Como cada tarde a la salida del
colegio, la abuela recogía a los niños para llevárselos a su casa hasta la
llegada de los padres, después del trabajo.
Cuando llegaban a la casa, la abuela
les preparaba la merienda que ellos con gran apetito daban buena cuenta de
ella. Una vez habían terminado de merendar, los reunía en la salita, como cada
día antes de que empezaran a hacer los deberes, para contarles las historietas del abuelo que a ella siendo niña
le contaba su abuela. Los niños, que ya conocían algunos relatos, se
dispusieron a escuchar con mucha atención las viejas historias que la mujer
recordaba para ellos.
Y con voz surgida del recuerdo la
mujer comenzó su relato.
.-Contaba el abuelo, que un día él
y su amigo Manuel, decidieron ir a
visitar a un pariente que vivía en el pueblo de al lado. Cuando llegó el día
acordado, los dos hombres emprendieron
rumbo al pueblo donde éste vivía. Caminaban uno junto al otro en animada
conversación, cuando de repente uno de
ellos recibió como un latigazo en la espalda y volviéndose al amigo le dijo que
por qué le había pegado, a lo que el otro le contestó que él no había sido,
extrañados continuaron caminando, hasta que esta vez el golpe lo recibió el
otro compañero que volviéndose a su amigo le hizo la misma pregunta, recibiendo
la misma contestación que él le había dado a su amigo unos minutos antes. Ante
este hecho decidieron mirar atrás para
averiguar quién les golpeaba, entonces vieron en medio del camino a la
serpiente preparada para asentarles un nuevo golpe, entonces los dos hombres
apresuraron el paso dejando atrás al reptil con sus malas intenciones.
La abuela interrumpió por unos
instantes el relato y miró a los niños que seguían muy atentos a lo que ella
les estaba contando, lo que la animó a seguir con la historia.
Los dos hombres continuaron su
andadura, comentando entre risas lo que les había sucedido
con el reptil que se había cruzado en su camino. Cuando ya a lo lejos se
divisaban las casas del pueblo donde se dirigían se vieron sorprendidos por un
toro que se dirigía a ellos a toda carrera, sin dudarlo un segundo echaron a
correr hacía la casa de campo que tenían cerca de donde se encontraban. Una vez
llegaron a ella abrieron la puerta y dejándola abierta se escondieron en la
parte de atrás de la misma. El toro que les había perseguido hasta la casa,
entro en ella en su busca. Cuando los
dos hombres vieron que el animal estaba
dentro, aprovecharon para cerrar la
puerta dejando al toro encerrado en ella.
Pasado ya el susto volvieron al camino
para continuar su marcha. Caminaban ya más tranquilos cuando se cruzaron con un
grupo de gitanos, sin dudarlo, se acercaron a ellos y les preguntaron que si
habían perdido un burro, a lo que el
gitano viendo la oportunidad de hacerse con el
burro les contestó que sí,
entonces estos le contaron que lo habían encontrado y lo había dejado en la
casa que se veía en medio del campo. El
gitano frotándose las manos les dio las
gracias. Una vez que los dos hombres se alejaron se encaminó
a toda prisa con toda la familia hasta la casa que le habían indicado.
Por el camino uno a uno los churumbeles le pedían al padre:
.- Pá ¿me va a montar en burro?
El padre cansado de escuchar que
todos querían montar en el burro les contestaba:
.-
Tranquilos que para toos habrá.
Cuando por fin llegaron a la casa y
abrieron la puerta, el toro salió de estampida, llevándose todo a su paso. Los
churumbeles corriendo, los cestos de la gitana por los aires y el padre
maldiciendo a los que le habían engañado.
Mientras en la distancia los dos
amigos seguían la escena y viendo el enfado del gitano, se dieron prisa para
llegar al pueblo y no volver a encontrarse en el camino.
Cuando llegó a este punto de la
historia, la abuela interrumpió el relato y dirigiéndose a los niños les dijo:
I
R I S
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