María subió las escaleras
mecánicas del metro que la conducían al
exterior de la estación. Una vez
arriba se encontró frente a la plaza y con la mirada recorrió el lugar. En el
centro la fuente, donde en un tiempo se levantaba el entramado del scalectrix por donde circulaban los vehículos
y que no dejaban ver la belleza que en ella se encontraba.
Por
un tiempo la mujer vislumbro con la mirada lo que tanta veces había visto en
ella: La Cuesta
de Moyano, donde seguían las casetas de libros viejos y de ocasión, el Paseo
del Prado y el Jardín Botánico, donde había ido de niña en las noches de verano
a tomar el fresco junto a sus padres, la estación con los trenes que salían con
dirección a otras ciudades. En ella también se encontraba el Museo donde antes
había sido un hospital. Llegado a este punto sonrió, cómo iba a pensar ella que
en aquel lugar donde había permanecido ingresada una noche, sufriría una
transformación tan grande, dejando las salas vacías para llenarlas de arte.
Después
de un tiempo, María tomo rumbo hacia la casa donde la estaban esperando. Al
llegar a esta se encontró de nuevo con los recuerdos que acudieron a su mente.
La calle en la que ahora se encontraba, el tráfico y los coches no dejaban de
transitar y recordó como en ella en un
tiempo, había jugado con las niñas del barrio a la piedra en los dibujos hechos
en los cuadrantes de los adoquines que formaban el pavimento de la calle.
Por un
tiempo continuo recordando los cambios que se habían ido produciendo en la zona
y, como cada vez que regresaba a ella, no dejaba de recordar los momentos que
había vivido en el barrio.
I R I S
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