Con nuestra Escuela de Adultos,
esperábamos el momento de entrar en el teatro, donde esa tarde veríamos un certamen
coreográfico el nº XXIII. Comenzó y la sorpresa fue mayúscula, nos habían
vendido las entradas en la asociación, como danza clásica, y nada más comenzar
el espectáculo, el asombro, en mí, lo pudo todo.
Aquello era como una metáfora, compuesta
exclusivamente por expresión corporal. Era el resultado del esfuerzo y el
estudio en el Conservatorio Superior de Danza, “María de Ávila”. Un certamen
que durará tres días, llamado “Espanding Movement”.
Vimos siete grupos, el primero
representado por dos chicos descalzos y desnudos salvo el pantalón. Sus
movimientos me asombraron, aquello a veces parecían caricias, que de pronto se
volvían bruscas. Era como una lucha sorda de posesión. Como si se midieran a
ver quién conseguía subyugar a quien, pero soterradamente. Haber quien manda,
sin violencia pero observando como al más posesivo, el otro se le revolvía, no
quería dejarse. Estaban dirimiendo condiciones.
Esta vez eran dos chicas en pololos, y
sus movimientos más suaves y alegres, no dejaban de tener una gran dificultad. Me
gustaron muchísimo, aquellos cuerpos tenían dificultades para mantenerse
quietos, o erguidos, o estáticos, pero no recuerdo lo que para mi representaron
sus movimientos, pero me tenían extasiada.
Los terceros, fueron cinco jóvenes que no conseguían mantenerse en pie. Desde el
suelo se elevaban como si fueran de gelatina, el esfuerzo era ímprobo. Buscando
apoyo, se agarraban al que encontraban erguido, que cual árbol torcido lo
dejaba caer, no le sujetaba y caían al suelo uno tras otro, pero tantas veces
que todo era levantarse para volverse a caer. Yo estaba en suspenso y cuando
terminaron exclame: ¡Qué buenos! Qué trabajo esas caídas, y saberse caer así, ¿cuántas
caídas se han dado para hacer este pase, con tal perfección? Me pareció una
metáfora de la vida, cuando alguien esta caído y generalmente nadie le da la
mano para que se agarre.
Llegaron los cuartos, estaban en
penumbra, al fondo sólo se veía un estómago o abdomen que se movía de tal
manera que lo mirabas sin pestañear, tratando de encontrarle significado a
aquello. Poco a poco aparecieron las piernas hercúleas y cortas y por obra de
los movimientos del abdomen, era capaz de dislocarse, de distorsionarse dando la sensación que, de enano, se volvía
gigante, se agrandaba sin transición alguna, era un continuo movimiento. Se
vuelve lentamente y aparece ella, con el pecho al aire. Nada más natural y
escénico, que aquel cuerpo independiente que abandona a su compañero y se
contorsiona sin cesar, mientras él, convertido en gelatina, nos constriñe las
entrañas en un intento inhumano por incorporarse sin conseguirlo. Ella mientras,
se ha convertido en un trompo que gira y gira sin cesar, mientras su
cabeza gira loca y frenéticamente, como
sus brazos.
Fue de una belleza y un esfuerzo tan brutal,
que aun me abruma. Eran como cuerpos destornillados que fueran a soltarse y
terminar en trozos entre nosotros. Fue magistral. De alguna manera, la escuela
de estos distintos bailarines, o coreógrafos, les ha dado la técnica, para hacer
esas coreografías tan distintas. Sin embargo para mí tienen como un nexo de unión, un espíritu
común que los movía a todos.
Fue una tarde de danza fascinante, me
gustó más que todo lo que yo haya visto sobre cualquier tipo de danza, incluida
la danza clásica. Tengo que reconocer, que tampoco he visto tanta danza como para poder poner en evidencia su valía.
Pero sí, sí. Fue una verdadera maravilla
para mí.
QUIRÓN
No hay comentarios:
Publicar un comentario