martes, 23 de febrero de 2016

El rey del mundo





La violencia domestica. Hay crímenes que se pueden estar gestando, asesinos en potencia que se cruzan con nosotros por la calle, que gozan de nuestra benevolencia como vecinos. El asesino no es un simple maltratador, entrenándose va poniendo a prueba a la sociedad, a los jueces, a los policías.
Verificada  la indefensión de su presa en el sistema, asesta el golpe definitivo. Luego henchido en su letal soberbia se suicida o se entrega, en la seguridad de que saldrá en las noticias. Todo el mundo sabrá que fue lo bastante hombre para vengarse. Todos entenderán que la “maté porque era mía”. Y todos los que están en la misma situación de odio, sabrán que pueden hacerlo.
Cuando era pequeña, la violencia domestica no era una rareza, sino lo común; malo pero aceptado. Los curas ayudaban mucho en los confesionarios: “Aguanta por los hijos, prometiste obediencia, por la indisolubilidad  del matrimonio, porque aunque te pega, es un buen cristiano, viene a  misa cada domingo”, aconsejaban aquellos buitres con faldas.
 Las mujeres más allegadas también contribuían: “Al fin y al cabo solo se pone así cuando bebe”. Los niños nos habíamos acostumbrado a temer su ira: “cuando venga el papá escóndete, déjamelo a mí”. De repente, un alarido en la noche. “Tranquila nena, no ha sido en casa, es la vecina de arriba, anda duérmete”. Asumíamos con naturalidad la bondad de la madre y la superioridad inapelable del hombre. Rey de la creación.
La ley franquista amparaba al macho. Mataban ellos a sus mujeres igual que hoy, y eran crímenes pasionales en el periódico. Si era al revés, se llamaba asesinato.
Las madres: “Nena deja a tu hermano en paz, anda dale la pelota, no ves que es un chico, anda no seas boba”. Y después: “Mamá mira, he quemado el piso con esa zorra  y sus hijos dentro”. “Mamá, soy el rey del mundo”.
QUIRÓN

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