sábado, 26 de enero de 2019

Y llegaron las lluvias





         Clemente se asomó a la ventana para observar el tiempo que hacía. Llevaban más de un mes sin que cayera una sola gota de agua. Las noticias afirmaban que las lluvias llegarían pronto., pero tardaban en aparecer. La polución corroía el aire que se respiraba en las grandes urbes. Los virus de temporada tomaban el sol engordando y produciendo enfermedades en las vías respiratorias de la gente. Los hospitales se empezaban a colapsar de enfermos desatendidos por la falta de medios.

         Clemente recordaba los días de otoño y primavera cuando era joven. Cogía la bicicleta y se juntaba con sus compañeros de juegos. Iban a las afueras, donde la naturaleza predominaba y hacían carreras y competiciones. Muchas veces, los vientos traían las nubes que no veíamos por estar distraídos con sus juegos y les pillaba el chaparrón por sorpresa. Corriendo y jugando entre risas, volvían a lo civilizado calados hasta los huesos. Las consabidas broncas de padres y madres por la mojadura no les quitaba la sonrisa de oo bien que se lo habían pasado.

         Siendo novios, Clemente y su pareja buscaban los lugares lejanos y recónditos para declararse su amor y rozarse, hasta donde permitía el decoro. En más de una ocasión los pilló por sorpresa el chaparrón y también se calaron y corrieron a buscar refugio. En muchos momentos de su vida, la lluvia había sido la protagonista. Hasta en el entierro de su querida Gloria, cayó una lluvia fina y delicada, sabedora del momento duro que se estaba pasando.

         Clemente cogió una cazadora que le abrigaba y, en el último momento se acordó del paraguas, no vaya a ser que acertaran los del tiempo y fuera hoy cuando tocaba llover. Se dio su paseo diario por los barrios de la ciudad en la que llevaba mucho tiempo habitando. Cuando estaba esperando un semáforo le cayó una primera gota, anunciadora del comienzo de una lluvia reparadora. Se olvidó que llevaba paraguas y siguió caminando, disfrutando de esa bendita agua que caía del cielo y que tanto deseaba.

         Los parques y jardines bebían con ansia ese líquido que les daba la vida. Las calles, aceras e incluso los vehículos estacionados en la vía pública comprobaban cómo sus superficies quedaban limpias y lucidas. La boina de polución se difuminó dejando una visión clara de las nubes y entre algún claro se vislumbraba un sol limpio. La guerra contra los virus nocivos se empezaba a decantar a favor de la salud.

         Cuando Clemente llegó a su casa, se dio cuenta que su ropa venía empapada. Nadie le recriminó la tontería de la mojadura y su sonrisa volvió a florecer al evocar sus recuerdos.

         ¡Bendita lluvia!


Rabo de lagartija

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