sábado, 18 de noviembre de 2017

La danza mágica








Con nuestra Escuela de Adultos, esperábamos el momento de entrar en el teatro, donde esa tarde veríamos un certamen coreográfico el nº XXIII. Comenzó y la sorpresa fue mayúscula, nos habían vendido las entradas en la asociación, como danza clásica, y nada más comenzar el espectáculo, el asombro, en mí, lo pudo todo.
Aquello era como una metáfora, compuesta exclusivamente por expresión corporal. Era el resultado del esfuerzo y el estudio en el Conservatorio Superior de Danza, “María de Ávila”. Un certamen que durará tres días, llamado “Espanding Movement”.
Vimos siete grupos, el primero representado por dos chicos descalzos y desnudos salvo el pantalón. Sus movimientos me asombraron, aquello a veces parecían caricias, que de pronto se volvían bruscas. Era como una lucha sorda de posesión. Como si se midieran a ver quién conseguía subyugar a quien, pero soterradamente. Haber quien manda, sin violencia pero observando como al más posesivo, el otro se le revolvía, no quería dejarse. Estaban dirimiendo condiciones.
Esta vez eran dos chicas en pololos, y sus movimientos más suaves y alegres, no dejaban de tener una gran dificultad. Me gustaron muchísimo, aquellos cuerpos tenían dificultades para mantenerse quietos, o erguidos, o estáticos, pero no recuerdo lo que para mi representaron sus movimientos, pero me tenían extasiada.
Los terceros, fueron cinco jóvenes  que no conseguían mantenerse en pie. Desde el suelo se elevaban como si fueran de gelatina, el esfuerzo era ímprobo. Buscando apoyo, se agarraban al que encontraban erguido, que cual árbol torcido lo dejaba caer, no le sujetaba y caían al suelo uno tras otro, pero tantas veces que todo era levantarse para volverse a caer. Yo estaba en suspenso y cuando terminaron exclame: ¡Qué buenos! Qué trabajo esas caídas, y saberse caer así, ¿cuántas caídas se han dado para hacer este pase, con tal perfección? Me pareció una metáfora de la vida, cuando alguien esta caído y generalmente nadie le da la mano para que se agarre.
Llegaron los cuartos, estaban en penumbra, al fondo sólo se veía un estómago o abdomen que se movía de tal manera que lo mirabas sin pestañear, tratando de encontrarle significado a aquello. Poco a poco aparecieron las piernas hercúleas y cortas y por obra de los movimientos del abdomen, era capaz de dislocarse, de distorsionarse  dando la sensación que, de enano, se volvía gigante, se agrandaba sin transición alguna, era un continuo movimiento. Se vuelve lentamente y aparece ella, con el pecho al aire. Nada más natural y escénico, que aquel cuerpo independiente que abandona a su compañero y se contorsiona sin cesar, mientras él, convertido en gelatina, nos constriñe las entrañas en un intento inhumano por incorporarse sin conseguirlo. Ella mientras, se ha convertido en un trompo que gira y gira sin cesar, mientras su cabeza  gira loca y frenéticamente, como sus brazos.
  Fue de una belleza y un esfuerzo tan brutal, que aun me abruma. Eran como cuerpos destornillados que fueran a soltarse y terminar en trozos entre nosotros. Fue magistral. De alguna manera, la escuela de estos distintos bailarines, o coreógrafos, les ha dado la técnica, para hacer esas coreografías tan distintas. Sin  embargo para  mí tienen como un nexo de unión, un espíritu común que los  movía a todos.
   Fue una tarde de danza fascinante, me gustó más que todo lo que yo haya visto sobre cualquier tipo de danza, incluida la danza clásica. Tengo que reconocer, que tampoco he visto tanta danza  como para poder poner en evidencia su valía.
Pero sí, sí. Fue una verdadera maravilla para mí.
                                                                                                       QUIRÓN

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