EL RUIDO
DEL TIEMPO
Cuando
la cuidad se vacía queda el silencio.
Cualquier sonido horada el espacio con calidad
de símbolo.
Un tubo de escape atraviesa el aire cual
alarido grosero y oxidado.
Va
perdiéndose con sonido de huida se va definitivamente
del
mito, del mito que llevamos dentro.
A veces
nos hace jugar con la idea de cambiar.
Dejarlo todo atrás, desaparecer como somos,
reaparecer siendo otros
En otros
lugares del tiempo y el espacio.
RITUALES
Cumplía
con el tiempo de los rituales que nos ayudan a entrar en la vida
poco a
poco, en lugar de darnos de mano con
ella al principio de cada jornada.
Un
sonido persistente molesto pero no trágico, me pisaba los tímpanos.
Me he
mirado al espejo, el cepillo de dientes en la mano, el pelo revuelto y mojado
el rostro limpio y surcado, las ojeras, las bolsas, manchitas rojas,
manchitas
marrones, la sombra del bigote, que no es bello sino
el
recuerdo indeleble de los años de adición a la nicotina.
Las dos
depresiones que comienzan junto a las aletas de la nariz
y llegan
a las comisuras, donde se detienen para dejar sitio
a dos cortas arrugas que ponen mi boca entre
paréntesis,
cada una
con su carga de experiencias: Cuando sonrío, la izquierda
se
contrae hacia arriba, en impertinente optimismo, la derecha lo hace
hacia
abajo, como si quisiera caer como piedra en un mar de distanciamiento.
Entonces
he sentido el taladro dentro de mi
cabeza. He sabido que era el ruido del tiempo.
El ruido
de un túnel que no deja de abrirse.
Un
agujero que no tuvo principio.
Porque el tiempo no es de nadie, ni puede
medirse con relojes.
Quizás
es circular, envolvente, fetal,
el tiempo del que todo precede y al que todo
regresa.
Puede
ser sólo la forma literaria que adopta para manifestarse,
el
misterio de lo que somos.
Cerré
los ojos, el ruido desapareció, no era que el taladro hubiera dejado de sonar,
sino que
me vi en otro momento de mi vida cuando el tiempo no sonaba.
Mi rostro liso, una piel sin escribir, una
señal de la memoria,
un mojón fluorescente en la oscuridad…
Recordar
prueba que no te disuelves del todo en el remolino impreciso
que crea
bajo tus pies el ruido que no puedes conjurar.
Quizá es para no perdernos por lo que llevamos
dentro,
los
diferentes retratos de lo que hemos sido hasta hoy.
Y es el espejo donde nos encontramos al
desconocido que los contiene.
Creo que
el taladro ha dejado de sonar. Creo.
QUIRÓN
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