miércoles, 10 de febrero de 2016

El despertar





            Fructuoso caminaba contento, porque esa tarde iba a buscar a su nieto al colegio. Le encantaba ver la cara que ponía cuando descubría que su abuelo le venía a buscar. Siempre charlaban animadamente de cualquier cosa en el trayecto hasta la casa de su hijo.

            Después de hablar de diversas cosas, Pablo le informó que en clase de ciencias naturales habían dado la reproducción humana esa tarde y que la profesora les había indicado que preguntaran a sus padres o abuelos sobre esta experiencia. Se lo habían pasado chachi entre risas y miraditas. El niño le habló de espermatozoides y de óvulos para el proceso de fecundación. El abuelo corroboró y amplió este concepto, hablándole del embrión, la placenta y la división de células con las que se iba formando el niño que nacería a los nueve meses de gestación a través de la vagina de la madre. Hasta aquí, todo iba bien.

            “Abuelo, a las mamás las duermen cuando van a nacer los niños”. El abuelo le explicó que no en su totalidad, sólo de la cintura para abajo pero que ellas estaban conscientes porque tenían que apretar para  ayudarle a salir. Únicamente las dormían del todo cuando había problemas, bien porque el bebé estuviera mal colocado o hubiera riesgo de tener el cordón umbilical enredado, y entonces le tenían que abrir la tripa para sacar el niño por ahí.

            “Abuelo, cuando nacen los niños los tienen que pegar” El abuelo se rió y le dijo que no siempre. Si el niño al nacer empezaba a respirar por si sólo, no hacía falta. Si tardaba mucho, le daban un azote en el culito para que llorara y así empezara a respirar. Cuando están dentro de la madre no respiran y se alimentan por medio del cordón umbilical, de las vitaminas, proteínas y demás nutrientes necesarios para su desarrollo.

            “Abuelo, para que se produzca la fecundación hay que hacer sexo”, le dijo Pablo. El abuelo lo confirmó pero le explicó que la reproducción y el sexo son dos cosas distintas aunque se complementan, sin querer entrar en más honduras. Lo malo es que los niños no se conforman con las explicaciones técnicas y quieren ampliar sus deseos de conocimientos.

“Abuelo, para no tener niños se utilizan los condones”. El abuelo sonrió y le explicó como eran los profilácticos y que con ellos se evitaba que los espermatozoides alcancen el óvulo y lo fecunden. “¿Abuelo, como se ponen los condones?”. Sin más preámbulos Fructuoso le explicó que son como bolsitas de látex que cubren el pene masculino y que recogen el semen y así no se introduce en la vagina femenina. Para sus adentros el abuelo se decía que había superado la prueba con sencillez y naturalidad y que ya se quedaría satisfecho Pablo.

“Abuelo, para tener niños las personas se casan” El abuelo suspiró y le dijo que para procrear hijos no es necesario casarse pero que las parejas suelen legalizar su relación para no tener problemas burocráticos y poder acceder a la sanidad y a los beneficios sociales. Qué largo se le estaba haciendo el trayecto hasta la casa de su hijo.

“Abuelo…”

“Para, para”, le dijo el abuelo. “Si quieres saber más cosas le preguntas a papá y mamá, que sabrán explicártelo mejor que el abuelo”.

Por fin llegaron a la casa. Saludaron a su hijo y su nuera y les dijo: “¿A que no sabéis de qué veníamos hablando Pablo y yo por el camino?” El niño se puso colorado como un tomate, bajó la cabeza y se fue a su habitación para hacer los deberes.

Qué bonito es el despertar de los niños al conocimiento de las relaciones sexuales entre seres humanos, y qué difícil es explicárselo y que parezca la cosa más natural del mundo.


Rabo de lagartija

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