No tardó en encontrarla, después de limpiar las telarañas que lo cubrían, encendió los restos de la vela que aún quedaba encima de la mesa y comenzó a pasar las hojas y, en ese momento, el ladrido de un perro, el vuelo de las aves nocturnas y el susurro de las palabras perdidas en el silencio de la noche distrajeron su atención. Después, sin dejar de escuchar lo que le llegaba del exterior, se dispuso a continuar con la lectura de las páginas que tenía entre las manos.

            La luz amarillenta  que desprendía la vela iluminaba las letras que comenzaron a saltar de la hoja de papel llenando la habitación de trazos que agrupándose se acercaban hasta la mujer que esperaba al fondo de la sala.

            Las letras seguían girando al paso de la mujer que se dirigía al hombre que la miraba sin poder apartar la vista de la imagen que venía hacia él y cuando sus manos estaban a punto de alcanzarle, una voz del otro lado le hizo despertar del sueño en que estaba sumido, abrió los ojos, no había nadie en la habitación, y cuando giró la cabeza vio la hoja de papel donde se podía leer con las mismas letras del sueño : “No olvides nuestra cita en la noche”.       
               

I R I S

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