Una vez que un pariente de lo más
lejano llegó a ministro, en mi casa hubo una revolución. Se dispararon todos
los sueños olvidados, no se puso ningún freno a la imaginación y se
construyeron mil castillos en el aire. Se cambió radicalmente de chaqueta.
Ahora veíamos con entusiasmo y comprendíamos las razones que tenía el Gobierno
para efectuar con el pueblo el severo y estricto programa electoral que
preconizaron.
Se buscó exhaustivamente la dirección,
los teléfonos de contacto de nuestro ilustre pariente, no tan lejano como
parecía al principio, se recordó nombres de padres, hermanos y otras parentelas
del reciente ministro y se puso al día los curriculum de todos nosotros,
parados, mal contratados o ambiciosos por subir peldaños en la escala social.
Se hizo una rigurosa lista por orden de jerarquía de los habitantes de nuestra
casa, donde constaba parentesco, edad, situación familiar y laboral y, sobre
todo, pretensiones profesionales.
Recuerdo el empeño y el cariño que puso
mi padre en pegar adecuadamente el sello de correos en el sobre que viajaría
directamente hasta nuestro porvenir. Correo certificado, con acuse de recibo.
Fuimos todos a la oficina postal para depositar nuestras ilusiones y dar fe de
que eran admitidas por el correspondiente empleado, sin ningún tipo de defecto,
restricción o mácula.
Pasaron los días con desesperante
lentitud. Tardaba la respuesta. Buscamos todos los motivos de excusa para dicha
tardanza. “Tiene que pasar por el registro de entrada”, “luego, se procederá a
su envío al departamento correspondiente”, “de allí, una vez pasado el filtro
del jefe de departamento, subdirector, director, secretario del director
general, y director general, pasará al subsecretario del ministro. Éste
procederá a pasarlo al secretario de estado cuando sea el momento oportuno,
dentro de orden protocolario. El secretario de estado valorará el contenido del
sobre, si se ajusta a derecho, si no supone infracción de ninguna norma dictada
por su gobierno y partido e investigará si los hechos y parentescos del mismo
son ciertos”. “¡Ya estará en la bandeja de espera para ser despachado por su
excelencia el ministro! (Manolito le llamaban en su casa)”.
Al cabo de dos meses llegó el acuse de
recibo del sobre, efectuado por un funcionario anónimo. Por lo menos había
llegado a su destino. La espera pasó de la duda a la esperanza. Pronto
recibiríamos noticias, positivas por supuesto. La esperanza se fue debilitando
con el paso de los días e incluso meses. El cabeza de familia no se atrevía a
molestar directamente al Sr. Ministro, no sea que fuera contraproducente. Nos
íbamos conformando con que nos ofrecieran la cuarta parte de nuestras
peticiones. Según aumentaba la tardanza en la respuesta, disminuían nuestras
expectativas.
El cartero nos trajo el sobre oficial
del ministerio exactamente a los 237 días de haber enviado nuestra petición. Un
papel doblado contenía el sobre. El patriarca tuvo el privilegio de extraerlo.
Lo extendió, lo alisó, se puso las gafas y se lo acercó a los ojos. ¡Léelo en
voz alta, que lo escuchemos todos! Pudimos ver que el papel tenía un membrete
en la parte superior izquierda , que estaba bordeado por ribetes
dorados y, al final del escrito se observaba una firma grandilocuente y
rimbombante. Las pocas palabras escritas en él decían:
Querida
familia:
Qué
alegría me ha dado el tener noticias de vosotros después de tantos años. El
motivo de esta carta, antes de tomar ninguna decisión, es para que me aclaréis
una duda. ¿De qué rama familiar somos parientes? ¿Por parte de mi padre o de mi
madre? Perdonad mi ignorancia, es que me han escrito tantos parientes
últimamente, que ya me pierdo en mi árbol genealógico. Podéis contestarme a la
misma dirección de la primera vez y así ya podré tomar mi decisión.
En
espera de vuestra contestación al respecto y quedando a vuestra disposición
para lo que necesitéis, atentamente,
Vuestro
pariente más que lejano.
Rabo
de lagartija
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