martes, 23 de febrero de 2016

La tarta





La mesa estaba al completo. Habían acudido todos los parientes a la celebración del aniversario de la abuela Bisi. La comida había transcurrido entre charlas y corrillos de los distintos grupos familiares. Llegaba la hora del postre y la tarta.

La celebración se había establecido hace años, por acuerdo de toda la familia, y sólo se juntaban cada año bisiesto, porque la abuela había nacido un 29 de febrero. Siempre era motivo de reencuentro entre tíos, primos y demás allegados.

El reparto de la tarta se hacía por hermanos, teniendo en cuenta el número de comensales que cada uno traía. No siempre estaban de acuerdo en las porciones y, a veces, había que replantearlo de nuevo. Había hermanos que tenían más afinidad con unos que con otros, y a la hora de consensuar la cantidad a repartir se formaban distintas posturas. El criterio de los mayores era más moderado que el de los jóvenes, que pedían más porción. Este año, el tío mayor reclamaba ser él el que repartiera los pedazos, porque era el que más prole tenía, pero ninguno de los hermanos estaba de acuerdo con él. El segundo en edad se ofreció para hacerlo, esperando contar con la aprobación de los restantes hermanos. Estaban hartos de que el mayor repartiera últimamente, y ya se sabe: el que parte y reparte, se queda con la mejor parte.

Los hermanos pequeños, que hasta entonces estaban en minoría en cuanto a prole, habían casado ya a sus hijos y empezaban a tener nietos, con lo que iban creciendo en votos a la hora de repartir. Entre ellos estaban más de acuerdo, porque ya se sabe que la juventud es más revolucionaria y radical que los mayores. Empezaron los corrillos y consultas entre todos y no llegaban a ponerse de acuerdo por el afán de tener más ración de la tarta.

A todo esto, la tarta que ya llevaba varias horas fuera de la nevera, se empezaba a derretir y, de no conseguir un acuerdo, caducaría y se haría incomestible, teniendo que llegar a suspender el aniversario y esperar a otras fechas para celebrarlo.

Apenas llevaban media hora de consultas sin ponerse de acuerdo cuando la vela empezó a inclinarse de forma alarmante. Limaron las últimas asperezas y llegaron al consenso.

Me despertó un campanilleo estridente. El despertador me reclamaba para que fuera a mi trabajo. El Congreso de los Diputados me esperaba. Me levanté, me aseé, me vestí, desayuné y cogí el autobús hasta mi destino. Fiché al entrar en el Congreso y me preparé para realizar mi trabajo. Ese día era el definitivo para votar al candidato a Presidente del Gobierno. Cogí los bártulos de limpieza y me dediqué a fondo para dejar pulido e inmaculado el hemiciclo.

Rabo de lagartija

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