A
Martín le gustaban los lunes. Ese día, después de la tranquilidad del fin de
semana, se activaba de nuevo y se iba al centro de mayores a recargar las
pilas, una vez efectuadas las labores que le correspondían del hogar, según su
mujer.
Siempre
se arrimaba a la misma mesa donde, desde muy temprano ya se había formado una
partida de cartas. A él no le gustaba el juego porque si perdía, siempre había
chanzas y chirigotas a su costa, y si ganaba, se sentía culpable de que
recayeran en otro las burlas y denostaciones. Los mayores somos como los niños,
a veces crueles con el compañero. Aparte de observar las habilidades de los
jugadores, lo que más le gustaba era la tertulia que formaban los que no
jugaban.
Se
solía empezar con el fútbol del fin de semana, y siempre había opiniones
encontradas, dependiendo de los colores que cada cual defendía. Llegaba un
momento que el desacuerdo era ya irreversible, y Martín actuaba de moderador
aconsejándoles que dejaran ese tema tan polémico. Se creaba un rato de silencio
y de meditación para ver por donde se podía volver a la tertulia del lunes.
A
alguno se le ocurría hablar de donde había estado el fin de semana y se
iniciaban los turnos de exposición con el típico tópico de “pues yo”. El tema
siempre derivaba en otras cuestiones. Salían a relucir las relaciones
familiares, las penas y las tristezas, hasta que a alguno se le ocurría hablar
de las pensiones. Casi todos estaban de acuerdo en el fondo de la cuestión.
Había que revalorizarlas, pero se notaban los colores de las tendencias
políticas de cada uno. Acababa como el Rosario de la Aurora y Martín volvía a
poner cordura en el debate.
Uno
sacó el tema de los derechos de las mujeres y estuvieron un buen rato
debatiendo, siempre con criterios dispares. De ahí se derivó a las autonomías y
la política en general. Salieron a relucir banderas y colores de los partidos
políticos, con el “tú más” y el “qué hicieron los tuyos”. Martín ya no tuvo que
intervenir porque se acabó la partida y se empezaron a levantar. Era la hora de
la comida.
Martín
llegó a su casa sin saber quién había ganado la partida, ni quién jugaba mejor
al fútbol, ni si los jueces tenían razón o qué partido político les arreglaría
las pensiones. Su mujer le preguntó que tal había pasado la mañana y Martín le
contestó que “como todos los días”. Comió con gusto la comida que su mujer le
preparaba y después se sentó ante el televisor a ver las noticias. Fue cuestión
de segundos quedarse dormido. Siempre se despertaba cuando ya habían terminado,
pero no le importaba, ya había sido informado de todo lo acontecido con más
puntos de vista y mejor que en el telediario.
Rabo de lagartija
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