En el último cajón de la cómoda, el que está abajo del
todo, el que es menos práctico de todos los cajones. Ese que casi nunca abro.
En ese cajón hay todo tipo de cosas que no uso.
Unas gafas antiguas. Un cinturón marrón con una
hebilla demasiado grande, pañuelos bordados de tela, algún collar, una bufanda,
hecha por mí, que es un horror.
Un monedero con algunas pesetas, unos billetes de
avión de algún viaje que hice hace tiempo, un reloj de pulsera infantil parado
en las cinco, la hora de bajar a merendar con la pandilla.
Un candado de maleta que no tiene llave, cerrado para
siempre. Una llave que ya no recuerdo qué puerta abre, un bolígrafo con
publicidad de una gasolinera, una cajita con pendientes que hace mil años que
no me pongo, una venda elástica.
Una libreta en
la que hay apuntadas recetas de cocina. Un abanico de flores con muchos
colores. Las instrucciones de un tostador, una pila, sola, sin compañeras. Un
imán decorativo de otro país que alguien me regaló. Unas canicas de mi
infancia, de cuando los niños jugábamos en la calle.
Un costurero pequeño con aguja e hilo, un pincel de
maquillaje, una bolsa muy bien plegadita. Una carpeta con dibujos infantiles,
un décimo de lotería que nunca tocó, unas conchas de la playa que algún día
recogí, porque me parecieron hermosas por sus colores, un CD de un cantante que
fue mi favorito.
Son cosas que se van guardando durante una vida, que
no utilizas, que las guardas como recuerdo, pero en el fondo no las quieres
tirar.
Clave de Sol
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