Fructuoso
caminaba contento, porque esa tarde iba a buscar a su nieto al colegio. Le
encantaba ver la cara que ponía cuando descubría que su abuelo le venía a
buscar. Siempre charlaban animadamente de cualquier cosa en el trayecto hasta
la casa de su hijo.
Después
de hablar de diversas cosas, Pablo le informó que en clase de ciencias
naturales habían dado la reproducción humana esa tarde y que la profesora les
había indicado que preguntaran a sus padres o abuelos sobre esta experiencia.
Se lo habían pasado chachi entre risas y miraditas. El niño le habló de
espermatozoides y de óvulos para el proceso de fecundación. El abuelo corroboró
y amplió este concepto, hablándole del embrión, la placenta y la división de
células con las que se iba formando el niño que nacería a los nueve meses de
gestación a través de la vagina de la madre. Hasta aquí, todo iba bien.
“Abuelo,
a las mamás las duermen cuando van a nacer los niños”. El abuelo le explicó que
no en su totalidad, sólo de la cintura para abajo pero que ellas estaban
conscientes porque tenían que apretar para
ayudarle a salir. Únicamente las dormían del todo cuando había
problemas, bien porque el bebé estuviera mal colocado o hubiera riesgo de tener
el cordón umbilical enredado, y entonces le tenían que abrir la tripa para
sacar el niño por ahí.
“Abuelo,
cuando nacen los niños los tienen que pegar” El abuelo se rió y le dijo que no
siempre. Si el niño al nacer empezaba a respirar por si sólo, no hacía falta.
Si tardaba mucho, le daban un azote en el culito para que llorara y así
empezara a respirar. Cuando están dentro de la madre no respiran y se alimentan
por medio del cordón umbilical, de las vitaminas, proteínas y demás nutrientes
necesarios para su desarrollo.
“Abuelo,
para que se produzca la fecundación hay que hacer sexo”, le dijo Pablo. El
abuelo lo confirmó pero le explicó que la reproducción y el sexo son dos cosas
distintas aunque se complementan, sin querer entrar en más honduras. Lo malo es
que los niños no se conforman con las explicaciones técnicas y quieren ampliar
sus deseos de conocimientos.
“Abuelo, para no tener
niños se utilizan los condones”. El abuelo sonrió y le explicó como eran los
profilácticos y que con ellos se evitaba que los espermatozoides alcancen el
óvulo y lo fecunden. “¿Abuelo, como se ponen los condones?”. Sin más preámbulos
Fructuoso le explicó que son como bolsitas de látex que cubren el pene
masculino y que recogen el semen y así no se introduce en la vagina femenina.
Para sus adentros el abuelo se decía que había superado la prueba con sencillez
y naturalidad y que ya se quedaría satisfecho Pablo.
“Abuelo, para tener niños
las personas se casan” El abuelo suspiró y le dijo que para procrear hijos no
es necesario casarse pero que las parejas suelen legalizar su relación para no
tener problemas burocráticos y poder acceder a la sanidad y a los beneficios
sociales. Qué largo se le estaba haciendo el trayecto hasta la casa de su hijo.
“Abuelo…”
“Para, para”, le dijo el
abuelo. “Si quieres saber más cosas le preguntas a papá y mamá, que sabrán
explicártelo mejor que el abuelo”.
Por fin llegaron a la
casa. Saludaron a su hijo y su nuera y les dijo: “¿A que no sabéis de qué
veníamos hablando Pablo y yo por el camino?” El niño se puso colorado como un
tomate, bajó la cabeza y se fue a su habitación para hacer los deberes.
Qué bonito es el
despertar de los niños al conocimiento de las relaciones sexuales entre seres
humanos, y qué difícil es explicárselo y que parezca la cosa más natural del
mundo.
Rabo de lagartija
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