miércoles, 10 de febrero de 2016

El piloto rojo





                Los controles de pasajeros en los aeropuertos han estado bajo estrictas medidas de seguridad. Debido a los atentados el control se ha hecho más exhaustivo, llegando en ocasiones a lo novelesco.

            Disponía de unos días de vacaciones. Elegimos el lugar donde ir y compramos los billetes de avión.

             Y llegó el día en que debíamos emprender el viaje. La tarde anterior había hecho las maletas, no sin problema. Cada vez me costaba más decidirme en lo que tenía que llevarme de equipaje. El lugar donde íbamos a pasar las vacaciones estaba a cientos de km.,  y allí el clima era imprevisible.

            Ya en el coche camino del aeropuerto me venían  a la memoria momentos vividos en la terminal del aeropuerto. Gente que iba y venía. Abrazos y besos recibían los que llegaban y despedidas en ocasiones con lágrimas a los que marchaban.

            Una vez llegas al aeropuerto  te diriges a los mostradores para facturar el equipaje. Por megafonía escuchas una voz que te recomienda estés atento a tu equipaje y a la puerta de embarque. Después mientras llega tu turno para dejar las maletas te entretienes en observar a los pasajeros que te rodean. En una ocasión  en la que me encontraba en la fila de facturación, delante de mí había un grupo de jóvenes que bromeaban alegremente y así continuaron hasta la puerta de control de pasajeros. Una vez allí depositaron en las bandejas todo lo que les indicaban los controladores que pudiera hacer saltar la alarma. Cuando llegó el momento de traspasar el marco, los jóvenes se detuvieron, allí delante de ellos una monja era requerida a quitarse los crucifijos y medallas que llevaba colgadas al cuello, que hizo encender el piloto rojo. La religiosa obedeció, y una vez lo hizo se dispuso a franquear de nuevo la entrada, pero otra vez saltó la alarma y de nuevo fue requerida a mirar lo que había olvidado. Sin inmutarse,  se llevó la mano al bolsillo y de él sacó unas tijeras. Toda esta peripecia era seguida con sumo interés por los jóvenes que seguían bromeando con lo que allí estaba sucediendo. Uno de ellos, entre risas, dijo que aquello le recordaba  a la película de “Aterriza como Puedas”.

            Cuando llegó mi turno, dejé en la bandeja mi chaqueta, el bolso, los zapatos y el cinturón, y me encaminé hasta el control. Una vez allí, me lancé a la ventura de no sonrojar al piloto del control

I R I S

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