La mesa estaba al completo. Habían acudido todos los parientes a la
celebración del aniversario de la abuela Bisi. La comida había transcurrido
entre charlas y corrillos de los distintos grupos familiares. Llegaba la hora
del postre y la tarta.
La celebración se había establecido hace años, por acuerdo de toda
la familia, y sólo se juntaban cada año bisiesto, porque la abuela había nacido
un 29 de febrero. Siempre era motivo de reencuentro entre tíos, primos y demás
allegados.
El reparto de la tarta se hacía por hermanos, teniendo en cuenta el
número de comensales que cada uno traía. No siempre estaban de acuerdo en las
porciones y, a veces, había que replantearlo de nuevo. Había hermanos que
tenían más afinidad con unos que con otros, y a la hora de consensuar la
cantidad a repartir se formaban distintas posturas. El criterio de los mayores
era más moderado que el de los jóvenes, que pedían más porción. Este año, el
tío mayor reclamaba ser él el que repartiera los pedazos, porque era el que más
prole tenía, pero ninguno de los hermanos estaba de acuerdo con él. El segundo
en edad se ofreció para hacerlo, esperando contar con la aprobación de los
restantes hermanos. Estaban hartos de que el mayor repartiera últimamente, y ya
se sabe: el que parte y reparte, se queda con la mejor parte.
Los hermanos pequeños, que hasta entonces estaban en minoría en
cuanto a prole, habían casado ya a sus hijos y empezaban a tener nietos, con lo
que iban creciendo en votos a la hora de repartir. Entre ellos estaban más de
acuerdo, porque ya se sabe que la juventud es más revolucionaria y radical que
los mayores. Empezaron los corrillos y consultas entre todos y no llegaban a
ponerse de acuerdo por el afán de tener más ración de la tarta.
A todo esto, la tarta que ya llevaba varias horas fuera de la
nevera, se empezaba a derretir y, de no conseguir un acuerdo, caducaría y se
haría incomestible, teniendo que llegar a suspender el aniversario y esperar a
otras fechas para celebrarlo.
Apenas llevaban media hora de consultas sin ponerse de acuerdo
cuando la vela empezó a inclinarse de forma alarmante. Limaron las últimas
asperezas y llegaron al consenso.
Me despertó un campanilleo estridente. El despertador me reclamaba
para que fuera a mi trabajo. El Congreso de los Diputados me esperaba. Me
levanté, me aseé, me vestí, desayuné y cogí el autobús hasta mi destino. Fiché
al entrar en el Congreso y me preparé para realizar mi trabajo. Ese día era el
definitivo para votar al candidato a Presidente del Gobierno. Cogí los bártulos
de limpieza y me dediqué a fondo para dejar pulido e inmaculado el hemiciclo.
Rabo de lagartija
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