Anónima
nació en el seno de una familia rural humilde, durante la dictadura de Primo de
Rivera. Fue la mayor de cinco hermanos. Sus padres, trabajadores del campo, se
afanaban por sacar adelante a su prole. Asistió a la escuela durante la segunda
república y, cuando se inició la guerra civil española, dejó los estudios y se
dedicó a cuidar de sus hermanos pequeños mientras su madre trabajaba de sol a
sol, y su padre había sido reclutado para la defensa de la República, ante la
guerra planteada por el ejército de Franco.
Cuando acabó
la guerra, su padre volvió a casa. La comida escaseaba, tenían un pequeño
huerto que Anónima cuidaba, así como a sus hermanos, mientras sus padres
buscaban cualquier trabajo mal pagado para poder subsistir. Al cabo de un año,
la depuración de los vencedores llegó al pueblo y a su padre lo encarcelaron
durante diez años. Anónima tenía trece años y su madre no conseguía con su
escaso trabajo traer alimentos a casa. Se colocó en la casa de los señores que habían
denunciado a su padre, como interna, haciendo todas las labores de la casa y
entregando lo poco que la pagaban y algún que otro alimento que conseguía
escamotear, a su madre.
En los diez
años que estuvo su padre cumpliendo condena por haber estado en el bando
perdedor, Anónima no dejó la casa en la que la explotaban en todos los
sentidos. Sufrió los manoseos y groserías que los hijos de los señores le
prodigaron, sin que sus padres intervinieran para evitarlos. Sólo su fuerza de
voluntad y sus rezos hicieron que volviera a su casa con su honor impoluto..
Sus hermanos
ya colaboraban en el mantenimiento del hogar familiar y Anónima tuvo tiempo de
salir de paseo y conocer a su marido, Salvador. Al poco se casaron y se
establecieron en el pueblo de al lado, con el trabajo del campo. Allí nacieron
sus dos hijos, que la llenaron de alegría. A los pocos años empezó la
inmigración a las grandes ciudades, porque el campo no daba ya para todos.
Anónima aterrizó en un pueblo cerca de la capital con su núcleo familiar, y Salvador
encontró un trabajo en una fábrica. Sus hermanos fueron pasando, uno a uno, por
su casa hasta encontrar un trabajo y una novia, e irse a su propio hogar.
Su padre
murió de una larga enfermedad que dejó agotada a su madre, a la cual se trajo a
su casa hasta que también la dejó huérfana. No consintió que su madre fuera a
ninguna residencia ni a casa de sus hermanos. Sus hijos sintieron la ausencia
de la abuela con la que se habían criado.
Llegaron los
nietos, ya en la democracia, que dieron alegría a Anónima. También quiso
quitarse una espinita que tenía clavada desde que la sacaron de la escuela de
niña, y acudió a clases de adultos en la gran población en que se había
transformado aquel pueblecito al que emigraron. Salvador cumplió su cometido en
esta vida y se marchó en silencio, sin hacer ruido, de la vida de Anónima. Ella
se agarró a sus nietos y a la escuela de adultos para encontrar un motivo que
le hiciera luchar por seguir existiendo.
Anónima ha
cumplido los 90 años y vive feliz, rodeada por sus hijos, sus nietos y amigos,
que vienen a visitarla a la residencia
donde acabará sus días, ya que no ha querido dar guerra a nadie, junto con los
mejores recuerdos de su larga existencia.
Rabo de lagartija