María se
empeñó en que había que bajar al trastero para hacer una limpia integral. Hacía
años que almacenaban en él todos los trastos inútiles que el sentimentalismo
había salvado de la basura y que llenaban hasta los topes el pequeño reducto
del trastero. Manuel tuvo que sucumbir al ultimátum de su mujer y preparó
bolsas y cajas para retirar las reminiscencias del pasado, obsoletas ya.
Abrieron la
puerta y, desde el umbral, echaron un vistazo al caos que imperaba, donde
últimamente no se paraban en colocar nada y lo tiraban de cualquier manera.
Empezaron por las estanterías del lado izquierdo. Una plancha sin arreglo, la
cerradura original de la casa, sin llaves, la lámpara de forja del salón.
También encontraron una maleta ajada, sin ruedas y de material duro que les
hizo recordar su viaje de novios.
Nunca habían montado
en avión hasta que se casaron. ¡Canarias!, esa parte de España tan acogedora
con su cadencia de lenguaje sus paisajes volcánicos Se sentaron en los asientos
que la azafata les indicó. El despegue les puso el estómago en el cuello.
Cuando se atrevieron miraron por la ventanilla cómo las casas las carreteras,
las montañas se empequeñecían y se alejaban de ellos. Dos horas de vuelo. Les
llevaron un desayuno y el periódico. Rezaron a todos los santos para que
aterrizase bien. Un autobús les acercó desde la pista hasta la terminal.
Alguien con un cartel los llamaba para llevarlos en un taxi al hotel. Días
maravillosos, experiencias nuevas, conocimientos íntimos que hasta entonces se
habían privado de sentir.
¡A la basura,
para qué la queremos¡
Seguimos por
la estantería del fondo. Revistas viejas, un tostador de pan, papeles y recibos
antiguos, juegos de los niños.
Cuando
nacieron nuestros hijos se inundó de alegría nuestra vida. También llegaron los
insomnios, pañales, biberones y visitas al pediatra, asustados de cualquier
cosa que les ocurriera. Vimos sus caritas en las fechas de sus cumpleaños y la
llegada de los Reyes Magos. Lucha diaria con los estudios, por crear una conciencia
social y humana en ellos, verlos crecer y experimentar las nuevas sensaciones
de la infancia, la pubertad y la adolescencia.
Por último, miramos la estantería de
la derecha. Una impresora vieja, maderas del mueble viejo, Un despertador
inútil, cuadros venidos a menos. El bastón del abuelo.
Se pasaba temporadas con nosotros.
Gustaba de corretear por las tierras que aún se cultivaban frente a nuestro
piso. Se juntaba con otros mayores, la mayoría venidos de términos rurales y
añoraban su juventud, contándose sus batallas de la vida. Adoraba a sus nietos
a los que empachaba de chuches y golosinas. Las tardes se las pasaba mirando
por la ventana el devenir de la gente del barrio. Su último descubrimiento fue
el hospital de la zona, donde se despidió de nosotros.
Toda una vida estaba reflejada en
aquel trastero. Decidimos tirar lo que no conllevaba sentimientos y lo demás lo
colocamos ordenadamente en las estanterías. Ya habría tiempo de tirarlo.
Rabo de lagartija
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