El
abanico de posibilidades está
siempre
abierto ante nosotros. Cuando somos pequeños no
somos conscientes de casi nada. Queremos las cosas inmediatas: Quiero un
Chupa-Chus. Dependiendo de qué te portes bien o no, te lo compran. Más tarde te hacen los mayores las
reflexiones pertinentes; ten cuidado, si comes azúcar los
dientes se te pican. Y efectivamente, todas nuestras acciones tienen unas
consecuencias. ¿Cómo
saber en cada momento elegir? Difícil es.
Conforme
vamos creciendo, se van abriendo caminos y tenemos que ir explorándolos. Cada uno de nosotros tenemos
nuestra manera de enfocar cada situación. La
educación que hayamos recibido de pequeños, nos influirá de alguna manera en nuestras
vidas. Si hemos sentido una fuerte represión por
parte de nuestros padres, nuestro comportamiento, por lo general, no será tan alegre y espontáneo como es de desear. Si nos ha
faltado cariño, esto
puede ser nefasto para nuestra estabilidad emocional y haremos lo que esté a
nuestro alcance para obtenerlo, aunque tengamos que sacrificar parte de lo que
somos y mostrar sólo lo que los demás desean.
Esto no funciona, pues entramos en conflicto con nosotros mismos. En cada uno
de nosotros, existe un niño pequeño. Alimentarlo de ilusión y liberarlo de tanta rigidez, hacer
cosas que nos sirvan solo para pasarlo bien, por placer de disfrutar como los
niños cuando juegan, sería un ejercicio
estupendo para soportar tantos problemas de estrés, que la
vida y la sociedad nos ha impuesto.
Otros
problemas muy importantes son los de la salud. Suelen ser los más duros de sobrellevar. El trabajo, el
dinero ¡cómo no! También cuántos quebraderos de cabeza dan
las relaciones humanas, de pareja, de padres e hijos, hermanos, etc.
A veces
hay que mezclar todas estas situaciones, hacer un coctel y beberlo a sorbitos muy pequeños, transformando lo amargo en dulce y
así sentirnos un poquito mejor. No
felices, pues este estado solo es posible sentirlo a ráfagas, como el viento. Hay algo que sólo
es nuestro, que nos pertenece: Nuestra actitud ante la vida y nuestro
pensamiento. Alimentarlo de la manera más sencilla, no crearnos expectativas
que no estén a nuestro alcance; respetar a los
demás sin caer en servilismos y tratar a
los demás como quieres que te traten a ti. Podemos
tener una lista, pero aún así, creo que no existe ninguna fórmula mágica que
podamos seguir para no hacernos daño.
Somos humanos, por lo que nos dejamos
arrastrar por pasiones insospechadas. Sentirnos vivos, luchar por las cosas que
creemos, hace que nos sintamos mejor.
Hay algo
de suma importancia, el cariño que
damos y recibimos es lo mejor que podemos tener, sin olvidarnos nunca de
querernos a nosotros mismos.
Hace poco
me quedé con una frase que me gustó mucho, “En la vida, no se trata de sobrevivir
a la tempestad, sino de bailar bajo la lluvia”.
BELADES
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