Los
controles de pasajeros en los aeropuertos han estado bajo estrictas medidas de
seguridad. Debido a los atentados el control se ha hecho más exhaustivo,
llegando en ocasiones a lo novelesco.
Disponía
de unos días de vacaciones. Elegimos el lugar donde ir y compramos los billetes
de avión.
Y llegó el día en que debíamos emprender el
viaje. La tarde anterior había hecho las maletas, no sin problema. Cada vez me
costaba más decidirme en lo que tenía que llevarme de equipaje. El lugar donde
íbamos a pasar las vacaciones estaba a cientos de km., y allí el clima era imprevisible.
Ya en
el coche camino del aeropuerto me venían
a la memoria momentos vividos en la terminal del aeropuerto. Gente que
iba y venía. Abrazos y besos recibían los que llegaban y despedidas en
ocasiones con lágrimas a los que marchaban.
Una
vez llegas al aeropuerto te diriges a
los mostradores para facturar el equipaje. Por megafonía escuchas una voz que
te recomienda estés atento a tu equipaje y a la puerta de embarque. Después
mientras llega tu turno para dejar las maletas te entretienes en observar a los
pasajeros que te rodean. En una ocasión
en la que me encontraba en la fila de facturación, delante de mí había
un grupo de jóvenes que bromeaban alegremente y así continuaron hasta la puerta
de control de pasajeros. Una vez allí depositaron en las bandejas todo lo que
les indicaban los controladores que pudiera hacer saltar la alarma. Cuando
llegó el momento de traspasar el marco, los jóvenes se detuvieron, allí delante
de ellos una monja era requerida a quitarse los crucifijos y medallas que
llevaba colgadas al cuello, que hizo encender el piloto rojo. La religiosa
obedeció, y una vez lo hizo se dispuso a franquear de nuevo la entrada, pero
otra vez saltó la alarma y de nuevo fue requerida a mirar lo que había olvidado.
Sin inmutarse, se llevó la mano al
bolsillo y de él sacó unas tijeras. Toda esta peripecia era seguida con sumo
interés por los jóvenes que seguían bromeando con lo que allí estaba
sucediendo. Uno de ellos, entre risas, dijo que aquello le recordaba a la película de “Aterriza como Puedas”.
Cuando
llegó mi turno, dejé en la bandeja mi chaqueta, el bolso, los zapatos y el
cinturón, y me encaminé hasta el control. Una vez allí, me lancé a la ventura
de no sonrojar al piloto del control …
I R I S
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