Clemente
se asomó a la ventana para observar el tiempo que hacía. Llevaban más de un mes
sin que cayera una sola gota de agua. Las noticias afirmaban que las lluvias
llegarían pronto., pero tardaban en aparecer. La polución corroía el aire que
se respiraba en las grandes urbes. Los virus de temporada tomaban el sol
engordando y produciendo enfermedades en las vías respiratorias de la gente.
Los hospitales se empezaban a colapsar de enfermos desatendidos por la falta de
medios.
Clemente
recordaba los días de otoño y primavera cuando era joven. Cogía la bicicleta y
se juntaba con sus compañeros de juegos. Iban a las afueras, donde la
naturaleza predominaba y hacían carreras y competiciones. Muchas veces, los
vientos traían las nubes que no veíamos por estar distraídos con sus juegos y
les pillaba el chaparrón por sorpresa. Corriendo y jugando entre risas, volvían
a lo civilizado calados hasta los huesos. Las consabidas broncas de padres y
madres por la mojadura no les quitaba la sonrisa de oo bien que se lo habían
pasado.
Siendo
novios, Clemente y su pareja buscaban los lugares lejanos y recónditos para
declararse su amor y rozarse, hasta donde permitía el decoro. En más de una
ocasión los pilló por sorpresa el chaparrón y también se calaron y corrieron a
buscar refugio. En muchos momentos de su vida, la lluvia había sido la
protagonista. Hasta en el entierro de su querida Gloria, cayó una lluvia fina y
delicada, sabedora del momento duro que se estaba pasando.
Clemente
cogió una cazadora que le abrigaba y, en el último momento se acordó del
paraguas, no vaya a ser que acertaran los del tiempo y fuera hoy cuando tocaba
llover. Se dio su paseo diario por los barrios de la ciudad en la que llevaba
mucho tiempo habitando. Cuando estaba esperando un semáforo le cayó una primera
gota, anunciadora del comienzo de una lluvia reparadora. Se olvidó que llevaba
paraguas y siguió caminando, disfrutando de esa bendita agua que caía del cielo
y que tanto deseaba.
Los
parques y jardines bebían con ansia ese líquido que les daba la vida. Las
calles, aceras e incluso los vehículos estacionados en la vía pública
comprobaban cómo sus superficies quedaban limpias y lucidas. La boina de
polución se difuminó dejando una visión clara de las nubes y entre algún claro
se vislumbraba un sol limpio. La guerra contra los virus nocivos se empezaba a
decantar a favor de la salud.
Cuando
Clemente llegó a su casa, se dio cuenta que su ropa venía empapada. Nadie le
recriminó la tontería de la mojadura y su sonrisa volvió a florecer al evocar
sus recuerdos.
¡Bendita
lluvia!
Rabo de lagartija
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