Recuerdo los olores de un patio de Castilla,
unos olores que se mezclaban desde por
la mañana, cuando la abuela regaba los geranios, barría el patio, después ponía
su comida al fuego. Todo esto lo hacía antes de que se levantase el resto de
la familia, no le gustaba que la interrumpieran en su trabajo diario.
Ella, a su manera, se dividía
las tareas. También ayudaba en el
taller familiar de calzado que tenían en
casa, siempre pendiente de lo que la
dijeran marido e hijos. Se ponía a coser en la máquina, a pespuntear las
sandalias que luego terminaban los zapateros. Nunca protestaba por nada, lo
veía todo normal, solo miraba que en su casa todo estuviese tranquilo.
¿Quién
valoraba todo el trabajo que hacia la mujer abuela?
Era tan prudente que la mayoría de los
trabajos los hacia sin que la viera nadie. Aun así ella vivía feliz, no conocía otra cosa y por la familia, hacia
todo lo que hiciese falta, siempre tenía una sonrisa dulce y un andar
tranquilo. Parecía que contaba los pasos al recorrer la casa.
Esas costumbres y trabajos iban pasando a las hijas. Eran trabajos
de casa y considerados para la mujer.
Algunas, con mucho esfuerzo y consentimiento familiar, salían de casa a
trabajar haciendo dos trabajos a la vez, el de casa, y fuera de ella seguían
haciendo trabajos precarios, sin ninguna seguridad social. El sueldo que
ganaban lo entregaban en casa para ayudar a la economía familiar.
A veces olvidamos todo ese trabajo de
la mujer en tiempos pasados y estamos en algunas ocasiones muy parecidas a
ellas. Ahora, para poder trabajar fuera de casa, necesitamos hacer CURSOS DE
INTEGRACION, MASTER, En definitiva,
necesitamos la colaboración familiar.
VIRPANA
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