Cuando
nací, mis padres me vieron como un chico sano, con buen peso, hambriento y
llorón. Los demás decían que era feo, de pelo oscuro y cejijunto, que parecía
un mono, El tiempo dirá como soy.
Me
crié con un hermano mayor, al que todos querían hacerle carantoñas de rubio y
guapo que era. Fui un niño bueno, tranquilo, obediente y aplicado. Mis rasgos
se fueron suavizando y configurando mi personalidad, En el desarrollo hacia la
juventud alcancé una altura superior a la normal. Seguía siendo el feo de los
dos hermanos.
Siendo joven, y a pesar de mi apariencia, conocí a
mi media naranja, encontré un trabajo que me permitiera soñar en hacer planes
de futuro y nos casamos. Siempre he sabido que no era guapo, en el sentido de
los cánones que la sociedad perfeccionista exige par alcanzar dicho título. Eso
no me ha impedido realizarme como ser humano en casi todos mis sueños, anhelos y
metas, siempre dentro de los límites de la realidad en la que he vivido.
Mi
corazón late igual que el de una persona guapa. Mis órganos vitales funcionan
tan bien como los de cualquier otro ser humano. Mis sentimientos me producen
momentos felices y tristes similares a los de mis congéneres. Tengo un montón
de amigos, de familiares, de compañeros y vecinos a los que aprecio y me veo
correspondido. Adoro a mi mujer, a mis hijos y nietos, cumplo con alegría mis
obligaciones sociales y morales y doy gracias a la vida por esta existencia que
me ha tocado.
A
todos los que no han sabido encontrar esa belleza utópica en mi, les deseo que
puedan disfrutar de una vida tan plena como la mía. El espejo no ha sido nunca
el que ha marcado mi destino. He aprendido a quererme tal cual soy y a dejar de
lado aspectos superfluos e inútiles que otros priorizan, y a buscar los verdaderos
valores de la vida.
Más
de uno se tendría que leer el cuento del patito feo y comprendería la felicidad
que he gozado.
Rabo de lagartija
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