Como
todos los años, por estas fechas se produce la escapada masiva de un sinfín de
peregrinos, que queriendo disfrutar de unos días de descanso, cambian su rutina
por otras alternativas: El pueblo, la montaña, la plata, en fin, lo que se dice
cambiar de escenario para cargar las pilas. Bien es verdad que esto conlleva
sufrir grandes caravanas en las carreteras, tanto a la ida como al regreso.
Pero sarna con gusto no pica y yo he contribuido a ese éxodo que se produce año
tras año, escapándome a mi casita de la playa. Claro que lo hice varios días
antes, y regresé cuando ya terminó el puente.
Los
lugares elegidos por cada uno para la estancia, están saturados de público. Los
bares y centros comerciales están abarrotados y te cuesta acceder para tomarte
un aperitivo, pero seguimos entrando al trapo y, como dejándonos llevar por una
riada, participamos de la aglomeración de gentes, para después, al regreso,
contar a nuestros amigos y vecinos, lo bien que lo hemos pasado.
En
la playa, la temperatura ha sido la mar de agradable. Tanto es así, que algún
que otro loco se bañaba aunque el agua estaba helada. Pero siempre hay gente
intrépida que desafía al tiempo. No es mi caso. Estuve tomando el sol, leyendo y
disfrutando de la brisa del mar, que a veces se manifestaba bastante
encolerizada, y nos hacía retroceder y resguardarnos hasta el muro, donde
comienza el paseo marítimo.
Ya
de vuelta a casa, de nuevo vuelvo a mis actividades cotidianas, que es una
rutina que me satisface. Espero realizar otra nueva escapada en cualquier
momento, sin que sean fechas de salidas masivas, porque no tengo necesidad de
ello. Mi compañero y yo estamos jubilados y disponemos de todo el tiempo del
mundo para aprovecharlo y disfrutar, en la medida que podemos.
Luna
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